
Cuando vi hace un año o más la película Hillbilly, una elegía rural, no sabía quién era el autor de la obra en que se basaba. J.D. Vance, anunciaban sus créditos, y no tenía ni idea de quién era. Tras preguntarme por el candidato a la vicepresidencia de los Estados Unidos, con Donald Trump de cabeza suprema, descubrí que era el autor de la novela autobiográfica que en español se tradujo como la película, pero se le añadió un subtítulo: "Memorias de una familia y una cultura en crisis".
Aunque recordaba la película, ayer no quise resistirme y la vi de nuevo. Por si fuera poco, conseguí el libro en español. De ese modo, cuando veía sobre todo, a la mamaw Glenn Close, a la conflictiva y adictiva madre, la siempre atractiva Amy Adams y al emergente y pobre chaval, luego más que entero abogado Vance -Gabriel Basso en la pantalla, pensaba en los Estados Unidos, una nación compleja, horrible y admirable, de la que depende en buena parte el futuro de Europa.
Como parece que las crisis de los demócratas, ese tramposo "partido de los pobres" y de las minorías, se están cebando en sus entrañas más profundas —las "fugas" de Joe Biden no son más que la anécdota de la desorientación de un partido que le ha dejado al adversario la historia, la tradición y la bandera—, he tenido que suponer que estamos ante un cambio de calado que me gusta y no.
Confesaré que de Donald Trump me gustan muy poco sus modales, sus gesticulaciones, sus chulerías, su soberbia de rico apabullante. Pero confieso asimismo que cuando un tío así, tan blanco y lejano a la negritud bien educada y pagada de un Obama, ganó las elecciones en 2017 me pregunté por los cambios que habrían tenido lugar en Estados Unidos para hacer posible un revulsivo tan poco digerible.
No conozco ese gran país. Una vez que tenía programado un viaje a Nueva York, a Washington y a Miami, me asaltó un problema insuperable y no pude ir. Como español y demócrata cada vez más descreído, mis sentimientos son agridulces. Por un lado anoto su contribución a la riqueza mundial, desde su defensa del capitalismo y la libertad de mercados, pero por otro consigno su mezquindad nacionalista y proteccionista en cuanto algo no marcha como quiere.
¿Cómo no agradecer su presencia activa en las dos grandes guerras civiles europeas de 1914 y 1945? Pero, al tiempo, ¿cómo ocultar su malicia en la Cuba de 1898, en Filipinas, y su inevitable ocupación del mundo occidental tras el genocidio de Hitler y el terror de Stalin? Ciertamente, no hay nada puro, nada perfecto, nada ejemplar. La realidad es terca, sucia, con los males y los bienes revueltos.
Hay mucho más, pero para nuestro propósito lo importante es que junto a Trump y sin figura alguna alternativa entre los demócratas, la sorpresa y la novedad es la de J.D. Vance, un chico pobre de los Apalaches de Kentucky que, pese a su dolorosa familia, su madre drogadicta, sus horizontes mínimos y su aparente destino de pobre continuador de generaciones de pobres blancos, lograba liberarse de la condena y erigirse en una persona diferente a lo previsto.
Atreverse a ser uno mismo consiste en no resignarse a que otros diseñen tu vida y tus límites. Esa fuerza individual, cavada en el alma por un lazo ardiente de la tradición familiar, por una religión decadente, por unas costumbres perversas de desesperación y subsidios públicos, cierto que es algo propio de una persona, J.D. Vance, pero como él mismo dice en su libro, con gratitud, también es fruto de la ayuda que recibió de sus allegados:
Yo fui capaz de escapar de lo peor de mi herencia cultural. Y aunque me siento incómodo en mi nueva vida, no puedo quejarme: durante mi infancia, la vida que llevo ahora era pura fantasía. Mucha gente ayudó a crear esa fantasía. En todos los aspectos de mi vida y en todos los ambientes, he encontrado parientes, mentores y amigos para toda la vida que me apoyaron y me capacitaron.
Amor y respeto por la propia historia, por los propios orígenes, con sus mierdas y sus bellezas, su decisión de dirigir su vida sin un Estado apabullante y ser capaz de aprovechar las oportunidades cuando se presentan, sin miedo, sin cansancio (tres trabajos al día para poder pagarse la carrera) y sin odio al "hilbilly", ese pobre obrero blanco abandonado que muestra un fruto que es capaz de llegar, probablemente, a vicepresidente de los Estados Unidos.
Intuí entonces que los demócratas tienen un problema y que después de Trump el futuro del Partido Republicano estará mejor resuelto. Vance no es Trump. Pero, ¿qué sabré yo de los Estados Unidos?
Tampoco sé mucho de España, pero leyendo su Elegía rural he comprendido cómo los españoles podemos salir del hoyo de esta democracia imbécil que borra historia y valores en una pizarra enferma. Los pobres catetos (y catetas) de ciudad y provincias tenemos que dejarnos ser tan libres como queramos ser demostrando que tenemos coraje personal y nacional. Eso es todo.