La inteligencia artificial se ha convertido en un tema de actualidad, no del futuro, y en los últimos meses la producción de películas y series al respecto parece haberse multiplicado. De modo que, si antaño la IA era cosa de relatos de ciencia ficción como Terminator, su desembarco en nuestras casas ha facilitado que el thriller doméstico aborde el tema como antaño lo hizo, por ejemplo, con los vecinos cotillas, asesinos en serie o ladrones inesperados.
Cassandra es una miniserie alemana de Netflix disponible en su totalidad hace unos días, y demuestra un par de cosas. En primer lugar, la fabulosa permeabilidad de los géneros citados arriba, en tanto la serie convierte la clásica mitología gótica de la casa encantada en una oportunidad para reflexionar sobre los peligros informáticos… y más tarde sugerir otras derivas más existenciales, que incluyen una interesante disertación moderna sobre la naturaleza del fantasma.
Segundo, y esta vez sí que es malo, que la narcotización en varias subtramas de las series televisivas, repletas hasta arriba de los clásicos estereotipos de actualidad para "enganchar" a todos y cada uno de los miembros de la familia (y centradas la mayoría de ellas en cuestiones de género… pero de género humano) puede perjudicar enormemente la integridad e interés del producto.
Ese es el caso de Cassandra, que en un momento dado decide que es mejor disgregarse en drama amoroso, drama de instituto y drama con todo tipo de abusos de por medio, que mantener su atención más o menos bien centrada en la amenaza electrónica con la que da comienzo. La tensión se diluye, el malsano sentido del humor se resiente (el aspecto más voyeur de la IA y la inevitable presencia de una piscina) y esa interesante mezcla de ciencia ficción y melodrama a lo Todd Haynes, con un gótico secreto del pasado a desentrañar, desaparece por el camino.
Una pena, porque hay males que la serie dibuja con inteligencia mediante un diseño de producción adecuadamente retro. El contraponer un thriller de ciencia ficción especulativa con un melodrama criminal ambientado en el pasado parecía una idea formidable para llenar un puñado de capítulos, pero Cassandra decide, por razones que me son ajenas, que sus personajes son más interesantes que todo aquello y ha de dedicarles infinitos minutos de desarrollo, de puro y duro relleno.