
En algún lugar de esta Capitán America. Brave New World hay una buena película de superhéroes, un legítimo intento para repetir el éxito de El soldado de invierno (quizá uno de los mejores films Marvel) o, en cierto modo, Black Panther, por la naturaleza del conflicto narrado. Pero en algún momento de su desarrollo, copiosos re-rodajes y algunos problemas e indecisiones más, esta película desapareció en favor de una de Marvel meramente funcional, alimenticia, con algún error de bulto (la apuesta por algunos personajes secundarios es totalmente fallida, y nos referimos a Joaquín Torres) y una presencia, la de Harrison Ford, que acaba resultando el verdadero bote salvavidas del film. Brave New World acaba por no reflejar ningún nuevo orden mundial, pero al menos puede ser disfrutada si uno dispone de cierto interruptor mental.
Apoyándose en un film inmerecidamente olvidado dentro de la mitología de la casa, El increíble Hulk de Louis Leterrier protagonizado por Edward Norton justo antes del trasvase de la marca a Disney, Brave New World sitúa al general Thaddeus Ross, antes interpretado por el fallecido William Hurt y aquí por Harrison Ford, como presidente de los Estados Unidos. El que fuera estratega de la persecución a los superhéroes se presenta ahora como abanderado de la democracia, haciendo pensar a Sam Wilson, nuevo Capitan América (un correcto, sin más, Anthony Mackie) que algo se cuece entre bambalinas.
La película que dirige Julius Onah, probablemente con la férrea mano de un comité dirigido por Kevin Feige a sus espaldas, no profundiza en las heridas nacionales de un país dividido, evidente metáfora de unos Estados Unidos reales, pese a la referencia en el título a Un mundo feliz de Huxley. Una vez el film abandona la idea de convertir a Ross en una suerte de Donald Trump, o al menos no insistir pesadamente en ramificaciones políticas, abunda en una intriga conspiranoica que sin embargo Onah no sabe, no puede convertir en algo medianamente interesante, como sí lograron los hermanos Russo en El soldado de invierno. Solo la interesante banda sonora de Laura Karpman intenta hacer algo al respecto distanciándose un poco de la habitual fanfarria de la música Marvel, dando la impresión de que este film ha sido aligerado en algún momento de su confección.
Sin poner el foco en nada concreto pero avanzando a ciegas hacia delante, cunde la impresión de que algo falla en Brave New World, película presupuestada probablemente en los habituales 250 millones pero afectada de unos, en ocasiones, mediocres efectos visuales (el cómo hayan influido esos "reshoots" en el resultado es una cuestión a valorar). Por suerte, el film usa masivamente a Harrison Ford, único personaje verdaderamente complejo de la aventura y, quizá, verdadero protagonista de la misma. El actor maneja las múltiples sombras y contrariedades de un antagonista vulnerable con la seguridad de, 1) no pertenecer a esta fiesta, y por tanto jamás abandonar su sentido del humor, y 2) interpretando con seguridad un personaje que antes que un villano es un padre y marido.
Cabe, por tanto, valorar como espectadores qué necesitamos realmente de un blockbuster, de un film Marvel como los que hemos degustado desde hace más de quince años, alimentando casi en solitario las arcas de Hollywood y el estudio durante ese tiempo. ¿Qué necesitamos realmente de una película de cine? Si uno es capaz de tolerar la falta de progresión del argumento, cómo el propio film desaprovecha sus posibilidades en favor de un actioner de serie B que bien podría haber sido una serie de Disney Plus (y no pasa nada: el capi empezó su andadura en cine con nada menos que Albert Pyun), Brave New World puede funcionar. No es tan grave. Si creíamos que el estudio iba a volver a lo grande tras varias intentonas frustradas al tipo de cine con el que se ganó la opinión pública (y crítica) hace unos años, el nuevo Capitan América no es exactamente esa película, aunque sí una como Thor: el mundo oscuro, Iron Man 2 y demás ocasiones fallidas en el estudio (recibidas, por cierto, con todo tipo de alabanzas en su momento).
En medio de todo, la recepción probablemente injusta a una película que apenas trata la raza del personaje, que aboga por intentar entenderse con la otra mitad del espectro norteamericano, quizá por temor a lo que pueda llegar (y finalmente llegó) en las elecciones. Pero eso ya pertenece a las manías y expectativas del público norteamericano que va a recibirla, y que quizá ignorará las buenas maneras de la secuencia aérea previa al clímax, o incluso la diversión de ver a Harrison Ford destrozando la Casablanca como Hulk Rojo.

