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'Immaculate' demuestra la tremenda inteligencia de Sydney Sweeney

Sydney Sweeney produce y protagoniza Immaculate, filme de terror ambientado en un oscuro convento con aún más oscuros secretos.

Sydney Sweeney produce y protagoniza Immaculate, filme de terror ambientado en un oscuro convento con aún más oscuros secretos.
Sydney Sweeney | Diamond

Hollywood acostumbra a lanzar dos films de similar temática a la vez. Ocurrió con meteoritos, volcanes, bestias de distinto pelaje y también con comedias románticas de amigos con derecho a roce. ¿Azar, cálculo empresarial, las dos cosas al tiempo? En el caso que nos ocupa, con la estupenda La primera profecía y esta Inmmaculate, todo sucede con monjas noveles en problemas transcendentales y de distinto pelaje, y además en un escenario similar: un convento romano. Y como en muchos de aquellos casos, ha sido la producción menos ambiciosa y menor de ambas, en este caso la aquí presente producida y protagonizada por Sydney Sweeney, la que parece haberse llevado el gato al agua en relación a ambiciones-resultados.

Immaculate presume de un concepto nuevo y un estilo voluntariamente añejo, el impreso por el director Michael Mohan, a la hora de mostrar la deriva psicológica de Cecilia, papel que parece hecho a medida de la gran estrella y productora del evento, Sydney Sweeney. Eso, y la falta de vergüenza deliberada de la propuesta, es lo mejor de un breve filme que recupera ciertos buenos usos y costumbres del horror de serie B: una duración de menos de 90 minutos. Esa apuesta por lo atmosférico y la búsqueda de planos ciertamente expresivos, a lo que ayuda la inquietante actitud de la actriz, contribuye a la buena predisposición de un filme que no se avergüenza de buscar sustos, buenos sustos, mediante los recursos más clásicos y fáciles (sin que ello tenga por qué suponer un descrédito): el instante de las tijeras y el ya célebre plano final son ejemplo de ello.

Lo que sí es un tropezón, y en toda regla, es la escasa habilidad para aplicar ese estilo alucinógeno en una narrativa coherente, o al menos en crescendo, que provoca que a los pocos minutos Immaculate derive en un torpe dispositivo solo ennoblecido por esa extraña voluntad de beber, cual "rip-off" italiano, de diversas fuentes europeas de horror turbio y festivo. Sweeney acompaña con una operación destinada a alimentar el morbo en torno a su propia figura estelar, en una nueva muestra de la inteligencia y sentido del cálculo de la actriz y productora, pero Immaculate, más allá de cierto concepto de guion irreverente y su afán sangriento, no consigue desenredar nada, ni mucho menos llamar la atención más allá de momentos puntuales y de, cierto es, un desenlace bastante macarra.

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