El 8 de marzo de 1921 caía asesinado Eduardo Dato en la Plaza de la Independencia, en Madrid. El coche en el que volvía a su casa, ya bien entrada la tarde, fue tiroteado por tres pistoleros anarquistas que lo esperaban dando vueltas en una motocicleta con sidecar que habían comprado en Barcelona. Con él murió un ayudante que iba en el coche. Dato parece haberse mostrado algo fatalista en estos últimos meses de su vida. No desconocía los riesgos que corría y había sufrido otro atentado poco antes. Aun así, no se aumentó la vigilancia.
El asesinato de Dato está relacionado tradicionalmente con la represión ejercida por Martínez Anido en Barcelona, para la detención del terrorismo sindicalista. La acción de Martínez Anido, sin embargo, estaba en las antípodas de la policía de Dato. Tuvo que aceptarla por presión de la patronal catalana, que no encontró mejor manera de parar el pistolerismo ácrata que exigir mano dura. Los pistoleros anarquistas, compañeros de los que estaban en el origen de la acción de Martínez Anido, asesinaban con Dato al único político, probablemente, que los hubiera podido detener por medios liberales y democráticos. Y es posible que lo supieran.
Si algo había caracterizado la acción de Eduardo dato era, precisamente, su voluntad de reformar la legislación social en línea con las preocupaciones de su época, y muy particularmente del conservadurismo liberal, ajeno desde hacía mucho tiempo al individualismo prevalente en el liberalismo del siglo XIX y preocupado por la influencia de los revolucionarios, socialistas, anarquistas y, ya a principios de los años veinte, de los comunistas triunfantes en Rusia.
Su obra empezó muchos años antes, a principios de siglo, cuando, adscrito desde joven al Partido Liberal Conservador canovista y siendo ministro de Gobernación y luego de Gracia y Justicia en el gabinete de Francisco Silvela, promulgó la ley de accidentes de trabajo y la de protección laboral de mujeres y niños. Fueron dos leyes clave para el arranque de la legislación social en nuestro país, y lo fueron también para promover el asociacionismo entre los trabajadores. También entonces promovió, con Antonio Maura, su rival años más tarde en el Partido Conservador, la ley de descanso dominical. En 1920, cuando presidió su tercer y último gobierno, Dato creó el Ministerio de Trabajo. Fue la forma en la que aquel gran conservador intentó encauzar la negociación colectiva, lejos del enfrentamiento y confiado en la acción del Estado. Gracia a sus medidas económicas, en esos mismos años de gobierno arrancó un ciclo de crecimiento (más del 7% anual) que continuaría durante la dictadura de Primo de Rivera y sentó las bases de una modernización y una prosperidad que la Segunda República se encargó de echar a perder.
Las preocupaciones sociales de Dato, basadas en una reflexión permanente y un conocimiento profundo del pensamiento social y político de su época, son consecuencia de su conservadurismo. Dato es la encarnación misma de un cierta forma de ser conservador, distinta de la de Antonio Maura y ajena -por completo- a la histeria regeneracionista -es decir nacionalista. Para Dato, las reformas, incluso las más necesarias en apariencia, no podían nunca ir más allá de lo que la sociedad estaba dispuesta a admitir. Fue un hombre del equilibrio y de la negociación, un poco como los “oportunistas” que fundaron la Tercera República Francesa, y el apelativo de “idóneo” con el que le quisieron desacreditar los mauristas cuando sustituyó a su antiguo jefe a la cabeza del Partido Conservador, expresa bien, como el de “oportunista”, su significado: el de un pragmatismo guiado por la atención meticulosa a la realidad social y la voluntad de inscribir su acción en la larga duración, lejos de los espasmos de tono revolucionario y -el término vuelve- regeneracionista.
Por la misma razón, supo mantenerse firme cuando lo consideró necesario. Demostró una extraordinaria habilidad desmantelando la sublevación revolucionaria de 1917, en la que coincidieron los militares descontentos, un PSOE embarcado con la CNT en una insurrección armada que era un auténtico golpe de Estado; unos reformistas que vieron la ocasión de imponer al régimen su voluntad y los nacionalistas catalanes. Pronto estos habían contradicho la confianza que el régimen depositó en ellos, primero con Maura y luego con la Ley de Mancomunidades, que Dato heredó de Canalejas -también asesinado- y promulgó por Real Decreto en 1913. Los protagonistas del drama español del siglo XX (y el del siglo XXI, probablemente), con un nacionalismo centrífugo, y al cabo antiespañol, y un socialismo antidemocrático, llevaron a cabo entonces y primer ensayo general con todo.
A Dato se debe también la decisión de no intervenir en la Primera Guerra Mundial. Así evitó a su país los horrores de aquella hecatombe. Lo hizo de acuerdo con el Rey Alfonso XIII y con plena conciencia de la posición de la opinión pública, que a pesar de la inclinación de España hacia la alianza de Francia, Inglaterra y Rusia, no consideraba aquel conflicto como algo propio. Otra pieza de su legado, fielmente imitado por dirigentes posteriores, tan distintos como Azaña (neutralista obsesivo en su momento) y Franco.
Como es bien sabido, hoy el PSOE se ha negado a que el Congreso de los Diputados recuerde el asesinato de Dato con el pretexto de haber sido VOX el patrocinador del homenaje. “¡Dato, no!”… La izquierda española sigue encerrada en sus fantasmas. Y nosotros con ella.