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Jesús Laínz

Occidente es culpable

Hace ya un par de generaciones que Occidente decidió denigrarse sistemáticamente, con razón o sin ella, como primer paso hacia su suicidio.

Hace ya un par de generaciones que Occidente decidió denigrarse sistemáticamente, con razón o sin ella, como primer paso hacia su suicidio.
Al Ándalus. Un mercado de esclavas | Archivo

Hace algunas semanas hablamos aquí de la proposición no de ley presentada por Podemos para que el Gobierno pida perdón por la participación de España en asuntos esclavistas en siglos pasados. Con ello nuestros izquierdistas patrios no hacen más que seguir la tendencia general en Occidente de echar sobre sus propias espaldas la culpa de todos los males del mundo.

La autodenigración, comenzada en Europa y sus prolongaciones entre la segunda postguerra mundial y el comienzo de la descolonización, se ha acelerado e intensificado con el paso del tiempo: la condena del general Lee, la bandera confederada y asuntos similares en USA; el anatema contra Colón en toda América; la abominación de Rhodes y compañía en el Reino Unido y excolonias; la vergüenza por el pasado colonialista en Francia; el arrepentimiento por las Cruzadas de una Iglesia Católica que apura sus últimas boqueadas, etc. Hace ya un par de generaciones que Occidente decidió denigrarse sistemáticamente, con razón o sin ella, como primer paso hacia su suicidio. Y no queda más remedio que constatar que lo está haciendo muy bien.

La esclavitud es uno de los asuntos centrales, como es lógico. Pero lo que no resulta tan lógico es que los europeos blancos cristianos acaparen todas las culpas de un fenómeno tan antiguo como el mundo y practicado por doquier.

Pero vayamos por partes. En primer lugar, no fue el color de la piel su única causa. Más importantes fueron los enfrentamientos religiosos y bélicos, pues los derrotados fueron la principal fuente de esclavos. Y de esclavos blancos en muchos casos, como los miles de irlandeses esclavizados en las colonias inglesas del Caribe en tiempos tan recientes como los siglos XVII y XVIII.

En segundo, la esclavitud de los negros no es invento europeo, sino de la tradición religiosa judía, desde que en Génesis, 9 se plasmara la absurda maldición camita, heredada después por las otras dos religiones del Libro. En siglos posteriores, los judíos representaron un papel notable en el tráfico de esclavos. En la España visigoda, por ejemplo, el Concilio X de Toledo (656) les prohibió tener esclavos cristianos, "pues es una maldad que los miembros de Cristo sirvan a los ministros del Anticristo". Tras la conquista islámica, los judíos españoles, liberados de la prohibición visigoda, se dedicaron a proveer de eunucos los harenes y a acaparar materia prima recorriendo los campos de batalla en busca de heridos musulmanes y cristianos. Y ampliaron su campo de acción hasta los lejanos países eslavos, de donde proviene precisamente el término esclavo. Léase a Sánchez-Albornoz para mayor información. En siglos posteriores, los judíos también representaron un papel destacado en el tráfico americano. Así ocurrió, por ejemplo, en Brasil, donde las subastas de esclavos solían aplazarse cuando se fijaban en días festivos para los judíos, debido a la importancia de los rabinos en ese comercio.

Paralelamente, la esclavitud ha sido profusamente practicada en el mundo musulmán desde los tiempos de Mahoma –propietario de esclavos él mismo– hasta bien entrado el siglo XX. El tráfico de esclavos tuvo tanta importancia en Al Ándalus que fue la principal actividad económica del Califato de Córdoba. Las noticias de esclavos liberados en el norte de África por los ejércitos cristianos a lo largo de la Edad Moderna llenan la historia de aquellos siglos. Ya más cerca de nuestros días, las crónicas de exploradores, misioneros y soldados, especialmente franceses e ingleses (Livingstone y Stanley, por ejemplo), escritas durante el periodo de expansión colonial por Asia y África, están repletas de menciones al tráfico de esclavos, mayoritariamente negros, actividad normal en el mundo musulmán mucho tiempo después de haber desaparecido de Europa. Podría citarse el dato pintoresco de que los jeques de Qatar acudieron a la coronación de Isabel II en 1953 con su séquito de esclavos. Y aunque a Podemos y otros progresistas les importe un comino, la esclavitud sigue existiendo, si bien camuflada, en algunas zonas del mundo musulmán, sobre todo el Golfo Pérsico, África Oriental y el Sahel, especialmente Sudán y Mauritania, donde no se penalizó hasta el año 2007.

Pero lo más importante de todo es que los principales traficantes de esclavos negros han sido los propios negros, que se han esclavizado entre sí desde el amanecer de los tiempos. Y cuando después llegaron europeos y árabes, fueron aquéllos sus principales proveedores. Durante muchos siglos, todo prisionero tomado al enemigo en los enfrentamientos tribales se utilizó como bestia de carga, moneda, mercancía y alimento. Paradójicamente, el tráfico esclavista europeo otorgaba a sus víctimas una oportunidad de salvar sus vidas en la otra orilla del Atlántico, ya que cuando las guerras entre las potencias europeas interrumpían el comercio y limitaban la presencia de navíos en las costas africanas, el destino de los esclavos negros en manos de sus esclavizadores negros se revelaba particularmente cruel: ante la imposibilidad de traficar con ellos, sus dueños los mataban o directamente se los comían.

En nuestros días, aunque no suela reflejarse en los medios de comunicación, la situación no ha cambiado demasiado, pues diversos pueblos del África negra siguen masacrándose entre sí por los mismos motivos étnicos que provocarían la indignación universal si los protagonistas fueran blancos. En muchos casos, las estructuras estatales heredadas por los países postcoloniales están al servicio de las mismas causas tribales de antaño. Continuamente estallan sangrientos conflictos entre la etnia dominada y la dominante, controladora del ejército. Uno de los más recordados fue la matanza millonaria de tutsis a manos de los hutus en la Ruanda de 1994. Pero otros muchos casos ni siquiera encuentran hueco en los periódicos. Por ejemplo, en 2000, el enfrentamiento entre las etnias congoleñas balendu y bahema se saldó con varios miles de muertos en masacres en las que las mujeres y los niños fueron cortados en pedazos.

Por no hablar del horror desatado en los últimos años y en nuestros mismos días contra la población blanca de Zimbabwe y Sudáfrica. Pero eso no lo condena ni Podemos ni ningún progresista del mundo. Sólo los blancos pueden ser racistas.

Pero, regresando a la esclavitud, concluyamos recordando que los europeos blancos cristianos ni la inventaron ni la monopolizaron; que a ellos también les tocó sufrirla; que fueron precisamente los europeos blancos cristianos quienes la abolieron e impusieron la abolición a los demás pueblos del mundo; y que cientos de miles de europeos blancos cristianos murieron en una guerra desatada por Lincoln para, entre otras cosas sin importancia, liberar a los esclavos negros.

Ténganlo en cuenta, por lo tanto, nuestros profesionales de la autodenigración: ni los europeos blancos cristianos somos tan malos, ni los demás son tan buenos.

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