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'El último verano', el realista retrato del amor entre una abogada y su hijastro adolescente

El último verano, ya en cines, es una mirada sincera y dura a una relación tóxica desde su misma concepción.

El último verano, ya en cines, es una mirada sincera y dura a una relación tóxica desde su misma concepción.
Mad Avenue

Directora de provocadores dramas con un evidente reclamo erótico, Catherine Breillat reincide tras Romance X en la problemática moral del deseo humano, particularmente el femenino, con la historia de una mujer madura que entabla una relación consentida pero secreta con su hijastro adolescente. Campo abonado para la polémica ,en efecto, que Breillat desde luego no evita en El último verano. La película, demasiado severa y antipática en ocasiones, parece concebida precisamente para formular preguntas sobre hipocresía (la nuestra y la de los personajes) así como el complicado reparto del papel de víctimas y verdugos en un caso en el que, para más inri, la protagonista es abogada de menores.


La película mostrada en Cannes narra de manera distante el romance incontrolable entre adulta y adolescente sin, aparentemente, implicarse moralmente en el asunto. Lo que sí hace Breillat es repartir estratégicamente puntos de referencia -los casos de la abogada protagonista, sin ir más lejos- donde sin subrayados sí ofrece un mínimo asidero legal para contextualizar el drama familiar. Lo que prima, en todo caso, es la mirada vertiginosa a una relación abiertamente sexual que funciona como una fuerza de la naturaleza, no sabemos si del todo inevitable, y también a la institución familiar concebida aquí como una estructura opresiva y amoral (por diversas razones que mejor no desgranar) sobre todo en su encarnación más biempensante, esa burguesía votante de Macron que cultiva su particular culto a las apariencias.

Todo parece abocado a la tragedia en un filme que admite diversas miradas y que, cual thriller sentimental, incluye un diabólico giro final. Si la abogada encarnada por la excelente Léa Drucker es una pedófila enmascarada, o si el joven no resulta tampoco lo que esperamos de una víctima, es porque El último verano es una película sobre la impostura, no sobre los abusos, sobre la naturaleza incontrolable e incorrecta del amor y no sobre la moral y el ejemplo. Una horrible línea sobre la que caminar, en efecto, para la cual Breillat sacrifica algunas cosas: lo primero, el romanticismo, en una decisión que ya dice mucho, aunque a la vez el espectador se quede sin asideros tradicionales. Uno no puede evitar desear sentir algo por dos farsantes disfrazados de conformistas de clase media-alta, y la película en todo momento nos lo niega, pero afortunadamente y pese a un comienzo un tanto displicente, no aburre.

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