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Amando de Miguel

Los Rato y los Pujol (entre otros)

Se podrán escapar de la Justicia, mas no de la opinión, del tribunal popular de cuentas.

Pluralizo no porque me refiera a sus respectivas familias, sino porque se han convertido en símbolos, en "tipos ideales", si se me permite la etiqueta erudita. Es decir, me interesa su significación, no las personas, otrora en la cima de la popularidad. En su día fueron aclamados por el populacho. Hoy se esconden. Ya es triste para ellos.

Los Rato o los Pujol (entre otros) se han convertido en el símbolo de algo que se admira en secreto más que se condena en público: el enriquecimiento a través de la política. Naturalmente, podría añadir más apellidos, pero de momento baste con estos dos tan relevantes. Ambos se alojan ya en el índice onomástico de la Historia de la España contemporánea.

No me interesan gran cosa las tribulaciones jurídicas de estos dos personajes. Ya digo que representan tipos humanos, abstracciones. Por tanto, no cabe la añagaza de la famosa "presunción de inocencia", un concepto que solo deben manejar jueces, fiscales, abogados y procuradores. Fuera de ese reducido mundillo de los juzgados, el resto de los vasallos bien podemos opinar sobre los señores. Sean investigados o sobreseídos, condenados o exculpados, su imagen sigue siendo escandalosa. Hay algunas personas que han hecho demasiado dinero al trepar por la pirámide del poder. No me hablen de sueldos, ni siquiera de comisiones o mordidas. El enriquecimiento desmesurado a través de la política se puede lograr legalmente al aprovechar contactos y oportunidades de negocios. Si encima dejan de pagar impuestos en cantidades respetables, eso es "a más a más", que dicen los catalanes.

El asunto es grave, no tanto por el futuro procesal de los mandamases, que, la verdad, me tiene sin cuidado. Lo grave está en que se deteriora mucho la ya debilitada moral para pagar impuestos por parte de los contribuyentes todos. No deja de ser un sarcasmo que esa obligación se relaje por la imagen a que ha dado lugar un ministro de Hacienda, como el señor Rato (y no consumado). Es la nueva versión del marqués de Salamanca, solo que sin ferrocarriles y sin romanticismo.

Se me podrá decir que estoy en contra de los ricos. No me crean tan vulgar. Lo que me repugna es el enriquecimiento a través de los enormes privilegios que da el poder político. No todos lo consiguen; algunos honrados políticos ni lo intentan. Habrá que homenajearlos. Los ha habido de todos los colores políticos, desde Marcelino Camacho y Enrique Múgica a Manuel Fraga y Antonio Fontán. Claro, se dirá, eran los tiempos heroicos de la Transición primera.

La conclusión es que no todos los políticos son iguales, ni en nombradía ni en ejemplaridad. No habrá que esperar al valle de Josafat para separar a los cabritos de los corderos. La famosa Transición pasará a la Historia como una ocasión memorable en la que brillaron algunas eminencias políticas. Pero también fue la oportunidad para ciertos pillastres que vinieron a continuación. Con suerte, se podrán escapar de la Justicia, mas no de la opinión, del tribunal popular de cuentas.

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