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Pedro de Tena

Santa Teresa, la "caballera" de Ávila

El IV Centenario de su canonización ha sido desatendido. De talante esforzado y caballeresco, es ejemplo de la potencia de la mujer en la sociedad moderna. Cumbre de la mística europea y universal.

El IV Centenario de su canonización ha sido desatendido. De talante esforzado y caballeresco, es ejemplo de la potencia de la mujer en la sociedad moderna. Cumbre de la mística europea y universal.
Pintura que representa a Santa Teresa | Cordon Press

Cuatrocientos años se han cumplido de la canonización de Teresa de Ahumada, una de las más excelsas santas de la Iglesia Católica, a la que aportó claridad sobre la fe, sobre las obras y sobre la potencia de la mujer en la sociedad moderna. Y además, escribía muy bien, versos y prosa. Pero parece tenerse la sensación de que ha sido un Centenario, cuando menos, desatendido.

Para el Vaticano, que ya se retrató descortésmente en el V Centenario de su nacimiento en 2015, esta Santa española parece ser una beata menor, regional, no la única Doctora de la Iglesia y una cumbre de la mística europea y universal. Valga lo que sigue de homenaje civil y modesto a su figura.

Para ser santa, como para no serlo, es preciso ser primero alguien con una identidad que desemboca en una biografía. Para nuestra gran Santa de Ávila, se sea o no cristiano, llegar a serlo pasó primero por figurar en el siglo como Teresa de Ahumada, hija, hermana y pariente de muchos en la Leal Ciudad de los Caballeros y otras ciudades como Toledo.

Ha hecho cuatro siglos el pasado 12 de marzo que la decidieron santa, pero antes ella se hizo a sí misma una persona. Durante su juventud y antes de meterse a monja y ascender su Carmelo, bien pudiéramos considerarla como una "caballera" de Ávila, la ciudad en la que vivió los años de su juventud temprana.

La caballera

Apenas se habla de las caballeras, pero las hubo y las hay. En realidad, una caballera es una persona que va a caballo, normalmente dueña de él, incluso en mula o "flaco rocín", suerte que la diferencia de los infantes (que van a pie). En otra acepción, una caballera/o puede ser alguien bien firme en el seguimiento de un propósito, opinión o empeño sin debilitarse o abandonar ante la dificultad. Esto es, se porta ese alguien como un caballero/a.

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Además de conocerse así a una perspectiva, a una forma de correr o brotar el agua, a un apellido y de haber puesto nombre a sierras o rocas, Arturo Pérez Reverte las ha encontrado en la Legión (la sargenta Romerales, caballera lejía, por ejemplo), pero ya las hubo hace mucho tiempo. En Calila e Dimna puede leerse:

"Et pasó por ahí una dueña fijadalgo, caballera en su mula, e sus mujeres empós della e sus criados."

Decía el romance: "Si caballera me armare/ seréis penacho del yelmo". Tirso de Molina usó varias veces la palabra y Miguel de Unamuno escribió un poema en Hendaya que comenzaba: "Descarada caballera/ descruzado cortesano,/al amparo de su mano/ te mete en la real carrera.…" Hay más ejemplos, algunos en América, pero con esto queda sentado lo fundamental.

En las historias del feminismo, se menciona la existencia medieval de

"mujeres que intentaron igualarse con los varones en el terreno de la guerra, de la fuerza física y de las armas. Después de todo, si eran "hombres como los demás", ¿por qué no serían caballeras, generalas, oficialas, suboficialas o brigadieras?"

Teresa, la de los Cepeda y Ahumada, no quiso ser un hombre, pero desde luego tampoco aceptó sufrir el destino de las "damas" de su época sometidas completamente al varón y a la crianza de la prole. Llamarla feminista sería un anacronismo absurdo pero me parece evidente que demostró con su vida que en nada es menos ni más una mujer que un hombre. Fíjense:

"No querrÍa yo mis hermanas pareciesen en nada sino varones fuertes, que si ellas hacen lo que es en si, el Senor las hara tan varoniles que espanten a los hombres." (Camino de perfección, 11)

Si he querido llamarla "caballera" de Ávila es porque, antes de tomar la decisión de acogerse a la vida religiosa y demostrar que tan santa puede serse como santo, en su vida confluyeron sucesos y circunstancias que permiten considerar que, en su carácter adolescente, el modelo del caballero y de lo caballeresco tuvo una influencia que no dejó de estar presente en su posterior recorrido vital.

La familia de la santa tenía caballos. Su propio padre, don Alonso, llevaba espada y rosario y fue como caballero a luchar por los Reyes Católicos a Navarra en 1512. Su hermano Juan había muerto en la guerra contra Francisco I. En el huerto familiar, estaban las caballerizas y allí se oían las hazañas, sobre todo de los famosos caballeros de Ávila, los "avileses" (llamados así por su valor en el combate). Entrenaban desde niños y se cree que el juego más popular de la infancia abulense era el apedrearse a pecho descubierto.

En las biografías más importantes que de la santa se han escrito, se cuenta que Teresa montaba a caballo. Su familia pasaba el verano en el más lejano Olmedo o en la finca de Gotarrendura, a tres leguas de Ávila (alrededor de 21 kilómetros). Tras los carruajes con los baúles, iba la joven montada en un caballo junto a sus hermanos mayores y parece que no lo hacía nada mal.

Tuvo conocimiento, claro está, de las hazañas de una mujer, Ximena Blázquez, defensora "en jefe" de Ávila en el siglo XI, y de sus hijas y nueras que lucharon junto a ella contra la morería. Se escribió que había puesto Dios "en el su corazón gran osadía, ca non semejaba fembra, salvo fuerte caudillo."

Ante el asedio de la ciudad en ausencia forzosa de sus defensores habituales, vistió a las mujeres como hombres, recogiendo sus cabellos bajo sombreros o cascos incluso con el recurso a barbas postizas, provocando el desestimiento del enemigo, engañado por el número aparente de defensores de las murallas.

¿Cómo extrañarse que una primera manifestación de su afán caballeresco fuese el "juego de mártires", que no de "matamoros"? Teresa, que luego iba a poner en guardia contra la aparente inocuidad de los pecados veniales, quiso ser mártir a una edad muy temprana. "…juntavame con este mi hermano a tratar que medio havria para esto: concertavamos irnos a tierra de moros, pidiendo por amor de Dios, para que alla nos descabezasen", relata. Luego vio soberbio el querer admirar el martirio de los santos.

Kathleen Medwick lo cuenta así:

"Así que un día Teresa, tras poner un puñado de pasas en un pañuelo, cogió al dócil niño de la mano y lo condujo a la gloria. Saliendo de la casa de madrugada, se apresuraron por las estrechas calles adoquinadas, finalmente traspasaron la puerta y el puente Adaja, el mismo que, siglos antes, habían cruzado los sesenta valientes caballeros de Ávila que salieron por la Puerta de Malaventura para caer como rehenes y cuyas cabezas fueron hervidas en aceite."

Y sigue:

"Los niños caminaban por el polvoriento camino de Salamanca –no tan lejos como donde los llevó la leyenda– cuando apareció su tío Francisco a caballo y los llevó a casa. Ante los padres, Rodrigo se quejó (no sin justificación) de que la niña lo había obligado. Y la niña no tenía excusa" insinuando que entendía la religión como aventura más que como deber.

Sin embargo,. nada tiene de extraño el que una hija, a la que su jovencísima madre, Beatriz Dávila y Ahumada, lectora voraz de libros de caballerías, tan de moda entonces, contagió su afición, adquiriera rasgos del espíritu caballeresco, ya que no podía ser caballero por ser mujer. Si hubiese sido un hombre, Teresa, seguramente habría marchado a Sevilla como Fernando, su hermano, para embarcar hacia Las Indias, obsesión de la familia.

Pero, ¿qué era ser caballero?

"Caballería quiere decir tanto como nobleza y hombre noble es aquel que no hace daño ni comete villanías. Debéis, pues, y en primer lugar, prestar juramento de amar por encima de todo al Dios que os ha creado y redimido con su pasión y su sangre; después, de vivir y morir en la Santa Ley y de jamás renegarla. Además, prometer servir lealmente al Rey vuestro señor. Además, de no entrar a sueldo de ningún otro Rey ni rico hombre, sea moro o cristiano."

Así se cuenta que la definió el obispo don Pelayo en el impresionante libro de Marcelle Auclair sobre la Santa de Ávila.

Ciñámonos a dos manifestaciones caballerescas más para redondear la justificación de caracterizarla como "caballera". Su fascinación por los libros de caballería fue tal que se inquietaba cuando no tenía nuevos títulos que leer. Seguramente uno de ellos fue El libro del Caballero Zifar. Hasta tal punto llegó su inclinación que se cree que compuso, con su hermano, el acusica Rodrigo, un libro de caballerías al que titularon El caballero de Ávila que, si existió, no ha sido encontrado.

Creció rodeada de libros

Aunque la santa decía "no tener letras", en su casa hubo libros, tanto de su padre como de la madre. Los del padre, inventariados, eran en general religiosos, serios y concernientes a América. Los de la madre, deducidos, pudieron ser en su mayoría libros de caballería en los que apagaba sus desilusiones y dolencias.

Según sus biografías más minuciosas, el libro de Teresa de Ahumada y Rodrigo de Cepeda, tenía como héroe al caballero Muñoz o Muño Gil, conocido en la historia de Ávila y bien diferente de los paladines franceses, ingleses o de más lejanas tierras. Su caballero era cercano y, aunque maravilloso, real, dejando claro que las proezas castellanas y abulenses eran del mismo valor, e incluso superiores, a las de los adalides extranjeros. Esta jovencita se mostró ya realista en su afición por lo maravilloso y usó como trampolín para zambullirse en sus sueños el propio suelo natal.

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Hace cien años, en 1922, el marqués de San Juan de Piedras Albas, en su Elogio de Santa Teresa de Jesús, creyó identificar el libro de caballerías teresiano con El Caballero de Ávila, inspirado en un episodio de la Crónica de Ávila y protagonizado por Muño Gil, "el gran caballero de Ávila que se enfrentó con miembros de la clase noble y fue reconocido por el rey y los demás guerreros aristocráticos como un oponente digno". Tal vez no fue sino una invención posterior ya que Juan Bautista Felices de Cáceres le dedicó un poema a la santa titulado del mismo modo.

Hay otra versión sobre el libro de caballería compuesto por la santa, libro que refirió a su biógrafo Francisco de Ribera y a su amigo el padre Jerónimo Gracián. Ribera lo cuenta sin detalle pero se ha precisado que fue un libro de caballerías

"trazado sin duda con elegancia de honestidad y quizá inspirado por los que describen La Demanda del Sancto Grialt con los maravillosos fechos de Lanzarote del Lago y de Galáz su fijo".

El último elemento que hay que considerar para justificar el sustantivo "caballera" aplicado a Santa Teresa es el juego del ajedrez, un juego muy relacionado con la caballería como vida y literatura al que jugaba con su padre desde muy pequeña. En la Baja Edad Media ya se establecían semejanzas entre el ajedrez y el mundo, que éste tenía reyes, reinas, condes (torres), caballeros (caballos), alfiles (jueces) y peones (infantes o campesinos). En el gran tablero del mundo, Dios juega con nosotros (Calderón, Borges) y el diablo nos jaquea hasta el mate del alma, si se da el caso.

De hecho, en muchos libros de caballería aparecía el ajedrez y sus anécdotas, bien como elemento decorativo (alternancia de cuadros de diferente color), bien como referente simbólico, como es el caso de Tristán de Leonís. Conocida es la anécdota de la partida de ajedrez entre el héroe Garín de Monglane y Carlomagno que, en una de sus versiones, hizo trampas derribando el tablero. Cómo no, el juego está presente en El Quijote. Carlos García Gual describe cómo las piezas de ajedrez fueron armas arrojadizas en el relato de Percival y el Santo Grial.

En Camino de perfección, 25, Teresa de Jesús exhibe su relación con el ajedrez, un juego que debe conocerse pero que, contradictoriamente, no permite en sus conventos. Recoge sus palabras su biógrafo temprano Francisco de Ribera:

"Creed, bijas, dice, que quien no sabe concertar las piezas en el juego de ajedrez, que sabrá mal juegar, y si no sabe dar jaque, no sabrá dar mate. Aun aqul me habéis de reprender porque hablo en cosa de juego. Aquí veréis la madre que os dió Dios, que hasta esta vanidad sabía: mas dicen que es lícito algunas veces; y ¡cuán licito serla para nosotras esta manera de juego, y cuán presto, si mucho lo usamos, daremos mate á este Rey divino, que no se nos podrá ir de las manos, ni querrá!"

El ajedrez de la madre Teresa era ya el ajedrez moderno rediseñado en Valencia, otros defienden que en Salamanca, a finales del siglo XV en el que la dama (Reina) era la pieza más combativa y poderosa. Dice: "La dama es la que más guerra le puede hacer en este juego, y todas las otras piezas ayudan". Incluso sabía de la existencia del mate ahogado ( inmovilidad forzosa del Rey).

No resulta extravagante que el 2 de febrero de 1941 se pidiese que la santa de Ávila fuese declarada patrona de los aficionados al ajedrez. El 14 de octubre de 1944, el Obispo de Madrid-Alcalá, Leopoldo Eijo y Garay (1878-1963) aceptó la propuesta y se celebra tal patronazgo el día 14 de octubre, uno anterior a su festividad, que se unió luego a su calidad de patrona de los escritores españoles (Pablo VI, 1965).

Llamar a Santa Teresa la "caballera" de Ávila es una licencia admisible si nos referimos especialmente a esa etapa de su vida que transcurre desde la infancia a su profesión religiosa a los 21 años. No puede negarse que, en la forma de afrontar el camino de perfección que eligió después, siempre estuvo presente, si se quiere, aromáticamente, su talante esforzado y caballeresco.

En esta opinión coincide José Manuel de Prada. Incluso el carmelita Ismael Martínez Carretero, le atribuyó un escudero en la figura del padre Jerónimo Gracián, su valedor, confidente y amigo. Víctor García de la Concha no niega esta influencia. Es un pequeño detalle que, con otros elementos más importantes, podrían haberse destacado de celebrarse este IV Centenario de su canonización como exige su estatura histórica y religiosa. No ha sido así. Una lástima.

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