
Una huérfana criada en un orfanato y un grupo de chicas del conservatorio de San Ignacio intentan tocar en armonía en ¡Gloria!, un debut en el largometraje, el de la italiana Margherita Vicario, lastrado por cierta inconsciencia. Y no nos referimos a la falta de talento de sus protagonistas, un equipo de mujeres capaz de sobrepasar en talento a su capellán, sino a la de la propia película a la hora de destacar sus propias virtudes.
Atrapada por la habitual doctrina de nuestros días, esa más ocupada en declarar de manera concluyente el talento oculto de una serie de heroínas ocultas por la historia, Vicario solo toca aquí y allá los aspectos más interesantes del relato, cómo las reglas y afán de trascendencia ahogan el arte en un rancio clasicismo representado aquí por el apático capellán, y cómo la anarquía creativa de la protagonista, un bicho raro incluso dentro del grupo de menospreciados talentos femeninos, alienta el arte y alimenta la pasión perdida en el proceso creativo.
¡Gloria! es por ello una película agradable pero también algo insatisfactoria, que bebe de los anacronismos musicales para crear humor y dinamismo pero que no sabe explotar ni la comedia ni el drama que se derivan de ello, tomando un tanto a la ligera el legado barroco que maneja. Vicario liquida con típicos montajes la evolución de los personajes, interesada solo por la moral feminista, descuidando los personajes masculinos y, con ello, perjudicando el retrato de su propia heroína, una joven Galatéa Bellugi, cuya mirada curiosa y dramática trasciende la revisión historicista del siglo XVIII de su debut. El mensaje de ¡Gloria!, el de las compositoras ocultas por la propia Revolución que las iba a salvar, queda en el relativo anonimato por una película amable, pero un tanto diluida.

