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"Quiénes deben gobernar después de la catástrofe"

El aragonés Joaquín Costa, nada extremista pero reformador vocacional e insistente, ya sabía que el Barranco de Poyo fue la causa de las inundaciones de 1775.

El aragonés Joaquín Costa, nada extremista pero reformador vocacional e insistente, ya sabía que el Barranco de Poyo fue la causa de las inundaciones de 1775.
Joaquín Costa. | Archivo

El aragonés Joaquín Costa, "el león de Graus", estudioso de casi todo, pensador preciso de realidades y necesidades nacionales, honrado y cabal –"santo laico" se le consideró—, nada extremista pero reformador vocacional e insistente, ya sabía que el valenciano Barranco de Poyo fue la causa de las inundaciones de 1775[i]. Casi 250 años después, ha vuelto a repetirse la calamidad con muchos más muertos, afectando a casi 100 municipios de varias regiones españolas con especial crueldad en Valencia. Su Política Hidráulica no fue atendida en serio salvo excepciones.

Libertad, cultura, bienestar: tales son, como ustedes ven, las tres cosas que Ezequiel consideraba precisas para hacer de los israelitas vencidos y vueltos a la barbarie, una nación grande como había sido en tiempo de David y de Salomón; y tales asimismo las que nosotros pedimos para hacer de los españoles una nación moderna, digna sucesora de aquella que labraron, a fuerza de paciencia y de genio, hace cuatro siglos, don Fernando de Aragón y doña Isabel de Castilla con el cardenal Cisneros.

Así termina Joaquín Costa su todavía muy necesario libro Oligarquía y Caciquismo. Sí, dijo lo de echarle las siete llaves al sepulcro del Cid, pero también éso. Una cosa es hacer que el pasado se instale en el presente y otra muy diferente es ignorarlo, eliminarlo o esconderlo. El mal conservador, como subrayó Ortega, es el que quiere que el pasado gobierne el presente. Pero el que olvida o desprecia el pasado es, sencillamente, un estúpido.

Se puede releer ese libro esencial considerando que ahora la nueva oligarquía incluye a los partidos políticos derivados de la Constitución de 1978 que, en vez de desarrollar las libertades, los derechos y deberes y los contrapesos de la democracia liberal en el marco de un proyecto de mejora material y moral de la nación, regresaron a un sistema clientelar con base en el control de las Autonomías y los Ayuntamientos reproduciendo el viejo caciquismo en todo el engranaje institucional.

Medítese esto:

No es nuestra forma de gobierno un régimen parlamentario, viciado por corruptelas y abusos, según es uso entender, sino al contrario, un régimen oligárquico, servido, que no moderado, por instituciones aparentemente parlamentarias. O dicho de otro modo: no es el régimen parlamentario la regla, y excepción de ella los vicios y las corruptelas denunciadas en la prensa y en el Parlamento mismo durante sesenta años: al revés, eso que llamamos desviaciones y corruptelas constituyen el régimen, son la misma regla.

Y luego esto, citando al liberal conservador Antonio Maura, apostilla: "Debajo de la mentida armazón constitucional, lo que de veras existe es un cacicato editor de la Gaceta (léase BOE) y distribuidor del Presupuesto". Y se traslada a todos los rincones de las regiones, provincias y municipios mediante acciones antidemocráticas como "usurpar la potestad soberana, trasegar a su patrimonio privado los bienes y caudales del común, corromper la justicia, menospreciar las leyes, expoliar, desustanciar y oprimir a la plebe necesitada de protección, hacer del Gobierno local un sistema de latrocinio organizado…".

Nuestro problema nacional es que ya ni aspiramos siquiera a una regeneración eficaz como Costa. Soportamos año tras año la simulación de un sistema político democrático de origen, prostituido por una oligarquía de partidos y de sus caciques subalternos en cada esfera de influencia real. Como decía la Pardo Bazán, a la que cita, el caciquismo es "un efecto de la prolongación del estado de infancia del pueblo, ora se deba a abandono inconsciente o a cálculo instintivo de sus directores". Por ello, no hay caciques buenos como no hay estafadores o corruptos buenos.

Materia habría para transponer el análisis y el diagnóstico de Costa de hace más de un siglo a la actual situación española con la que muestran una íntima relación de semejanza. Pero entonces descubrí una conferencia dictada por el oscense de Monzón el 3 de enero de 1900 en el Círculo de la Unión Mercantil e Industrial de Madrid con el título "Quiénes deben gobernar después de la catástrofe" sobre el tema "Urgente necesidad de renovar el personal de la política española y modo de verificar tal renovación".[ii]

Al principio del folleto a que dio origen su contenido, se insertó una nota manuscrita por el autor que tituló El porqué de nuestra caída y que dice:

Para que España se elevara a condición de primera potencia, en cultura, en riqueza, en prestigio, en fuerza, habría bastado que todos los tesoros de voluntad y los esfuerzos verdaderamente gigantes que unos hombres públicos han consumido en el empeño pueril de ser siempre ministros, los hubieran dedicado a merecer serlo.

Joaquín Costa se refería a la catástrofe de 1898 pero sus reflexiones pueden aplicarse sin esfuerzo alguno a lo que ha ocurrido en España después del gran atentado terrorista del 11 de marzo de 2004 y de la DANA de hace dos semanas en el Levante español y otras regiones. En vez de corregirse errores y disparates, se han incrementado los peligros por gobiernos que fueron irresponsables (el del PP de Rajoy) o por gobiernos infames (los de Zapatero y Pedro Sánchez) que han tenido y tienen como socios a quiénes no buscan la regeneración de España sino su ruptura y demolición.

Costa estima que el acuerdo de "cuantos se preocupan de la reconstitución y suerte futura de la patria es que, para que ésta se redima y resurja a la vida de la civilización y de la historia, necesita una revolución", en el sentido de "sufrir una transformación honda y radical de todo su modo de ser, político, social y administrativo, acomodar el tipo de su organización", con realismo, al ideal democrático europeo.

Gobernantes y gobernados han de aceptar, para conseguirlo, cinco objetivos:

  1. Promover el enriquecimiento del país y la baratura de la vida, sustancialmente bajando impuestos e intereses, mejorando los transportes, combatiendo el fraude, mejorando la producción agraria e industrial en la mayor libertad, como el comercio y la apertura al exterior, entre otras muchas iniciativas.
  2. Abaratar la patria, simplificando la organización política y administrativa, reduciendo sus costes, sus efectivos (mitad de ministros y quedar en 1/3 del personal existente), su complejidad, favoreciendo el trabajo y la industria, la autonomía del personal técnico respecto a los políticos y contra el parasitismo burocrático.
  3. Pagar a las clases desvalidas y menesterosas y a las clases trabajadoras la "deuda de sangre" contraída con ellas por las clases directoras y gobernantes a lo largo de siglos, reduciendo sus cargas fiscales y extendiendo la "seguridad social" e instituciones de previsión.
  4. Afianzar la libertad de los ciudadanos, extirpando el caciquismo, no con leyes, ordinariamente ineficaces sino por una labor directa del gobierno, descentralizando y abatiendo el poder "feudal" de senadores y diputados y reorganizando el poder judicial, sobre todo su espíritu, para impedir servilismos dependientes o despotismos.
  5. Contener el movimiento de retroceso mediante la educación de la infancia, "prendiendo fuego a la vieja Universidad, fábrica de licenciados y proletarios de levita, y edificando sobre sus cimientos la Facultad moderna, cultivadora seria de la ciencia, despertadora de las energías individuales, promovedora de las invenciones…".

Costa piensa en una transformación desde dentro y desde arriba, no en una revolución callejera, pero trata de inquirir quiénes deben gobernar tras la catástrofe habida cuenta de la degradación histórica de España. Tiene muy claro quiénes no pueden seguir gobernando la nación. Pero antes debe conseguirse que las "clases llamadas neutras", esto es, civiles y no partidista, asuman que tienen que participar en la vida pública.

¿Quiénes deben gobernar tras la catástrofe?

Hay tres opciones. Una, por los mismos partidos mayoritarios, siempre que aprendan del desastre y se dispongan a reformar en profundidad. Dos, por hombres y partidos nuevos que "suplan la falta de preparación, de voluntad o de fortuna de los de siempre", inspirados por el poder " moderador", esto es, el Rey. Tres, por hombres y partidos nuevos mediante una revolución no radical, sino sostenedora del orden establecido, esto es, la Constitución.

Esto es, "revolución desde el poder por los mismos hombres causantes de la decadencia y de la caída de España, órganos de los partidos turnantes; y segundo, en defecto de ésa, como supletoria de ella, revolución desde el poder por hombres nuevos, ajenos a la decadencia nacional y a la catástrofe, órganos de la masa neutra." Lo primero no es más que impotencia y "cloroformo". Por tanto:

No tenemos derecho a consentirlo o aceptarlo. A la tercera va la vencida. A ley de previsores y de patriotas, por amor a España y por interés propio, tenemos que plantarnos, diciendo ‘hasta aquí hemos llegado’, y aplicarnos a buscar el remedio; y tal vez, dando un paso más, pedir cuentas a los que todavía se las deben la nación, y que el que la ha hecho que la pague. (Aplausos.).

No puede esperarse que salga de los que gobiernan tal impulso.

Pues no, señores; en vez de jubilarse, ellos, han preferido que se jubile la nación, la cual es tenida ya en Europa como fuera de servicio; lejos de tomar el camino del desierto para hacer penitencia, o el camino del juzgado de guardia para que no quede en la tierra ningún delito sin expiación, han tomado desahogadamente el camino del Capitolio[iii] para empuñar otra vez las riendas de la gobernación, lo mismo que si aquí no hubiera pasado nada y en España no hubiese más que ellos y el gobernar les correspondiese de derecho divino.

Es más, pretenden hacer creer que el pueblo, las clases neutras, civiles, trabajadoras y profesionales son tan culpables como ellos. "El Estado somos todos". Y martillea Costa: "Fuera de alguna muy contada excepción…pretenden los políticos asociar al pueblo a las responsabilidades de la decadencia y de la caída, buscando en la difusión de la culpa su propia exculpación".

Pero no. El pueblo, las "clases neutras", la sociedad civil, han sido magnánimas e inocentes. Han confiado en el rumbo, en la dignidad, en la honradez pero ha sido "incapaz por tanto para discernir el alcance de los actos de sus curadores, para organizar la defensa contra los que le dilapidan la fortuna, para emanciparse de los que lo educan mal y lo guían por caminos de perdición, para formar juicio de quienes lo gobernarían mejor y promover la remoción de aquéllos y su sustitución por éstos". Han protestado, advertido, señalado, pero el corsé de oligarcas y caciques ha impedido sus reformas.

Si consentimos mantener en el poder a quienes nos despeñan por el precipicio, malbaratan el patrimonio nacional y nos llevan a la miseria y al descrédito mientras rechazamos a quienes han demostrado voluntad de cambio, detectan los males para prevenir la deshonra y la bancarrota, es que o somos burros o somos locos y algo más.

"Una de ellas por sí sola no basta; se necesita ser un «loco», pero se necesita además ser un «burro» (Risas, aplausos): un burro que no esté loco no lo hace, y un loco que no sea burro, tampoco ¡Ah! Y se necesita ser una tercera cosa, menos fácil de decir porque hiere más a la vetusta fanfarronería nacional que las otras dos." Además, hay que ser "cobardes", "gallinas" (peor que ellas, que atacan cuando deben defender a sus polluelos) que se enfrentarán al desprecio de las futuras generaciones.

Hay que rebelarse contra todos los que "recibieron los ingredientes necesarios para hacer de España una gran nación, y han preferido ser los sepultureros de su patria.

Queremos ser ciudadanos de una nación civilizada y libre, guiada por artistas de pueblos, encendidos en piedad, no por lazarillos fríos y rutinarios, con vocación al oficio sólo por el provecho o por la vanagloria. Queremos una patria tal como la definió la Constitución de Cádiz: una España que procure nuestra felicidad, no una España que la estorbe. Que España sea para los españoles, dejando de ser para los partidos y sus empleados.

Costa prefiere los procedimientos conservadores y pacíficos pero hay que librarse del yugo de partidos oligarcas y sus caciques. "No queremos chocar violentamente con los intereses creados; pero si se empeñan, saltaremos por encima de ellos", dice Costa que pone como ejemplo a Don Enrique el Doliente, un rey que quiso poner al pueblo llano y a sí mismo como institución por encima de los intereses oligárquicos de los partidos de entonces.

¿Quiénes son los que deben ponerse a la cabeza de la gobernación tras la catástrofe? Primero, debería intentarse, transponiendo a Costa, que los padres de la Transición y de la Constitución, o un grupo de notables fieles a las mismas, patriotas, cultos y leales, se juntaran para inspirar la reforma necesaria que detenga el deterioro nacional.

Y a ellos debe sumarse el esfuerzo de la sociedad civil: "las clases económicas e intelectuales, los labradores, los comerciantes, los industriales, los obreros, los pedagogos, los médicos, los ingenieros, los publicistas y sociólogos, todos los que trabajan, todos los que piensan, deben constituir con ellos un organismo propio de gobierno y pedir resueltamente el poder, para ejercerlo por ministerio suyo".

Tal vez de ese esfuerzo de la sociedad civil deba nacer un nuevo partido político, que en vez de hacer política partidista, se afane en erigir una política "antipolítica" que ayudase a la "santa empresa de la redención nacional", mediante la constitución de "una poderosa agrupación política, apta para la gobernación del país.

Quiere Costa superar el estado enfermizo de unos partidos incapaces y endogámicos que han hecho posible la catástrofe. Y hace un llamamiento a que los "productores" tiendan un puente "por donde España salve el abismo que la separa de sus clases gobernantes y entre por fin en la vida moderna… y se abra camino a la cicatrización, y España convalezca, y volvamos a tener una patria, dejando de ser huérfanos en el planeta...! (Estrepitosos y prolongados aplausos. El orador es objeto de una calurosa ovación, recibiendo muchas felicitaciones).

También mi aplauso y mi felicitación por el esfuerzo regenerador, aunque no sé, lo confieso, cuál es el camino, si lo hubiera, que podríamos elegir en esta España de nuestros días para que, sin destruir la democracia y sus valores esenciales, logremos salvarla de la nueva oligarquía partidista y sus caciques, responsables de la catástrofe, otra más, que ya tenemos encima.


[i] En realidad la tragedia tuvo lugar desde el 18 al 26 de octubre de 1776 muriendo 160 personas. Al parecer, Costa citó al especialista ilustrado Antonio Josef Cavanilles Palop, Observaciones sobre la Historia Natural, Geografía, Agricultura, Población y Frutos del Reyno de Valencia. Imprenta Real, Madrid, 1795. Dos tomos. La referencia errónea está en el tomo I, página 159.

[ii] Biblioteca de El financiero, Madrid, volumen I. Imprenta de los hijos de M.G. Hernández, 1900

[iii] Léase el Congreso, el Gobierno y las instituciones

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