
Ya he visto la serie Adolescencia y lo primero que se me vino a la cabeza es la pérdida de tiempo a la que estamos sometidos por culpa de unos políticos que actúan como adolescentes. Sufrimos una casta política, compuesta por varios miles de individuos, que se atreven a cuestionar toda propuesta nacida fuera de ellos y que no teme ejercer continuamente la violencia verbal y, en algunos casos como ETA y otros, el asesinato real, contra los adversarios. Actúan como bandas pubescentes sin freno ni control.
Si, estos seres extraños fijan nuestra atención cotidiana a todas horas en su actividad y nos contagian sus comportamientos cargados de agresividad teatral y lejanos a la realidad y a lo racional. Los medios de comunicación hacemos el resto, lo extendemos como mantequilla sobre la tostada vital, nacional e internacional. Mientras, en la sombra oscura, se fraguan las decisiones políticas trascendentes que casi nunca son perceptibles del todo. Los políticos son usuarios de una red sombría.
En la serie, que concuerdo en calificar de "obligatoria" visión para todos, especialmente para abuelos, padres, hijos y nietos, en el orden y la forma en que se quiera, se muestra con toda claridad que mientras los adultos estamos en nuestras cosas, la política de forma destacada, los adolescentes no sólo rechazan las obligaciones y tareas que se les imponen sino que pueden organizar un mundo paralelo sin más fundamento que los instintos básicos, tribales y feroces.
Naturalmente, en esta época donde hay Internet, canales de comunicación tenebrosos, anonimatos posibles, cuentas personales simuladas o no en plataformas inmensas, la crueldad –los niños son perversos polimorfos y los adolescentes aún lo son más—, el riesgo de asumir comportamientos peligrosos o de caer víctimas de adultos o de otro adolescentes con intenciones funestas es muy alto.
Quizá la impresión más duradera de los capítulos de esta serie sea la que nos hace comprender de golpe que si hasta hace dos generaciones los adolescentes estaban sometidos al peligro de las "malas compañías" fácilmente identificables, hoy sigue siendo así pero con una potencia de hacer daño amplísima que cubre todo el planeta. Si a ello añadimos las propiedades inquietantes de la inteligencia artificial para voluntades sin determinación ni orientación, el escenario es tremendo.
En efecto, si antes los adolescentes nos rebelábamos para ser mayores antes de poder serlo, fumar, beber, llevar prendas de vestir adultas y rompedoras; si nuestro objetivo, recuerdo, era ir limando las horas de salida y recogida; esconder a la familia dónde y con quién íbamos, participar en juegos prohibidos y en ceremonias iniciáticas sin tener ni idea ni información de casi nada, hoy todo esto se puede hacer desde una habitación familiar en la que se dispone de un ordenador o un teléfono móvil y conexión a Internet.
Antes el mundo de un adolescente se reducía a una pandilla, más o menos a lo Grease, pero el mundo al que da acceso Internet es un mundo mucho más extenso que, junto a beneficios indudables, ofrece peligros terribles para las almas incautas que creen saberlo todo cuando en realidad sufren de una ignorancia radical, y lo que es peor, vivida como sabiduría incuestionable con jergas defensivas.
La serie nos hace ver que, desde la familia a los educadores pasando por los creadores de contenidos que se exhiben en Internet, nadie tiene una idea clara de cuál es la consecuencia real de unos medios potentísimos y gran repercusión interna y externa cuando vierten sus mensajes sobre unos adolescentes que saben muy poco de la vida real y lo poco que saben lo saben generalmente muy mal.
Este es uno de nuestros problemas reales que, como sociedad y como civilización, deberíamos afrontar. Como deberíamos reflexionar y dialogar sobre otros muchos, desde el consumo a la vivienda, desde el sentido de la vida al valor de las instituciones, desde la Historia a la convivencia, desde la honradez a la belleza…
La cuestión es que nuestros políticos actúan como adolescentes y carecen del mínimo nivel de información y juicio acerca del bienestar material y moral de la sociedad a la que pretenden dirigir o imponer comportamientos. Son ellos mismos los que ponen en tela de juicio instituciones consagradas como la Justicia, manipulan u ocultan la información, agreden sin más o cercenan las oportunidades a quiénes les contradicen o se les oponen. Son pandilleros de bandas organizadas que hacen de su mundo un poder impermeable para quien no forma parte de la secta.
En la serie, los adolescentes pueden transmutarse, a causa de su turbación y del poder de los medios que usan, en verdugos y víctimas con terribles consecuencias vitales. Nuestros políticos, entre otras fuentes del mal, alimentan en buena parte ese tipo de desenlaces, alentando la ignorancia, los juicios temerarios, la sentimentalización, el insulto, la corrupción, la amoralidad… Poco a poco, la democracia, alguna vez deseo maduro de convivencia y modelo de creación de proyectos personales en libertad, se va a acercando al horror de la anomia y la descomposición.
No veo que este destino tenga arreglo. Hay poder, pero no autoridad, que no se olvide procede de auctor, "el que hace crecer".