Varios años después de su triunfo crítico y de galardones con la española La Novia, la cineasta Paula Ortiz regresa con la adaptación internacional de una de las novelas menos apreciadas de Ernest Hemingway, Al otro lado del río y entre los árboles.
Concebida como un ejercicio de lucimiento para su protagonista, el norteamericano Liev Schreiber, y el talento visual de la propia Paula Ortiz, la película triunfa en esos dos aspectos; tanto a la hora de mostrar con melancolía el último viaje del coronel Cantwell, un militar enfermo y su paseo por la Venecia después de la Segunda Gran Guerra, como a mostrar en blanco y negro y con un exquisito gusto estético el escenario de la limitada acción de la película.
Puede que Al otro lado del río y entre los árboles peque de exceso de diálogo, de cierto estatismo, pero el incuestionable poder visual de la película enmascara ciertas inercias. Paula Ortiz vuelve a demostrar su talento para crear imágenes melancólicas, simbólicas y bellas, aprovechando una cámara en mano de Javier Aguirresarobe que no cae en los vicios habituales, ese abandono de la puesta en escena tan típico del cine digital, sino que refuerza el sabor decadente y romántico del último paseo de este héroe de guerra.
Liev Schreiber está excelente, y su mirada perdida refleja perfectamente el mundo de (últimas) pero infinitas posibilidades del relato. Si el guion peca de pasivo, resulta doblemente meritorio cómo la cámara de Ortiz y Aguirresarobe evitan convertir el filme en un mero recorrido turístico por Venecia, cosa que, en realidad, es. La emoción fluye bien gracias a la sorprendente presencia en el montaje del mismísimo Stuart Baird (¡!), responsable de la edición de Superman, Arma Letal o la dirección de films de acción americanos como Decisión Crítica, que aquilata adecuadamente el recorrido humano de Cantwell y busca la acción allí donde se presenta. Gracias a todo este fenomenal equipo y el valor de producción que aporta el escenario, Al otro lado del río y entre los árboles logra su objetivo de convertirse en un relato casi fantasmal, de delicioso sabor decadente y romántico, elaborado con un tremendo gusto artístico que no satura ni molesta.