El terror a pleno sol de Midsommar, uno de los últimos iconos del género de terror y principal valor actual del denominado folk-horror, es una de las referencias vitales de Ritos ocultos, un terror británico filmado con bastante competencia por William Brent Bell (La huérfana. Primer asesinato, The Devil Inside) y que apuesta por recuperar, sin una especial originalidad pero a la vez sin maniobras nostálgicas, el horror pegado a la tierra y las raíces paganas de El hombre de mimbre.
Puede que Bell no esté siendo especialmente refinado a la hora de ocultar sus referencias, pero sí existe cierta sofisticación formal en Ritos ocultos que permite conceder una evidente dignidad y oficio a la película. La presencia de Ralph Ineson, contundente actor británico con una aparición destacada en La Bruja de Robert Eggers (precisamente el film sobre tradiciones paganas más aplaudido de los últimos años), acaba de redondear el círculo de referencias manejadas por el norteamericano.
La desesperada búsqueda de la reverenda Rebecca (Tuppence Middleton), que busca a su hija desaparecida en medio de la celebración anual de la cosecha de un pequeño pueblo irlandés, permite descubrir la cara oculta de una comunidad rural al tiempo que se desgrana ante el público una cierta angustia existencial a través de los ritos y costumbres de una comunidad que no es exactamente lo que parece.
Ritos ocultos es muy típica si se conoce el género, pero el horror fuertemente arraigado en el folclore es un subgénero que requiere de ciertas cualidades narrativas y, hasta cierto punto, habilidad. Aunque William Brent Bell manifiesta cierta querencia por los sustos, la narrativa solo aparentemente contenida y creación de atmósferas de cineastas como Robert Eggers y Ari Aster, la película no engaña ni tampoco lo pretende. Se trata de una serie B derivada de esa veta A24 que domina el género pero realizada con eficacia artesanal y conocimiento real del tema, realizada con cierta elegancia y en cuyas ansias por no trascender (pese a los insignes referentes) se haya precisamente su setentero encanto cinematográfico.