
Preñada de terminología gamer como "NPC" (No Playable Character), sandbox (creación de un entorno virtual sin limitaciones) o del propio videojuego que adapta, Una película de Minecraft encuentra en su propio descaro su mejor virtud. Otra cosa es que la nueva franquicia cinematográfica basada en un videojuego realmente albergue las virtudes de lo que hasta ahora se ha podido considerar una buena película.
Aunque tanto da, en base a los más de 150 millones de dólares amasados solo en EEUU (el doble contando el resto del mundo) durante sus primeros tres días de exhibición (por contextualizarlos, muchos más que los apenas ochenta y tantos de Blancanieves durante sus primeras tres... semanas) han doblado las expectativas de los analistas y del estudio, situándola de ya como una de las sensaciones cinematográficas del año.
Si bien el film dirigido por Jared Hess permite al director de Napoleon Dynamite o Nacho Libre mostrar su gusto por los personajes excéntricos y marginales, al menos en su primer acto "realista", la aventura que propone, ciertamente basada en trabajos previos como Jumanji (tanto la original ocmo las dos secuelas protagonizadas por Dwayne Johnson y el propio Jack Black) resulta tan rápida, dinámica e histérica que es imposible aburrirse.
Nada en esta Minecraft, sin embargo, evoca el "sense of wonder" o sentido de la maravilla de films de fantasía familiar míticos donde un personaje infantil traspasa las barreras de su propia realidad, solo una solvente plasmación de ese modelo de entretenimiento llamado a convertir a imágenes cinematográficas una IP más o menos popular. Y la del sandbox Minecraft parece ser abundante, pese a prescindir de presentaciones dramáticas y cualquier amago de desarrollo de personajes.
El film luego paga los platos rotos, con unas raquíticas relaciones o caracterizaciones psicológicas. Pero Hess recurre a lenguaje visual icónico en el que combina sus conocidos planos simétricos a lo Wes Anderson, que desde el comienzo nos sacan de la realidad, para decorar la colorida aventura. En Una película de Minecraft la subcultura retro y nostálgica de los videojuegos de 8 y 16 bits, representadas en el "white trash" interpretado por Jason Momoa (no por casualidad el objeto de las burlas más crueles del film) se combina con la dinámica de juego del videojuego moderno que representa Black, erigido aquí en manual de instrucciones de la propia película en un personaje que evoca la emoción del de Robin Williams en Jumanji, pero sin la humanidad de aquel.
Pero nos movemos ya en una lógica distinta a todo aquello. El objetivo de la aventura de mundo abierto recurre al antiguo pixel, convertido aquí en un elemento esencial de valor narrativo similar al del tesoro de Willy el Tuerto, hermanando lenguajes al tiempo que erige una nueva franquicia cinematográfica tan autoconsciente como la citada Jumanji o Barbie, desprovista al menos de todo adoctrinamiento ideológico y con notable trabajo de efectos especiales chiflados.
El resultado es un esfuerzo por traducir a imágenes la dinámica de un videojuego de mundo abierto pero sin la impresión de gozar de un ápice de su libertad; una aventura que en ocasiones necesita del libro de instrucciones que antaño se incluía en el propio videojuego, pero también una fiesta que de alguna manera absorbe al espectador mínimamente interesado en un desbarre que va a toda velocidad. Que Jack Black y Jason Momoa estén tan entregados a un film que ha doblado expectativas en la taquilla (y que revalida, por tanto, a los videojuegos como la próxima fuente a desarrollar en el largometraje) dice algo que no se puede echar por tierra: Una película de Minecraft no es un estrafalario juguete de nicho o un menospreciable producto de mercadotecnia, sino la plasmación de los deseos de todo un mercado que estaba ahí y que hasta ahora no se ha querido o sabido ver.

