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Pedro Fernández Barbadillo

Hace 50 años, la Monarquía regresó a España

Cuando el hombre llegaba a la Luna, España, siempre diferente y original, restauraba la Monarquía que había caído en 1931.

Cuando el hombre llegaba a la Luna, España, siempre diferente y original, restauraba la Monarquía que había caído en 1931.
Franco y Juan Carlos de Borbón | Cordon Press

El 22 de julio de 1969, después de haber visto por televisión la noche anterior el alunizaje de los primeros seres humanos en la Luna, los españoles asistieron a otro espectáculo sorprendente: el regreso a España de la institución monárquica y en la persona de un nieto del rey que había huido el 14 de abril de 1931.

Ese día, se celebró un pleno en las Cortes en el que Francisco Franco, como caudillo y jefe del Estado, usó su prerrogativa, establecida en el art. 6º de la Ley de Sucesión de la Jefatura del Estado (1947) de "proponer a las Cortes la persona que estime deba ser llamada en su día a sucederle, a título de Rey o de Regente".

Las causas de la elección

Y optó por que su sucesor fuera un rey. La presión constante de las figuras más prominentes de su régimen, como el almirante Carrero Blanco y el ministro Laureano López Rodó, a favor del infante Juan Carlos de Borbón y Borbón contribuyeron a la decisión de Franco, pero no fue la única causa.

Descartado desde 1945 el pretendiente Juan de Borbón y Battenberg debido al manifiesto de Lausana, Franco se fijó en el primogénito de éste, Juan Carlos, nacido en Roma en 1938. Por ello, acordó con el infante Juan el traslado de Juan Carlos (Juanito en familia) a España para estudiar.

En los años siguientes, se cumplieron otras etapas imprescindibles. La boda del infante con la princesa Sofía de Grecia (1962), alcanzar los 30 años de edad (requisito del art. 9º de la Ley de Sucesión de la Jefatura del Estado), y el nacimiento de un hijo varón ese año, ya que la misma Ley Fundamental excluía, de modo contrario a las tradiciones españolas, a las mujeres (art. 11º). Y la aprobación en referéndum de la Ley Orgánica del Estado (1966), que establecía las últimas instituciones del régimen, como el Consejo del Reino. Por orden del Gobierno, los medios de comunicación públicos (RTVE y Efe) difundieron las personas de Juan Carlos y Sofía. Por último, influyó la vejez de Franco, que en 1962 cumplió los 70 años y más tarde empezó a manifestar signos de Párkinson; el 20 de febrero de 1968, el caudillo otorgó testamento ante el notario Fernando Fernández Savater.

En el bautizo de Felipe de Borbón y Grecia, celebrado en febrero de 1968 en la Zarzuela, la reina Victoria Eugenia de Battenberg, que hizo de madrina, le insistió a Franco en que la restauración de la Monarquía sólo la podía realizar él y, añadió, que ya disponía de tres candidatos: Juan, Juan Carlos y Felipe.

Los tejemanejes de la clase política

Desde que en 1947 se convirtió en legal con rango constitucional la jefatura vitalicia de Franco, las distintas familias que formaban el régimen pugnaron por influir en la sucesión. Franco jamás aceptaría una república, de modo que la alternativa era o un rey o un regente, opción esta última de los republicanos, sobre todo falangistas y militares.

A su vez, los partidarios de un monarca se dividían entre los carlistas y los alfonsinos. Los carlistas, después de la aparición de un Carlos VIII, fallecido en 1953, oscilaron entre la candidatura de don Juan, que en 1957 declaró su adhesión a los principios de la Comunión Tradicionalista, y la familia de Javier Borbón-Parma. De ésta surgió el príncipe Hugo, que, si bien se presentó como continuador del Régimen del 18 de Julio, en cuanto quedó descartado se pasó a la izquierda, a un carlismo autogestionario, socialista y federal. Sólo el Concilio Vaticano II hizo más daño al carlismo que los bandazos de su pretendiente.

Entre los seguidores de la línea alfonsina, la división estuvo entre los partidarios del infante Juan y los de su hijo. En torno al primero se organizó un consejo privado formado por ex ministros y ex embajadores de Franco, así como catedráticos y aristócratas: Sainz Rodríguez, Areilza, Gil Robles, el duque de Alba, el duque del Infantado, Kindelán… El organismo no tenía mucho arraigo muy popular.

Además, existía la protesta de otro hijo de Alfonso XIII, el infante Jaime, al que su padre había obligado a renunciar a sus derechos al trono, pero que había renegado de este acto. Su hijo mayor, Alfonso de Borbón y Dampierre (1936), que también vivía en España, era otro Borbón que podía reclamar la corona. Y se convirtió en esperanza de los ‘azules’ cuando casó en 1971 con la nieta favorita de Franco: Carmen Martínez-Bordiú y Franco, actual duquesa de Franco.

Estos planteamientos, "estorilismo", "regencialismo", "hugonotismo", "estorilismo", "dampierrismo", "octavismo", como dice López Rodó (La larga marcha hacia la monarquía), con la excepción del carlismo, "no eran más que simples forcejeos o intrigas en el reducido círculo de la clase política".

Franco ya habló de "la monarquía de todos"

Al final, la restauración de la Monarquía dependió exclusivamente de Franco, que, en palabras de Gonzalo Fernández de la Mora (Río arriba), era "el más monárquico de los españoles". El plan del militar gallego de concluir su obra con el retorno de una Monarquía lo expresó tan pronto como en una entrevista en el ABC de Sevilla publicada el 18 de julio de 1937.

A la pregunta de la forma de gobierno del nuevo Estado, Franco contestó:

Si el momento de la Restauración llegara, la nueva Monarquía tendría que ser, desde luego, muy distinta de la que cayó el 14 de abril de 1931: distinta o diferente en el contenido, y, aunque nos duela a muchos, pero hay que atenerse a la realidad, hasta en la persona que la encarne.

Y expuso el lema de la nueva Monarquía: ser para todos.

si alguna vez en la cumbre del Estado vuelve a haber un Rey, tendría que venir con el carácter de pacificador y no debe contarse en el número de los vencedores.

Lo que explica que Franco rechazara el ofrecimiento de Juan de Borbón para incorporarse a la Armada nacional en la guerra.

Los republicanos obedecen

El pleno extraordinario de las Cortes se convocó el 17 de julio de 1969 para el día 22 por la tarde. A él asistieron Franco y su candidato a título de rey. En su discurso, el generalísimo subrayó que correspondía hablar de instauración y no de restauración, pues la nueva Monarquía no iba a repetir los errores del pasado:

el Reino que nosotros, con el asentimiento de la nación, hemos establecido, nada debe al pasado; nace de aquel acto decisivo del 18 de Julio, que constituye un hecho histórico trascendente que no admite pactos, ni condiciones. La forma política del Estado nacional establecida en el principio séptimo de nuestro Movimiento, refrendada unánimemente por los españoles, es la Monarquía tradicional, católica, social y representativa.

En la votación de la Ley 62/1969, de 22 de julio, no hubo sorpresas. Las Cortes orgánicas demostraron que eran tan sumisas al Ejecutivo como los denostados Parlamentos partitocráticos: nadie pidió explicaciones ni dio su opinión y la votación fue casi unánime. Hubo 491 votos afirmativos 19 negativos y 9 abstenciones. Los falangistas republicanos, con alguna excepción, votaron en masa por el sí a la Monarquía; entre los escasos noes, algunos juanistas y carlistas.

Los periódicos monárquicos, como La Vanguardia y el ABC, exultaron en sus portadas y agradecieron a Franco su decisión.

Al día siguiente, Juan Carlos de Borbón y Borbón juró los Principios Fundamentales del Movimiento y pasó a recibir el título de Príncipe de España y el tratamiento de Alteza Real. En su discurso, aparte de mostrar su admiración por Franco, dijo:

He de ser el primer servidor de la Patria en que la tarea de nuestra España sea un Reino de justicia y de paz.

En octubre de 1969, aprovechando el escándalo Matesa, Franco organizó un nuevo Gobierno para preparar la sucesión, en el que ganaron poder partidarios del príncipe, como Carrero, López Rodó, Fernández-Miranda y Silva Muñoz.

Seis años después, Juan Carlos sería proclamado Rey de España a la muerte de Franco.

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