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Pedro de Tena

El esperpéntico oráculo de Atapuerca

Ha habido, al menos, un lugar español para la emisión de oráculos. Si no tan célebre como el de Delfos, tuvo gran prestigio cortesano.

Ha habido, al menos, un lugar español para la emisión de oráculos. Si no tan célebre como el de Delfos, tuvo gran prestigio cortesano.
Gran estalactita del salón de las estatuas | Archivo

El más famoso oráculo fue el de Delfos, sobre todo por la respuesta dada a un polémico ateniense al que desveló que era el hombre más sabio del mundo por saber que no sabía nada. Pero ha habido, al menos, un lugar español para la emisión de oráculos. Si no tan célebre como el griego, tuvo gran prestigio cortesano, a tenor de los personajes que le consultaron futuros y posibles. Inexplicable, desde luego, teniendo en cuenta que no respondió a nada de lo que le requirieron.

Antes de que el paraje de Atapuerca fuera sede oracular de las importantes revelaciones del Homo antecessor a las exitosas excavaciones del equipo del paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, Atapuerca era una población burgalesa además de una sierra, un valle de famosa batalla fratricida y, como siempre desde hacía milenios, se supiera o no, una cueva, o mejor, un conjunto de cuevas.

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La llamada "cueva de Atapuerca", que pasa por ser la principal, era bien apreciada ya en 1868, año en que los ingenieros de minas Sampayo y Zuaznavar la describieron con planos y detalles e incluso conjeturaron sobre su "íntima relación con el origen de la especie humana".

Estos ingenieros apuntaron que la cueva era conocida desde antiguo. Refirieron signos que dataron en el siglo XIII y encontraron esqueletos, seguramente muy antiguos. Testificaron la presencia de los árabes e constataron cómo incluso un fraile espeleólogo y precursor de grafiteros, dejó escrito en una gran estalactita cónica: "Fray Manuel Ruiz, 22 de Octubre de 1645".

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Pero nuestro propósito es contar lo que pasó en 1527 -o en 1520, que se dan las dos fechas [2] -, en una de sus cuevas, ni siquiera sabemos en cuál de ellas, seguramente en la más relevante y mencionada ya como la "Cueva de Atapuerca". Si es cierto, algo poco probable, lo que contó Francesillo de Zúñiga en la Crónica [3] que dirigió al emperador Carlos V, el recinto de unos pronósticos solicitados fue una cueva que estaba en Atapuerca. Se trata, pues, del oráculo de Atapuerca, como tenemos el atrevimiento de llamarlo, a pesar de que no alumbró ninguno.

Viene a cuento esta consideración porque acaba de publicarse el libro Manuscrito del fuego, el tercer Manuscrito que da a la luz su autor, Luis García Jambrina y del que ya se ha dado noticia en estas páginas de la sección de Cultura. En este último, trata del asesinato del conde don Francés de Zúñiga, como gustaba titularse este "agudo decidor", expresión equivalente por entonces a bufón [4], hombre de placer, truhan o agradaor de la época. Francés o Francesillo fue el más famoso gracioso, con notables dotes para la caricatura verbal incisiva, de nuestro insigne Carlos V, su "cesárea católica majestad".

Lamentablemente, el pesquisidor Fernando de Rojas - relator un día de las andanzas de La Celestina -, encargado como estuvo de la investigación del asesinato del conde, no pudo hurgar, como tal vez hubiese deseado, en los sucesos que tuvieron lugar en la cueva de Atapuerca, en la provincia de Burgos, en 1527. Bastante tenía con desentrañar la identidad de la mano criminal que acabó con la vida y las andanzas del odiado chistoso.

Don Francés, del que se ha dicho que tenía "sal negra", sembraba enemigos, claro está. Se tomaba licencias insultantes y era un motejador de excepción. Ni el severo y circunspecto, casi tétrico, cardenal Cisneros escapó a las estocadas de su lengua: "Gobernó (dice) el ilustre y serenísimo señor cardenal de España, don fray Francisco Jiménez, que parecía galga envuelta en manta de jerga". Tampoco Garcilaso, al que aparejó como "grave y melancólico". Meramente lo que contó sobre lo que pasó en nuestra cueva era para que alguna venganza lo hubiera borrado del mapa de los vivos porque la posteridad sigue riéndose de algunos de los que allí quedaron retratados.

Viajemos con aquel grupo de notables ese curioso día, casi con toda certeza de 1527. Digamos, eso sí, que fuese cuando fuese, Francesillo de Zúñiga ya era el chancero preferido de Carlos I, recién llegado a España desde su imperio germano. En la versión [5] de Pascual de Gayangos, que actualiza Pilar Guibelalde, el capítulo LXXXIV (capítulo XLVII, según el más reciente estudio de José Antonio Sánchez Paso) se titula "De una monstruosidad que en este tiempo apareció en una cueva y de las grandes maravillas y espantos y cosas que allí fueron vistas".

Los protagonistas de la jornada oracular fueron don Luis Sarmiento, conde de Salinas, y don Diego Sarmiento, su primo, criado de su majestad, y Juan de Cartagena, vecino de Burgos, y Alonso de Padilla, hijo de Juan de Saldaña, veedor de la muy alta Emperatriz y Sancho Cota, secretario de la Emperatriz, entre otros que llegaron a sumar, he contado sin repasar, veintiuno.

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Antonio de Guevara

De los demás, destaquemos a fray Antonio de Guevara, predicador "parlerista y coronista (cronista)", a la beata Petronila, a la abadesa de Las Huelgas y al obispo Garay. Completan la lista de la excursión canónigos, frailes, funcionarios de alto vuelos y hay que suponer, y así lo hacemos, que en ella tomó parte el propio Francesillo de Zúñiga. O tal vez no.

Todos estaban enterados que en aquel paraje, donde el rey Fernando I de Castilla – en el texto se escribe Sancho -, venció a su hermano García Sánchez en 1054, "había una gran cueva, admirable é espantosa de ver, que se creía ser hecha por manos de Dios". En ella se presumía la existencia de secretos y monstruos.

Sobre todo, nos interesa que en ella "había muchas revelaciones de gentes que en el aire de dentro andaban y se formaban voces que respondían a los que algo les preguntaban ódemandaban cuando algunos se osaban llegar a la cueva".Pues dicho y hecho, encabezados por el conde de Salinas, entraron en la cueva hasta que se oyó una voz que dijo: "Conde, ¿qué demandas? No pases más adelante ni tus compañeros".

En ese justo momento comenzó el oráculo esperpéntico porque el Conde, aunque aterrorizado, contestó a la voz que quería preguntarle algunas cosas. Las consultas formuladas mueven hoy al más intenso cachondeo, si bien podrían responder a las supersticiones y creencias de la época, a menos, claro, que hubieran sido fruto de una organizada tomadura de pelo con base en la credulidad de los presentes.

Tómese nota. El Conde de Salinas inquirió si don Diego de Villandrando, conde de Ribadeo, había arribado ya al purgatorio; si los dineros que presta el duque de Béjar servían para algo; si era verdad que algunos habían tomado la mitad (amistad, reseña Sánchez Paso) del, o en el, campo de Josafat; si el condestable de Castilla iba a ser continente o no; si el Almirante de Castilla iba a casarse y si habría festejos en la boda de su hermano.

Además, dijo: "Señora voz , si al conde de Nasao se le muriese el licenciado Pisa, y a Antonio de Fonseca ratones le comiesen sus escrituras, quid juris", expresión latina que viene a cuestionarse qué se ajustaría a Derecho en tal caso o cómo se sabría qué norma es aplicable.

Siguió curioseando, adelantando líneas "si don Juan de Aragón, arzobispo de Zaragoza, é don Juan de Lanuza muriesen en vida, si sería el uno san Simón é el otro Judas…e si el comendador mayor de León, don Fernando de Toledo, parece murciélago blanco muerto con pantuflos, ó pisada de gato en levadura, que así lo afirma don García de Toledo, en los Proverbios que escribió a la ciudad de Jerez de la Frontera…"

Pero también preguntaron otros. Por ejemplo, fray Antonio de Guevara, de elevadas miras espirituales y luego obispo de Guadix, interrogó a la voz: "Querría saber, señora voz, si tengo de ser mejorado en algún obispado, é que fuese presto…é si han de creer todo lo que yo escribo". Además, quiso averiguar si doña Ana Manrique "ha de ser casada con el conde de Lemos o con el duque de Calabria, o si ha de ser la hada Morgana, o Juan de Espera en Dios".

Por último, Pero Hernández, tío del alcalde de los Donceles, exclamó: "Señora voz, quisiera saber si han de tornar a entrar en España los árabes porque querría que fuese en mi tiempo, porque se tornasen a usar los tahelíes é quijotes". Tahelí o Tahalí era, dice María Moliner en su diccionario de uso, una "caja de cuero pequeña en que los soldados moros llevaban el Corán y los cristianos reliquias y oraciones", o una correa donde colgar la espada. Quijote era una pieza de la armadura de guerra que cubría el muslo. Se deduce que estaba deseando volver a la reconquista.

Seamos hipertataranietos de los caníbales de Atapuerca o descendientes de la africana Eva mitocondrial, como bromea Eslava Galán en su crónica escéptica de la Historia de España, es casi seguro que entre nosotros habrá parientes lejanos de aquellos crédulos por lo que debemos moderar las carcajadas ante tamaño esperpento, que, por cierto y es natural, encantaba a Valle Inclán.

No hay duda del conocimiento de la cueva de Atapuerca, al menos desde el siglo X, pero sí hay dudas razonables de si, en realidad, tuvo lugar aquella expedición al pretendido oráculo situado a "tres leguas" de Burgos. Tal vez fue un invento del conde don Francés para ridiculizar a algunos de los que incluyó en la comitiva. Téngase en cuenta, por ejemplo, que fray Antonio de Guevara, que sale bien perjudicado, era, nada menos, que cronista de Carlos V. Sastre de oficio en origen nuestro bufón, no daba puntada sin hilo.

Por si acaso, de Guevara dejó escrito en su Menosprecio de la Corte y alabanza de la aldea:

Una de las grandes desórdenes que hay en las Cortes de los Príncipes, es, que más dan al chocarrero porque dixo una gracia; al truhan, porque dixo á la gala, a la gala; al bien hablante, porque dixo una lisonja ; a una cortesana, porque da un favor ; y a un correo , porque trae una nueva, que a un criado que sirve toda su vida.

E insiste en que lo mejor de la aldea es "que no hay truhanes que te cohechen". Donde las dan, las toman.

El injustamente olvidado Ricardo García Damborenea, seguramente harto de ellas, escribió un más que útil Diccionario de falacias lógicas. Una de ellas era la siguiente:

—El hombre de Atapuerca empleaba la falacia ad ignorantiam. ¿Puede usted probar lo contrario?
—No.
— Luego es cierto

Mutatis mutandis, don Francesillo de Zúñiga organizó o se inventó en Atapuerca una broma irreverente para escarnecer a algunos cortesanos. ¿Puede probarse lo contrario? No. Luego, al menos, puede ser cierto y, en todo caso, la narró como si lo fuera.

Con sus hechuras, no es de extrañar que bien pronto el conde don Francés perdiera el favor imperial descendiendo peldaños sociales hasta el alguacilato de Béjar. Más aún, siendo joven todavía, a los 52 años, fue acuchillado en las calles de su ciudad por manos que quedaron impunes hasta el Manuscrito. Tal vez los versos de un romance anónimo que aluden a un tal "francesillo, el de las cuchilladas" se refieran a él.


[Titular] Valle Inclán lo admiraba, como Quevedo antes.

[2] La discusión sobre fechas, textos y realidad de esta visita a Atapuerca puede leerse, brevemente, en un trabajo de Ana Isabel Ortega y Miguel Ángel Martín que se encuentra fácilmente en Internet.

[3] Hacemos caso principalmente de la Crónica de don Francesillo de Zúñiga, criado privado, bienquisto y predicador del emperador Carlos V, dirigida a su Majestad por el mismo don Francés, que se halla en la Biblioteca de Autores Españoles, tomo XXXVI de la colección, Madrid, 1871. El texto rescatado por Pascual de Gayangos no es el más "científico" pero para nuestro propósito es más que suficiente.

[4] Francesillo no era deforme pero sí bajo y gordo, según la Enciclopedia de Navarra.

[5] Hay 22 manuscritos diferentes de su Crónica.

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