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David Jiménez Torres: "Hay algo que provoca miedo en la inconsciencia absoluta"

El escritor, ganador del Primer Premio de No Ficción Libros del Asteroide por El mal dormir, responde a las preguntas de LD.

Habría muchas formas de presentar esta entrevista. El problema está en el riesgo de robarle las palabras al autor, lo que inevitablemente nos llevaría a expresar sus ideas de una forma mucho más burda y menos interesante. Digamos, escuetamente, que esta conversación gira en torno a un libro que se formó, curiosamente, en base a muchos giros diferentes. Cuando uno duerme mal es de lo poco que puede hacer. Girar sobre sí mismo, acomodarse incansablemente y volver a girar, esta vez dentro de su propia cabeza, persiguiendo un sueño que se escapa y que se esconde a plena vista, igual que el horizonte. De sus desvelos nació una idea, y de esa idea un premio. El mal dormir (Libros del Asteroide), es el Primer Premio de No Ficción que otorga la editorial. Aunque, más allá de eso, también es una buena forma de disfrutar de una lectura pensada para hacer reflexionar. Los maldurmientes encontrarán en él una compañía grata para las largas noches de insomnio. Los biendurmientes, por su parte, un espejo desde el que contrastar la imagen contraria a la dulce agonía de dormir. David Jiménez Torres es su autor. Hablamos con él:

Pregunta: ¿Noche dura? ¿Qué tal vas de sueño?

Respuesta: (Risas). Pues he dormido bastante mal. Pero en este caso se debe más al mal dormir de la paternidad y no tanto a mi mal dormir congénito. En el libro comento las diferencias entre uno y otro, así que en esta ocasión creo que podemos echarle la culpa a mi hija antes que a mí.

P: ¿Cuántos maldurmientes que puede haber ahora mismo, invisibles en sus puestos de trabajo, compartiendo tu malestar mañanero?

R: En una encuesta de 2019, el 58% de los encuestados dijo que dormía mal. Así que estaríamos hablando de más de la mitad de los españoles. Luego, las cifras de la Sociedad Española de Neurología, me parece que era, lo acotaba entre el 20% y el 48%. Es muy difícil establecer cuántos maldurmientes hay porque es muy difícil estudiar el sueño en sus condiciones naturales. Casi todo depende de la información que aporta el propio encuestado. Lo que sí que sabemos es que los números tienen que ser descomunales. Yo te puedo hablar de mi experiencia a la hora de escribir el libro, por ejemplo. Una de las cosas que descubrí nada más comenzar fue que todo el mundo a mi alrededor tenía problemas de sueño. Para mí fue como descubrir nuevamente a esas personas. De repente alguien a quien conoces desde hace muchísimo tiempo te desvela una realidad en la que nunca habías reparado, pero que tú también sufres y que conoces de una forma muy personal. Creo que existe muchísima gente que tiene problemas de sueño pero que no habla de ello porque no piensa que sea algo interesante. El mal dormir es una especie de padecimiento silencioso. No suele salir en las conversaciones pero está muy generalizado.

P: ¿Hasta qué punto nos podemos fiar de esa gente? ¿Cuántas personas que concilian bien el sueño pueden pensar que duermen mal simplemente por sentirse adormiladas algunos días?

R: A ver, sí. Aquí hay estudios que demuestran que, efectivamente, hay mucha gente que tiene una percepción equivocada de sus problemas de sueño. Que duermen mejor de lo que creen, o que una noche piensan que han dormido cinco horas cuando en realidad han dormido seis y media. En este asunto siempre vamos a toparnos con mucha incertidumbre. Es que es muy difícil estudiar el sueño. Incluso las clínicas especializadas que se dedican a eso no son del todo fiables. La gente que tiene problemas y que va a esos sitios a que le hagan pruebas pasa la noche en unas instalaciones que no son su entorno habitual, con cables conectados y demás. Es una situación muy anómala, repleta de estímulos distintos. Y así es imposible que nadie pueda medir objetivamente tu descanso. Dicho lo cual, uno siempre puede saber si la última vez que miró el reloj por la noche eran las once o eran las tres de la mañana. Hay un mal dormir que es bastante constatable. Muchos de los maldurmientes tenemos problemas para conciliar el sueño, por ejemplo, y nos levantamos varias veces para leer o para picar algo en la cocina. A otros, por el contrario, les cuesta más retener el sueño que conciliarlo. Se duermen con relativa facilidad pero luego se despiertan varias horas antes del amanecer, sin saber muy bien por qué. Todas estas personas tienen motivos más que suficientes para identificar su mal dormir. Digamos que conocer las cifras reales es una tarea imposible, a día de hoy. Pero que existen muchísimos maldurmientes me parece irrefutable.

P: ¿Es lo mismo el mal dormir que el insomnio?

R: Yo separaría lo que es el insomnio del mal dormir. Y esto es una cosa que no tiene base científica, realmente. Los expertos que estudian el asunto dicen que todo lo que sea una dificultad para dormir es insomnio. Lo que pasa es que, al menos de forma intuitiva, yo sí que tiendo a establecer diferencias. Yo no tengo un insomnio extremo, por ejemplo. Conozco casos de gente que sí y no me gustaría compararme con ellos, aunque sólo sea por respeto. Es decir, la gente que padece insomnio extremo lo pasa muy muy mal. Tiene que tener una vida extraordinariamente regimentada, con muchas rutinas preestablecidas para conseguir llegar a la noche y dormir algo. De ahí el título del libro. Yo no quiero escribir tanto sobre el insomnio extremo como sobre el mal dormir, que es lo que creo que sufrimos la mayoría de personas que, en un entorno coloquial, decimos que somos insomnes. Los maldurmientes a los que me refiero somos gente que podemos llevar vidas funcionales, integradas en los ritmos de la sociedad. Tenemos trabajos normales, nos reproducimos, participamos en grupos de Whatsapp, vamos al fútbol, y simplemente hacemos todo eso un poco más ojerosos que la gente que nos rodea. Nada más.

P: ¿Qué hace al maldurmiente, las horas de sueño perdidas o el cansancio del día de después? ¿Se puede ser maldurmiente durmiendo siete horas?

R: Pues la verdad es que yo no soy ningún experto médico, pero entiendo que los expertos médicos sí que consideran la autopercepción de cansancio como una de las características fundamentales para diagnosticar el insomnio. Es decir, no es sólo una falta objetiva de horas de sueño, sino también la percepción durante el día de que uno está más cansado de lo que debería, de que no ha descansado lo suficiente. Claro que todo eso puede guardar relación con cuadros depresivos, por ejemplo, o con momentos puntuales del Trastorno Afectivo Estacional. Ya sabes, eso que padecen algunas personas, que se sienten más o menos activas dependiendo de las estaciones del año. A mí me interesa la autopercepción. Al fin y al cabo este es un ensayo literario, más que médico. Y me interesa mucho la figura de la persona cansada. En un momento del libro digo que el verdadero enemigo del maldurmiente no es la noche sino el día. La experiencia de afrontar un día de trabajo, de cuidado de los hijos, o de relacionarse con los demás con la percepción de que no se ha descansado lo suficiente. Esa idea de lanzarse al mundo sin estar preparado para ello. Y la sensación de desamparo o de frustración que puede generarse a partir de ahí. Digamos que no me interesa tanto establecer quién es maldurmiente y quién no. Prefiero simplemente dar fe de una experiencia que pueden compartir todos aquellos que creen que lo son.

P: ¿En qué consiste exactamente eso del sueño bifásico?

R: La teoría es que durante buena parte de la historia de las sociedades humanas, al menos en occidente, la gente dormía en dos tramos. Generalmente durante la noche. Es decir, separaban el sueño nocturno en dos fases y entre medias se despertaban durante una hora, más o menos. Los historiadores que sostienen esto se basan en los testimonios directos que han quedado o en obras literarias o en diarios y cartas. A día de hoy, de hecho, los expertos consideran que la manera más óptima para descansar es mediante este sueño bifásico, sólo que un poco distinto. Consistiría en un sueño nocturno normal, con el añadido de la siesta de media tarde.

P: ¿Y por qué dejamos de emplearlo?

R:: En teoría, por los horarios de trabajo impuestos por la industrialización. La cosa empezó a cambiar en el momento en el que lo que se volvía necesario era maximizar el tiempo productivo de los obreros. Esto explicaría también que el cambio se hubiese producido de una forma más nítida en los países que se industrializaron antes, los del norte de Europa, y que en los del sur permaneciese la siesta.

P: Sin embargo, también escribes que no está nada claro que hace varios siglos la gente durmiese mejor.

R: Sí. Yo desde luego creo que hay bastantes motivos para ser escépticos con la tesis de que hoy dormimos peor que nunca, o de que la modernidad capitalista es especialmente hostil contra el sueño. Es una cuestión que me interesa muchísimo, precisamente por lo complicado que es llegar a una respuesta. Lo que sí que me parece es que si entramos en el debate tenemos que reconocer al menos que las condiciones materiales en las que hoy intentamos conciliar el sueño son infinitamente superiores a las que tenían nuestros antepasados. El hecho de la disponibilidad de buenas camas en las que intentar dormir es una verdadera excepción histórica. La inmensa mayoría de nuestros antepasados ha tenido que dormir sobre superficies lamentables. Y también en condiciones de hacinamiento. Imagínate a familias enteras con muchos hijos metidas en una habitación. Claro, podemos pensar que el ser humano es adaptable, cosa que es cierta. Podemos pensar que igual que hoy nos adaptamos a nuestras enormes facilidades para dormir, la gente de antes se adaptaba a las dificultades, durmiendo a pierna suelta aunque estuviese tirada sobre un colchón de paja y rodeada de hermanos o de animales ruidosos. Puede ser. También puede ser que no fuera así y que tuvieran muchas interrupciones nocturnas. No es algo que esté nada claro. Otro argumento que se suele dar es el de la ansiedad como un rasgo característico de la modernidad. Y es cierto. Pero antes la gente también tenía motivos para desvelarse. Estaba pendiente de hambrunas, de enfermedades, de dolores corporales para los que no podía recurrir al ibuprofeno. También podía estar angustiada por la salvación de su alma. Para personas de especial religiosidad, la noche era un momento de intensidad religiosa muy fuerte, algo que lucha un poco contra la idea de un descanso apacible. A mí lo que me parece importante es dar fe de ello. Recordar las verdaderas condiciones para dormir que existían en lo que a veces idealizamos e imaginamos como una especie de arcadia del sueño.

P: Lo que sí que podría estar mal diseñado es el horario, ¿no? Al menos para esos búhos que mencionas en en el libro, cuyos periodos de mayor lucidez comienzan al atardecer y con la caída del sol.

R: Sí. Además hay mucha gente que se identifica con ese cronotipo búho. Suelen ser las que dicen frases tipo: "Soy nocturno". O: "Trabajo mejor de noche". O: "Me cuesta irme a la cama a una hora razonable". Todas estas cosas muchas veces las exponemos como si fueran defectos propios, pero en realidad lo que nos muestran los estudios es que es algo genético. No es una cuestión de disciplina o de madurez. Yo esto lo enfoqué enteramente desde la experiencia propia y luego sentí un cierto tipo de alivio cuando me puse a investigar y descubrí que es bastante común. Mi experiencia desde muy temprano ha sido la de que trabajo mucho mejor de noche. Si estoy en algún proyecto que exige concentración, mi periodo de mayor productividad comienza a las diez de la noche y se prolonga hasta las dos o las tres de la mañana. Y es algo que lleva siendo así desde prácticamente siempre. Lo que ocurre es que, de una forma frustrante, los horarios establecidos en nuestra sociedad hacen muy difícil que uno pueda aprovechar profesionalmente esos momentos de mayor lucidez. Por suerte, los que nos dedicamos a la escritura, o a la docencia, es decir, los que tenemos una cierta flexibilidad en los horarios de entrada —algunas mañanas, al menos—, sí que podemos aprovecharlo un poco más. Lo interesante es darse cuenta de que se trata de un cronotipo bastante común, y que por tanto muchas de las personas a las que les cuesta arrancar por las mañanas, o llegar el primero al trabajo, o estar al pie del cañón desde primera hora, no es que tengan una falla personal, sino que están predispuestas genéticamente a ello. No tienen demasiado control sobre el asunto. Lo digo porque a mí esto es algo que me ha llegado a llevar a sentir cierta culpa, o incluso fracaso. En el libro lo llamo el síndrome del impostor: esa idea de pensarse el único del entorno de trabajo incapaz de acostarse a una hora normal. Por eso me gustaría también que, hasta cierto punto, las personas que puedan leerme normalicen y relativicen esas sensaciones de fracaso personal.

P: ¿Cómo percibe un maldurmiente su soledad, como una enemiga o como una amiga?

R: Generalmente solemos percibirla como una enemiga. Piensa que es un tiempo en el que no estás hablando con nadie, ni estás escribiendo a nadie, ni consultando el perfil virtual de nadie. Es probablemente el momento en el que tenemos la soledad más pura de nuestro día a día. Y al tratarse de una soledad tan radical, tiende a parecer casi agresiva. Parte de la angustia del maldurmiente surge de sentirse la única persona despierta en el universo. Todo el mundo está descansando menos él. Lo que pasa es que también es una soledad paradójica porque, si te paras a pensarlo, eres perfectamente consciente de que hay millones de personas en tu misma situación. Luego, por otro lado, los que vivimos en pareja convivimos también con la paradoja de sentirnos solos pese a tener a una persona literalmente al lado. Es interesante la relación que se establece con ese cuerpo cercano que, pese a formar parte de aspectos fundamentales de nuestra vida, en ese trance concreto no nos puede acompañar. Está cerca y a la vez está lejísimos. Ha accedido al mundo que nos ha sido vedado. Somos como Moisés, que observa cómo su persona querida entra en la tierra prometida mientras él sólo puede quedarse mirándola desde lejos. Por todo esto solemos percibir la soledad del mal dormir como nuestra enemiga, claro, aunque al final termine siendo como una compañera inevitable. Ocupa tanto tiempo en nuestra vida que nos conforma, prácticamente. ¿Cómo no va a hacerlo? ¿No? Si son horas enteras de todas tus noches y de todos tus días.

P: Me interesa la trampa perfecta de la ansiedad. Esa forma que tiene el maldurmiente de angustiarse por sentirse angustiado y de saber que cada segundo que pasa es un segundo menos de sueño y de descanso.

R: Por eso también parte de las cosas que uno prueba son estos ejercicios mentales que sirven para intentar relajarse. Intentar controlar la respiración, etcétera. En el libro comento mi experiencia en un taller de mindfulness, por ejemplo. Otra mucha gente ha probado cosas de meditación más elaboradas. Lo que pasa es que la experiencia es demasiado universal. Quiero decir, no sé hasta qué punto un individuo puede tener algo que hacer realmente contra una cosa que responde evidentemente a impulsos muy profundos. Dicho de otra manera, me parece que para romper los bucles de pensamientos negativos se necesita de una fuerza interior y de una disciplina mental tan intensa que no sé si es razonable esperar que una persona normal pueda hacerlo. Pascal decía aquello de que todos los problemas del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación. Como si fuese algo controlable. A lo mejor lo que pasa es que mucha gente, sencillamente, no puede llegar a esa tranquilidad que pedía él.

P: Siempre queda la medicación, ¿no? ¿En qué falla, exactamente?

R: No lo sé, la verdad. No soy médico. Lo que sí que te puedo decir es que toda la gente con la que he hablado que ha recurrido a esa salida me ha dicho que no siente que la medicación haya resuelto sus problemas. En algunos de los libros que he consultado lo que más se recomienda, antes que la terapia farmacológica, es el cambio en ciertos hábitos. De todas formas creo que este punto sirve para diferenciar claramente lo que es un maldurmiente y lo que es un insomne de verdad. Me da la sensación de que es más probable que un maldurmiente consiga dormir mejor con un cambio de hábitos que un insomne. Pero bueno, esto es especulación mía, en cualquier caso. A mí lo que me interesa más es la dimensión social que se deriva de la proliferación de este tipo de medicamentos. No sé tu impresión, pero la mía es que ahora hay muchísimos más anuncios de ese tipo que cuando éramos más jóvenes. Los ves en la tele, los encuentras en el metro… No sé. Hasta cierto punto esto también crea una especie de clima cultural. La idea de una sociedad en la que es más aceptable reconocer que tienes problemas de sueño y que también ve un filón comercial en este tipo de ayudas. Sobre todo las que son para el mal dormir más light. Las que pueden adquirirse sin receta. Me parece representativo. Creo que refleja algo. Mi experiencia es que la mayoría de maldurmientes han recurrido a alguno de estos remedios farmacológicos alguna vez. Pero luego ninguno de ellos reconoce haber encontrado que sean una solución duradera y completamente satisfactoria para sus problemas.

P: Una pregunta un poco rara: ¿Por qué existe el ocio nocturno? ¿Hace falta trasnochar realmente para disfrutar de ese tipo de pasatiempos? ¿Por qué parece impensable realizarlos a la luz del día? Me resulta curioso que el descanso pase a un segundo plano en según qué circunstancias.

R: Pues es una pregunta muy interesante que jamás me había planteado. Quizás tenga que ver con el elemento simbólico de la noche como un espacio de transgresión. Precisamente una de las angustias del mardurmiente nace de la sensación de estar transgrediendo involuntariamente lo normativo. No duerme cuando debería dormir. No sé. La noche suele presentarse como una especie de espacio paralelo. Y es una cuestión que encierra, además, una riqueza cultural poderosísima. La noche ha solido ser representada como ese periodo en el que las reglas sociales se desdibujan un poco. El lugar donde se pueden realizar comportamientos distintos. La parte del día más peligrosa, también. Excitante a veces, terrorífica otras. Es atractiva para ese tipo de ocio que lo que promete es la desinhibición. También hay que tener en cuenta que son actividades dirigidas fundamentalmente a gente joven. Gente que no sólo tiene más aguante y resistencia al mal descanso sino que además puede gozar de una serie de horarios mucho más flexibles, con menos obligaciones. Todo eso debe influir, claro. Aunque estoy especulando.

P: Culturalmente hablando, el sueño también ha solido ser comparado con la muerte, con la inconsciencia…

R: Ahí está el monólogo famoso de Hamlet: "Decir así que con un sueño damos fin a las llagas del corazón y a todos los males, herencia de la carne, y decir: ven, consumación, yo te deseo. Morir, dormir, dormir... ¡Soñar acaso!", etcétera.

P: Especulemos, entonces. Si el sueño es lo más parecido a la inconsciencia y a la muerte que conocemos, ¿no puede ser que el mal del maldurmiente provenga de su apego radical a la vida?

R: Es muy sugerente eso que dices. Es verdad que por lo que yo abogo en el libro es por que el mal dormir es únicamente mal dormir. Se trata sencillamente de alguien que querría dormir pero no puede. Al fin y al cabo somos seres físicos, que dependemos de nuestra biología. La medicina, además, ha señalado los procesos subyacentes. La cuestión no estriba tanto en la respuesta filosófica que cada uno le dé al sentido de su vida como con desequilibrios químicos o psicológicos. Dicho lo cual, yo tengo a veces una experiencia parecida a eso que dices. Cuando, después de mucho tiempo dando vueltas en la cama, de repente soy consciente de que al fin estoy cayendo en el sueño, hay muchas veces que siento un enorme miedo. Porque no sé realmente hacia qué estoy cayendo. Ese miedo hace que me despierte de nuevo. Y vuelve a empezar ese proceso de intentar perseguir un sueño que acabo de ahuyentar. Sí que hay algo en eso de sentir que de repente estás cayendo hacia la inconsciencia. No sé si les pasará a otras personas, pero a mí me ocurre. La idea del sueño como sinónimo de la muerte es muy sugerente, desde luego. Porque hay algo que provoca miedo en la inconsciencia absoluta. Al fin y al cabo es una pérdida de control. Algo que los seres vivos rechazamos de forma intuitiva, vaya. Perder el control significa exponernos a peligros. Y ahí el cerebro reptiliano tiene mucho que decir.

P: Tal vez haga falta un libro que parta con este enfoque y que hable desde la perspectiva del buendurmiente, a quien no parece asustarle la inconsciencia.

R: A mí me encantaría leerlo. Me encantaría que se publicase El buen dormir. Sobre todo porque me gustaría pensar que mi libro no es algo que sugiera cosas únicamente a los que también son maldurmientes. Es un libro que trata de nuestra relación con el sueño, sencillamente. Y eso es algo que afecta a todos los seres humanos. Me gustaría que también animase a los biendurmientes a reflexionar sobre su propia relación con el sueño, desde luego. Y me encantaría leer a un biendurmiente dándole palabras a eso. Que me explique cómo es su momento de caer en el sueño, cómo es su despertar… Todo lo que se hace en El mal dormir desde el lado del ying me gustaría leerlo desde el lado del yang, por así decir.

P: ¿Qué es más terrorífico, el miedo a no poder dormirse o el miedo a no poder despertar?

R: Puf. Ahora que lo dices, sí que es terrorífico eso de temer el no llegar a despertar. Pero bueno, desde mi perspectiva, primero prefiero conquistar una frontera antes de preocuparme por la siguiente. (Risas). Se me ocurre que en esos miedos puede influir la edad. Esta respuesta que te acabo de dar parte del hecho de que tengo 35 años, claro. Veo la muerte como algo muy lejano. Dentro de unas décadas quizás mi respuesta cambie.

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