
Puede que la historia de Kevin Eastman y Peter Laird, creadores de las Tortugas Ninja, sea una de esas de éxito y amistad primero, caída y ruptura después, dignas de la mejor épica americana. Creadas en un anónimo piso por dos modestos dibujantes y publicadas de manera modesta como un cómic estrafalario, pulp y un poco punki, casi un fanzine, su creciente éxito popular llevó a las tortugas a convertirse en un fenómeno social (y un verdadero negocio) para los niños de los 90, así como un ejemplo de descontrolado franquiciado capitalista que acabó comiéndose literalmente a sus dos creadores originales (Eastman y Laird, que dibujaban el cómic al alimón, partieron peras por diferencias creativas y de otro tipo en medio de millones de dólares de beneficios). El invento ha permanecido vivo mediante diversas franquicias y reinvenciones dirigidas, sobre todo, al público infantil, de las que esta Ninja Turtles: Caos Mutante -o la película que ha destronado a Barbie del número 1 en EEUU- es en realidad una de las más ambiciosas en fondo y forma.
La película, que recoge el testigo de las dos entregas en imagen real producidas por Michael Bay, está en realidad concebida por otra pareja artística, la formada por el actor Seth Rogen y el guionista Evan Goldberg (autores de diversas comedias gamberras como Supersalidos) junto al director Jeff Rowe (responsable la oscarizada Los Mitchell contra las Máquinas). De este maridaje sale un filme juvenil e infantil que relee con habilidad la mitología superheroica y cuyo éxito de taquilla augura nuevas entregas apuntadas a esa revolución "shading" que ha venido a otorgar nuevas texturas plásticas, a veces casi experimentales, a la animación digital.
Pese a su descaro fantasioso y su naturaleza de relectura en clave irónica de los recursos del cine de superhéroes, aspectos que comparte con los cómics originales, lo importante de Ninja Turtles. Caos Mutante, al igual que las películas de Spiderverse, es ver cómo disuelve todo lo posible la imagen para impulsar (por fin) la disciplina del género animado en su acepción más comercial, al menos en lo visual, a otros horizontes muy diferentes a los practicados hasta ahora por los grandes estudios de Hollywood.
Olvidándose de la vertiente más belicosa de las tortugas, vista en las iteraciones de Bay y en las últimas (y notables) versiones en cómic, pero también de la nostalgia para cuarentones que sin duda la industria está dispuesta a exprimir, la película de Rowe, Rogen y Goldberg es menos "ninja" y más "teenage", reflejando, ante todo, la noción de juego infantil de unas tortugas mutantes que nunca han sido más preadolescentes y bocazas que ahora. En este aspecto la película es un triunfo, tanto de tono como de narrativa y diseño, capturando de manera ágil la mitología pulp de la saga en una obra que por fin amortiza la estética limpia de las imágenes sintéticas y digitales del cine de animación americano con una nueva plasticidad. La excelente banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross y ese "nosequé" a Jo, qué noche, que proporciona el condensado guion, ayuda a rematar una buenísima película familiar que de paso logra esquivar totalmente los sobados tópicos del cine de superhéroes y la nostalgia de los 80 en busca de nuevos horizontes y públicos.

