
Ahora le ha tocado al magnífico director de cine Christopher Nolan comerse un manifiesto progre por rodar escenas de su versión de la Odisea en un territorio del Sáhara ocupado por Marruecos, sí… y antes por España… que no se lució mucho a la hora de abandonarlo. Ni se luce ahora. Hace unas semanas, le tocó a la cantante Rosalía comerse el Instagram de un modistillo mallorquín que no da puntada sin hilo y ha decidido hacerse publicidad gratis a costa de la motomami. Negándose a vestirla si ella no apoya públicamente las tuneladoras de Hamas. Y suma y sigue.
La libertad de expresión ampara a los artistas para manifestarse por lo que les dé la gana. Pero la libertad de neurona también nos permite poner estos manifiestos en un contexto. Por supuesto a muchos manifestantes se les ve el plumero: siempre se "comprometen" con los mismos -hagan lo que hagan-, siempre marcan el mismo paso. Pero incluso si queda alguno que se manifieste más o menos de buena fe, ¿quién dice que la opinión política de un representante de la farándula, por guapo que sea y por bien que haga su trabajo, tiene más interés o más valor que el de cualquier cuñado de barra de bar? ¿Destacar en lo suyo, desde cuándo les convierte en expertos o en referentes en todo lo demás? ¿A alguien se le ocurriría que la opa del BBVA al Sabadell la resolviera, vamos a suponer, Leo Messi? ¿O que le hiciéramos decidir sobre la aplicación de la ley de amnistía a Tom Cruise?
Pero lo cierto es que la "cultureta" está llena de kissingers de andar por casa que encima tiran con pólvora del rey. Porque los boicots, las cancelaciones y los insultos siempre los decretan los mismos y siempre los sufren los mismos. Yo nunca he dejado de ver una película de Javier Bardem porque le considere un hipócrita y un sectario. Tampoco he quemado discos de Pink Floyd por las barbaridades judeófobas que va soltando alguno de los miembros de la histórica banda. Ni he dejado de leer a Almudena Grandes por mucho que me rechinaran no ya sus opiniones, sino sus actitudes prepotentes e insultantes hacia todos los que no opinábamos igual.
¿A lo mejor con eso cuentan, y hay que ir dándole una pensada? Sin duda es comodísimo apuntarse a todos los bombardeos canceladores cuando sabes que a ti no te va a tocar nunca. Porque los no sectarios ni wokes somos tan de buena pasta, que empezamos a parecer unos panolis. Porque nosotros sí seguimos yendo a ver sus películas y sus conciertos, aunque lo que dicen que opinan sobre esto o lo otro nos haya decepcionado profundamente y hasta ofendido. No sé ustedes, pero yo empiezo a estar hasta las narices de esta ley del embudo.
¿Y si hacemos un experimento, y a ver qué pasa? ¿Y si le damos la vuelta al embudo y se la empezamos a devolver? ¿Y si dejamos de ir al cine, a teatros o a conciertos de según quién, o de ponernos perfumes anunciados por celebrities inquisitoriales? Sería interesante ver qué efecto les hace probar sólo alguna cucharada, de vez en cuando, de su propia medicina. A lo mejor sería incluso la manera de ver si ciertas "ideas" son tan mayoritarias como nos intentan hacer creer. Igual alguno se lleva una sorpresa.
