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Iñaki Arteta

El legado de ETA

Habrá que intentar desde la ciudadanía no dejar fisura alguna para que se cuele ni una línea del discurso filoterrorista entre las posibles narrativas que oculten la única verdadera: No tuvo razón de ser su extrema violencia.

Habrá que intentar desde la ciudadanía no dejar fisura alguna para que se cuele ni una línea del discurso filoterrorista entre las posibles narrativas que oculten la única verdadera: No tuvo razón de ser su extrema violencia.
Grafiti en el que se lee "ETA gracias" en Bilbao en mayo de 2018 | Cordon Press

¿Empezamos a dar crédito a una banda de criminales? Se trata de una organización clandestina terrorista, luego esperar que pueda arrepentirse de sus tremendos hechos a lo largo de tantísimo tiempo parece ilusorio. He dicho "banda de criminales" y con esta denominación ya hay quien en mi tierra se remueve en su asiento. "Es que no son exactamente una banda de criminales". Ese es el primer problema que tiene gran parte de la ciudadanía vasca, alguna parte de la española y mucha de la clase política, que no equipara ETA con otros grupos terroristas que han existido o existen pero con idéntica actividad: atemorizar a la ciudadanía e intentar influir en la política para conseguir sus objetivos.

¿Que se quieren "blanquear" y poner el "contador a cero"? Lógico.

¿Que quieren salir de las cárceles cuanto antes? El lendakari les ayudará un poquito: "Urkullu admite que trabaja para acercar a los presos de la banda", titular de estos días. Esto ya parece menos lógico, pero es importante llegar a entender por qué el nacionalismo emplea en esta causa su sensibilidad humanitaria.

¿Que "limpian" sus pistolas antes de entregarlas para bloquear cualquier investigación que esclarezca los asesinatos sin resolver? ¿Que propagan la coherencia de su historia? Pues claro, pero ¿qué queremos?

¿Todavía hay quien puede esperar algo de "corazón" en sus mensajes? En todo caso el problema no debería ser lo que dicen o hacen ellos como colectivo desde su (invariable) lógica totalitaria disfrazada de altruismo, sino nuestra actitud ante ellos. El problema es que todos y cada uno de los ciudadanos de bien de este país (incluidos los políticos) ya deberíamos tener claro cómo contar lo sucedido y qué lecciones extraer de nuestros comportamientos pasados frente al hecho terrorista.

No está el país como para salir de dinámicas relativistas o populistas ni de la mezcla de ambas, lo sé, pero habrá que intentar desde la ciudadanía, ¡sobre todo desde la ciudadanía! no dejar fisura alguna para que se cuele ni una línea del discurso filoterrorista entre las posibles narrativas que oculten la única verdadera: No tuvo razón de ser su extrema violencia.

La actualidad, que nos aturulla con todo tipo de discusiones y la tranquilidad de que lo de ETA deje de agobiarnos, nos impedirá constatar que lamentablemente el proyecto de ETA continúa en las aspiraciones independentistas de cualquiera de los nacionalismos que, en diferentes grados, habitan la España de hoy. Apoyados por un populismo comprensivo con cualquier movimiento de ruptura, ninguno de ellos mira con gesto de desprecio los últimos movimientos de ETA porque en realidad su actividad heroica les fascinó durante todos estos años y cualquiera de ellos defenderá de una manera u otra la legitimidad de su trayectoria, justificará (en el franquismo, claro) su irremediable opción por la violencia y aplaudirá con las orejas la benevolente actitud de la Organización de cerrar su industria justiciera. Estamos más rodeados de lo que nos imaginamos (no sé si más que nunca) de conciudadanos que han comprado este dañino discurso.

¿Cuál será el legado de ETA? El que nuestras sanas, pero perezosas, convicciones democráticas consigan construir y transmitir a las próximas generaciones. A la Historia.

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