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Juan Manuel González

Crítica: 'After Earth', con Will Smith

No descubrimos nada a estas alturas: la carrera del director M. Night Shyamalan, antaño responsable de brillantes vueltas de tuerca al suspense como El Sexto Sentido, El Protegido o Señales, está ahora varada en un extraño territorio perdido, a medio camino entre los vestigios devaluados de un sello personal y los requerimientos de la gran industria, ésa que a menudo amenaza en convertir en ridículo lo que antes era inquietante. After Earth, cinta que se ha saldado con el primer fracaso en taquilla de su estrella, Will Smith, es un paso más en esa dirección. Pero no nos aceleremos todavía: si algo certifica la odisea de ciencia ficción familiar concebida por el propio actor (autor de la historia y protagonista exclusivo de la misma junto a su hijo Jaden), aparte de la enorme autocomplacencia de los Smith, es que los problemas con Shyamalan vienen tanto del propio realizador como de la recepción de sus películas, que parece haber cambiado sustancialmente desde hace una década.

La cinta es la historia de Cypher y Kitai, dos náufragos espaciales (y también padre e hijo) que caen en el planeta Tierra varios siglos después de que éste haya sido abandonado. Con el padre herido gravemente, el hijo deberá embarcarse en un viaje repleto de peligros por una planeta agreste y salvaje, todo para activar una baliza y enviar la conveniente señal de ayuda al tiempo que lucha por restaurar la confianza de su padre... perdida, como es habitual en su autor, tras una trágica pérdida del pasado.

After Earth tiene una sinopsis evidentemente prometedora, pero su errático tono no tarda en aflorar. La cinta de Shyamalan conserva bastantes trazas del minimalismo de su autor, combinado con los requerimientos de espectacularidad habituales en una producción de verano, y que esta vez llegan de la mano de las evidentes referencias visuales a Avatar y una trama de reconciliación paternofilial que el realizador hindú no sabe muy bien cómo tratar. Además de un filme de aventuras juvenil, como era de esperar en Shyamalan, After Earth trata de ser también algo más profundo, una alegoría del miedo contada a través de la conflictiva relación de Cypher y Kitai. Y es en este último aspecto donde empiezan los problemas de la película.

A lo largo del ajustado metraje de After Earth (cuya duración apenas supera los noventa minutos, lo que repercute positivamente en el entretenimiento) se suceden una serie de aseveraciones morales, éticas y filosóficas que manifiestan el interés de sus creadores por facturar un blockbuster poco convencional. El problema surge cuando éstas provienen de Will Smith y M. Night Shyamalan, o mejor dicho, de la combinación de ambos. El segundo ha rodado la película tratando de combinar sus claves autorales (en estilo y contenido) con los requerimientos de una cinta de aventuras... pero una que parece haber sido diseñada por Will Smith como regalo de cumpleaños para su hijo Jaden. Un joven actor que, simple y llanamente, carece casi por completo del expansivo carisma de su padre, de su fuerza, al tiempo que éste último, y quizá tratando de adaptarse (mal) al estilo de su director, entrega aquí su interpretación más fría y distanciada. Por culpa de los dos, las enseñanzas padre-hijo que constituyen el núcleo del largometraje acaban resultando un cúmulo de sentencias simplemente inoportunas.

After Earth es una cinta de aventuras inexplicablemente severa que trata de armonizar la planificación minimalista, el uso del silencio y el sonido, así como recurso al suspense sobrenatural reconocibles en la filmografía de Shyamalan, con el dinamismo y la aventura de una gran producción de efectos especiales. Una lucha interna de la que la película nunca sale victoriosa, en tanto algunas de las primeras parecen casi por primera vez gastadas, obvias, y las segundas simplemente se quedan atrás después de lo visto en El Hombre de Acero y la estupenda Star Trek: en la Oscuridad.

Pero ni eso ni su inexplicable seriedad quieren decir que se trate de un filme desechable. A lo largo del mismo existe una concisión y sobriedad narrativas, así como un interés por la alegoría y la metáfora espiritual, que desafían de manera deliberada el cinismo y exceso de la mayoría de las superproducciones coetáneas, por no hablar a los insurrectos que consideran no sólo las películas, sino también la visión ordenada del mundo del director de El Sexto Sentido, como simple o estomagante (y ahí es donde se equivocan). La existencia de un monstruo que está ahí porque materializa los temores del protagonista (de nuevo, un "símbolo" salido casi de la nada, cual McGuffin, y que bien podría ser algo abstracto), así como de una ballena blanca (las referencias explícitas a la novela de Melville son constantes) y, sobre todo, ese discurso sobre el miedo que tiene lugar a lo largo de todo el largometraje, y que pese a la obviedad del mismo me parece intachable, delatan un interés en ir más allá de las imágenes que, en definitiva, me impide dar por perdido a M. Night Shyamalan.

Un director que, sin duda, quizá debería dar un paso atrás y tratar de airear la indiscutible esencia y precisión narrativa de su -ahora- inmerecidamente menospreciada filmografía. En definitiva, caminar hacia sus propios intereses, esos que de una manera u otra ahora le niega tanto la crítica como el público, pero sobre todo, él mismo. Quizá no sea demasiado tarde.

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