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Amando de Miguel

El interés por el origen de las cosas

La ciencia, si quiere avanzar, tiene que desprenderse de la metafísica.

La ciencia, si quiere avanzar, tiene que desprenderse de la metafísica.
Pinturas rupestres en la Sierra Madrona. | C.Jordá

En las ciencias mal llamadas "de la naturaleza" se está produciendo un fenómeno sorprendente. Ya no les preocupa solo lo que sucede en este minúsculo rincón del universo llamado Tierra, sino que se aprestan a considerar las posibilidades de vida que puede haber en otras tierras. La cuestión es que se sitúan a distancias tan colosales que de momento no hay forma de que podamos establecer contacto con esos otros seres vivos de nuestra galaxia. Y no digamos de otras galaxias o de otros universos.

Pues bien, algo parecido puede estar ocurriendo con los lingüistas, salvando todas las distancias. Me lleva de la mano uno de ellos, el que más cerca tengo, Damián Galmés. Su curiosidad como lingüista se orienta a descifrar el enigma de la hipotética lengua primordial que hablaron los hombres. No fue hace mucho, quizá menos de cien mil años, que es solo la corteza de los varios millones de años en los que ha estado presente la especie humana (o quizá varias) sobre la Tierra. La atractiva búsqueda de Galmés es que esa hipotética panglosia se puede rastrear a través de la repetición de ciertos sonidos en las lenguas actuales. Por ejemplo, el sonido ur, que tanto se repite en los nombres de los ríos, los montes o las ciudades. Recuérdese la población de origen de Abraham (Ur) o el mismo vocablo urbs ("ciudad" en latín). Es curioso que en el vascuence ese sonido sea muy frecuente en los nombres de ríos, ciudades, apellidos. La explicación de tal supervivencia, según Galmés, es que el sonido ur corresponde a la onomatopeya del agua que corre, un elemento esencial para la vida humana organizada.

Otro filólogo amigo mío, Horacio Silvestre, aduce la decisión de la Asociación Internacional de Lingüistas, reacia a ocuparse de la dichosa panglosia o como se llame tal mito. El hecho es que en el mundo circulan varios miles de lenguas y hay que partir de esa realidad. Es un punto de vista conservador, común a todos los empeños científicos. Tiene razón en una cosa: la ciencia, si quiere avanzar, tiene que desprenderse de la metafísica.

Mi idea es que la diversidad lingüística (que parece tan irracional y tantos problemas acarrea) se debe a un hecho universal y primario. En cuanto los hombres empezaron a utilizar palabras, voces articuladas, lo primero fue asegurarse de que los pueblos vecinos no los entendieran. Era el mejor medio para autodefinirse. Todavía subsiste ese misterioso deseo colectivo. Quien no habla nuestra lengua, es decir el idioma, es el bárbaro (onomatopeya para el habla que se farfulla, que no se entiende).

No me parece baladí el interés por averiguar el origen de las cosas. Antes bien, se convierte en un excelente estímulo para el intelecto. Hasta el siglo XIX creían los europeos y sus primos de otros continentes que la Humanidad solo había deambulado sobre la Tierra unos pocos miles de años. Ahora sabemos que han sido varios millones y conocemos algunos detalles de la vida de nuestros antepasados lejanos. También es verdad que esos ancestros solo empezaron a hablar hace poco tiempo, digamos menos de cien mil años. Ese acontecimiento capital coincidió con lo que se ha llamado revolución neolítica, aunque lo de la piedra pulimentada fuera lo de menos. El habla vino con el uso del fuego, la domesticación de animales, el cultivo de la tierra, la caza organizada, la alfarería, entre otros portentosos avances. No fue el menor la capacidad de expresarse mediante una lengua articulada.

En las ciencias médicas interesa cada vez más la anamnesis, la historia clínica profunda, no ya del enfermo sino de sus padres y abuelos. En la historia de la filosofía europea interesan cada vez más los presocráticos, de los cuales, por desgracia, sabemos tan poco. La observación sobre el origen (el Génesis de los hebreos) es un movimiento común a muchos saberes.

Vuelvo al comienzo. Las etimologías al uso en las lenguas europeas se limitan a rastrear el origen latino o griego, todo lo más sánscrito, de algunas voces. Parece una exploración muy limitada. Lo más interesante es que, en el sánscrito y en otras muchas lenguas, hay una general coincidencia en asignar los sonidos pa, ma, ba o ta a los parientes inmediatos. Es claro que son sonidos fáciles de articular por un niño de cualquier parte del mundo.

A los españoles cultos actuales nos fascina el origen ideológico de la guerra civil de 1936. También a los hispanistas extranjeros. La verdad es que se trata de un asunto fascinante. Tengo para mí (y no soy historiador) que la clave de esa confrontación se encuentra en el desarrollo de la vida intelectual española a partir del último tercio del siglo XIX. La guerra de 1936 (y cuidado que nos ha condicionado después) no fue sino la consecuencia lógica de ese largo proceso anterior. En todos los campos del pensamiento interesa mucho la exploración del origen, de los antecedentes.

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