
Tarantino, Von Trier, Kubrick, Pasolini... Son todos directores con algo en común: la controversia. Y a esa lista habría que añadir, no lo duden, el nombre de Zack Snyder. Y no, no es ninguna broma. El autor de 300, Watchmen, iniciador del universo DC con El Hombre de Acero y protagonista del fenómeno sin precedentes del Snyder Cut (en el que una tragedia familiar, su despido y la pandemia se juntaron para crear una tormenta perfecta que derivó en un reestreno de Liga de la Justicia) es un realizador a tener en cuenta. Sus ralentís, gusto por la oscuridad y otros rasgos de estilo dividen a crítica y público, y su presencia en internet le otorga la categoría de fenómeno. Pero cada una de sus películas da pie a un cruento enfrentamiento en redes sociales del que Rebel Moon, el inicio de su nueva saga en Netflix, no va a ser una excepción.
Una vez desahuciado del universo Warner, Snyder ha recompuesto su carrera en la plataforma de streaming reanimando viejos proyectos personales. El de Rebel Moon es uno presentado a la Lucasfilm de Kathleen Kennedy para Star Wars que fue convenientemente rechazado (otra saga en absoluta crisis de identidad) y que ahora Snyder viste de seda en una primera entrega (la segunda se estrenará en primavera, también en Netflix) que sufre y goza de todas y cada una de las características de su cine. Esta mezcla de Lucas y Kurosawa, de Star Wars y Los Siete Samuráis, sus principales obsesiones fílmicas, se ha ganado ya la categoría de evento en la plataforma de streaming y su previsible éxito va a ir atado a una importante dosis de críticas furibundas y tibias alabanzas.
Empecemos fuerte: Rebel Moon deja a medias al espectador. Por un lado, Snyder ya ha prometido un montaje extendido con toda la violencia que sus escenas de lucha extirpan digitalmente, con un metraje adicional que debería suplir las carencias en cuanto a desarrollo de personajes de la película. Película que, además, termina cuando precisamente la gran odisea de sus protagonistas parece en verdad comenzar, tal y como se hizo en La Comunidad del Anillo, la propia Star Wars o alguna de esas adaptaciones de novelas young-adult. La obligación de esperar la segunda mitad de la obra para valorarla justamente se plantea como algo tan necesario como injusto, para la película y el espectador. Y exigir segunda versión de una película conveniente extendida y desarrollada no debería ser tampoco, lo habitual, pero este es el mundo en el que vivimos y Snyder parece estar ensayando la fórmula de serialización aplicada a la comercialización de largometrajes que estos mismos días James Cameron ha alabado ante la prensa.
La película sufre, y sufre terriblemente, de un lamentable desarrollo de personajes en el que Snyder parece dejar en el tintero toda interacción entre el equipo, que presumimos vendrá en la posterior entrega. Pero llama la atención cómo Rebel Moon -aún así tremendamente entretenida- adopta la estructura de uno de sus filmes menos celebrados y a la vez más secretamente visionarios: Sucker Punch. La estructura de la película, de una narrativa episódica y muy débilmente trenzada (cada secuencia resume el reclutamiento de un miembro del equipo, sin que nada parezca tener excesivas consecuencias para el desarrollo posterior) resulta frustrante pero a la vez concede al film un aire de ensoñación enfermiza para la tiempos de la narrativa de videojuego donde todo personaje es un cliché que parece luchar por una identidad propia.
Snyder, director de anuncios comerciales conocedor de estas formas de expresión tanto o más que de las cinematográficas, construye su Star Wars siniestro en base a imágenes fascinantes, como esa de la mujer araña abrazando a un niño secuestrado, o ese instante en el que una gigantesca estructura derriba el muelle donde los protagonistas se encuentran atrapados. Y una vez va avanzando la película y Snyder da por concluida su explicación del tópico pero extenso "lore" de su nuevo universo, Rebel Moon va construyéndose hasta un clímax de auténtica maravilla en el que no todo el mundo sobrevive. Es entonces cuando comprendemos que, con sus forzados diálogos de novela de caballerías e intensidad obligada, su película es un nuevo corte de mangas a esa ligereza impostada del blockbuster Marvel ahora en crisis. Rebel Moon, desde los márgenes del streaming, es un ejercicio de imaginación de ambientes, grotesco y grandilocuente, que va cogiendo densidad mientras se mueve hacia delante aun a pesar de su estructura de "intro" de videojuego.
Es una pena, por eso, que Snyder evidentemente no sea James Cameron a la hora de integrar el "world building" con la narrativa cinematográfica de Los Siete Magníficos. Si esa dosis de desvergüenza y riesgo tuviera la fluidez de un Avatar, o al menos su naturalidad expositiva, estaríamos hablando de un éxito sin paliativos. Lo que tenemos a cambio es un trabajo con un hondo sentido de la belleza y la tragedia que exige respetar la reelaboración de los arquetipos del western y la fantasía que componen este libro de retales que, nadie lo niega, es Rebel Moon. Al menos, incluso sus detractores reconocerán su dominio técnico, por mucho que incluso en esto la película parezca atemperada en sus compases iniciales: los efectos de sonido son alucinantes (ese momento en el que la nave militar irrumpe en la atmósfera de la colonia de Kora) y su ambición por proporcionar algo sostenido en la paradoja (familiar pero nuevo, comercial y autoral) resulta fascinante.

