Hernán Cortés conquistó Tenochtitlán en 1521, en 1525 se erigió la diócesis de Puebla como sufragánea de la archidiócesis de Sevilla, en 1535 se fundó el virreinato de Nueva España y en 1571 Felipe II designó a Acapulco como puerto para el tráfico con Asia.
Sin embargo, al Imperio español le costó casi doscientos años más extender su dominio al norte del Bajío (Guanajuato, Aguascalientes, Guadalajara), el centro productor de cereales, por el Camino Real de Tierra Adentro, y hasta el río Bravo.
Las inmensas soledades, la hostilidad de los indígenas (sobre todo los apaches), la falta de alimentos y la ausencia de riquezas desalentaban la colonización. Sin embargo, de acuerdo con la bula papal que legitimaba la presencia española en América, muchos misioneros marchaban al norte para predicar el cristianismo. Los virreyes también enviaban pequeñas unidades de soldados a fin de asentar la autoridad real y frenar las correrías de los indios salvajes.
El Imperio español fue uno de los más pacíficos del mundo. Las tropas reales eran escasísimas en comparación con la extensión y la población, y se concentraban en las capitales y los puertos para enfrentarse a los ataques de piratas y de las flotas de otras potencias. Pero en sus bordes halló fuertes resistencias indígenas, tanto en la Patagonia como en Norteamérica. En el Reino de Chile, la mitad de las fundaciones de ciudades, entre la conquista y la independencia, incluyó fortificaciones para protegerse de los temibles araucanos.
El sistema de población, dirigido por jesuitas y franciscanos como fray Junípero Serra, consistía en una misión, un edificio con materiales sólidos y muros altos, en torno a la cual se agrupaban los indios cristianizados, los colonos españoles si los había y una pequeña guarnición.
Muchas de estas misiones eran ruinosas económicamente, pues no extraían ningún mineral ni podían comerciar; se dedicaban a difundir el Evangelio y a la economía de subsistencia.
Cuando los españoles hacían las cosas por primera vez
En 1691, el virrey Gaspar de la Cerda y Mendoza nombró gobernador a Coahuila y Texas a Domingo Terán de los Ríos, que lo había sido antes de Sonora y Sinaloa, para reconocer el territorio, pacificarlo, expulsar a los extranjeros y erigir siete misiones. En su expedición, Terán de los Ríos descubrió el río San Antonio, llamado así en honor al santo portugués.
Mientras en España se libraba la guerra de Sucesión, el franciscano Antonio de Olivares, nacido en 1630, recorrió la cuenca del San Antonio y, con la ayuda de los indios payayá, el 1 de mayo de 1718 fundó la misión de San Antonio de Valero, una de las cinco que hubo a lo largo del río. La operación se completó el día 5 con la fundación por Martín de Alarcón, gobernador de Coahuila, del Presidio de San Antonio de Béjar a poco más de un kilómetro.
La colonización se completó con el envío por la Corona de quince familias canarias, que zarparon de Santa Cruz el 27 de marzo de 1730 y llegaron a San Antonio en junio de 1731. Trajeron semillas y las técnicas de regadío que empleaban en sus islas. De acuerdo con la tradición española, constituyeron un municipio, denominado San Fernando de Béjar (uniendo el nombre del príncipe de Asturias al de Béjar), y el 1 de agosto de 1731 formaron el primer cabildo.
Entonces los españoles, como nuevos Adanes, hacían las cosas por primera vez. Fray Antonio celebró la primera misa en Texas, San Fernando fue el primer municipio y Juan Leal Goraz, natural de Lanzarote, el primer alcalde texano.
A mediados del siglo XVIII, la misión, el presidio y el municipio tenían poco más de 1.000 habitantes. En la misma época, ante la expansión de otros poderes europeos en Norteamérica (rusos en el Pacífico, y franceses y británicos en la cuenca del Mississippi), las autoridades españolas, tanto de Madrid como de México, ordenaron nuevas expediciones y fundaciones, así como incluyeron a las misiones y los presidios ya establecidos en dispositivos militares.
San Antonio de Béjar formó parte de la Línea de Mar a Mar (del golfo de México al mar de Cortés) propuesta por el marqués de Rubí, que entre 1766 y 1769 recorrió unos 12.000 kilómetros en Nueva Galicia, Nueva Vizcaya, Nuevo México, Sonora, Coahuila, Texas y Nayarit.
A finales del siglo XVIII, la misión se abandonó y se convirtió en cuartel de una compañía de lanceros españoles que se supone la llamó El Álamo.
Los colonos traicionan a México
El problema para el control de esos inmensos páramos, llanuras y quebradas era la escasez de población. Y algunos se aprovecharon.
Incluso antes de la independencia de México (1821), a Texas empezaron a asentar ciudadanos de Estados Unidos. Las autoridades mexicanas fomentaron esta migración porque los preferían a sus propios nacionales: eran rubios, protestantes y en ocasiones masones, mientras que la mayor parte del pueblo mexicano era católica, mestiza y hasta realista.
Una de las pocas cosas buenas que realizaron los independentistas mexicanos fue la abolición de la esclavitud. Y el mantenimiento de sus esclavos, así como la caducidad de la exención de impuestos prometida a los colonos y la llegada de tropas mexicanas, constituyeron los motivos para la secesión de los novo-texanos en 1835.
En octubre de ese año, los rebeldes sitiaron San Antonio, en poder de los mexicanos, y lo tomaron en diciembre. Posteriormente, se libró la batalla del Álamo. Entre el 23 de febrero y el 6 de marzo, un número no superior de 300 separatistas resistió en la misión a un ejército de 1.800 soldados mexicanos mandado por el propio presidente, el general Antonio López de Santa Anna, uno de los políticos y militares americanos más ineptos del siglo XIX.
Aunque los mexicanos quintuplicaban a los sitiados y disponían de artillería para bombardear unos muros preparados sólo para resistir ataques de indios, la batalla fue para ellos una victoria pírrica: tuvieron el doble de bajas que los texanos.
La guerra concluyó gracias a la captura de Santa Anna por los rebeldes en la batalla de San Jacinto (21 de abril de 1836), a 300 kilómetros de San Antonio. ¡Los texanos sorprendieron a los mexicanos durmiendo la siesta, sin centinela alguna! En menos de veinte minutos, mataron a casi 700 soldados. El caudillo Samuel Houston obligó al dictador mexicano a firmar el Tratado de Velasco.
Recién instaurada la República de Texas, Houston propuso a EEUU su anexión, pero el presidente Jackson se opuso porque el nuevo estado se uniría al bloque esclavista. Houston estableció la capital en Austin, a unos 130 kilómetros al norte de San Antonio, y también invadió Nuevo México, territorio todavía mexicano, pero la columna texana fue derrotada.
Cuando el Congreso de EEUU aceptó la incorporación de Texas (1845), estalló otra guerra. Por el Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848), México tuvo que reconocer la independencia de Texas y su frontera en el río Bravo, en vez del río Nueces, y perdió California, Arizona, Nevada, Nuevo México y Utah. Poco después, en 1850, San Antonio registró 3.488 habitantes.
De un villorrio a la séptima ciudad de EEUU
Tanto San Antonio como Texas conocieron en menos de cincuenta años seis soberanías: el Reino de España, el Imperio Mexicano, la República de México, la República de Texas, los Estados Unidos de América y los Estados Confederados.
En 1860, meses antes de la guerra de Secesión, en la que Texas fue uno de los Estados Confederados, la ciudad tenía 8.235 vecinos. En la posguerra (1870), subió a 12.256. En 1900 superó los 50.000 habitantes y la década de los 10 los 100.000.
Con el descubrimiento de petróleo, la industrialización y la atracción de emigrantes del resto de EEUU y México, el crecimiento de Texas se disparó. Pasó de ser el quinto estado más poblado en los años 30 al tercero en los 80, y en la actualidad es el segundo. San Antonio le acompañó. En 1960 tenía 587.000 habitantes; en 1990, 960.000 y en 2017 quedó por debajo del millón y medio.
La pequeña misión fundada hace 300 años es el monumento histórico más visitado de Texas y se encuentra en el centro de la séptima ciudad más poblada de EEUU. De Béjar queda el nombre del condado, escrito Bexar.