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Jesús Laínz

Recuerdos del antiguo Museo del Ejército

Del mismo modo que el alzheimer destruye la personalidad de los individuos, el olvido y el ocultamiento de la historia destruye las naciones.

Esto lo escribí hace veinte años, pocos días después de haber mantenido la conversación descrita, para fijar el recuerdo antes de que se difuminase. No lo hice con la intención de publicarlo porque pensé que carecía de interés para nadie que no fuese yo mismo. Pero me he topado con ello, hurgando estos días en papeles viejos, y me ha dado por pensar que, dada la evolución de las cosas políticas, quizá tenga ahora más actualidad que hace veinte años.

***

–El Museo del Prado es una maravilla –dijo el pintor aficionado mientras copiaba Las meninas rodeado por un corro de curiosos. –No hay nada comparable a él.

Ya que el corro seguía observando cómo pintaba, el encantado protagonista continuó añadiendo una pizca de chauvinismo.

–Tiene tal concentración de obras maestras, que no hay en el mundo ningún otro museo que se le pueda comparar, ni el Louvre, ni el Hermitage ni nada.

El silencio reverencial de su público le animó a prolongar su minuto de gloria.

–Fíjense si considero excepcional el Prado, que si me dijesen que para salvar este museo habría que quemar todos los demás de España, yo no lo dudaría ni un instante –exclamó blandiendo el pincel con entusiasmo.

Aunque este tímido juntaletras intentaba contemplar en silencio el cuadro de Velázquez sin prestar atención al discurso del copista, tanta cursilería le hizo intervenir en contra de su natural desinterés.

–Pues yo nunca pegaría fuego al Museo del Ejército.

–¿No? ¿Ni para salvar el Museo del Prado? –se sobresaltó el pintamonas.

–No.

–Eso lo dice usted porque es militar, evidentemente.

–Me lo tomaré como un piropo. Pero no. No soy militar. Y no creo que haga falta serlo para sostener lo que sostengo.

–Hombre, el Museo del Ejército también es muy interesante, pero no es comparable.

–Cierto. No es comparable porque este es una pinacoteca y aquel no, una de las principales razones por las que no me atrevería a decir cuál de los dos es más valioso.

–¡Qué barbaridad! Los tesoros artísticos del Museo del Prado son incomparables. ¡Yo no sé si podría soportar su pérdida! Si algún día este museo fuera destruido por las llamas, probablemente me suicidaría.

–Drástica decisión, la suya. Pero aunque los tesoros artísticos del Prado son, sin duda, incomparables, los tesoros históricos del Museo del Ejército también lo son.

–Pero no es lo mismo. No hay nada superior al arte, y este museo acumula una cantidad extraordinaria de obras de arte.

–El Prado es un tesoro artístico, cierto. Pero el Museo del Ejército también es un tesoro histórico. Es más: es la historia de España hecha carne, y no creo que eso sea inferior a una acumulación de obras de arte.

–¡Cómo que no es inferior! ¡Ya lo creo que lo es! ¡No hay nada superior al arte! –quiso concluir con exaltación.

–Interesante discusión sobre la jerarquía del arte y la historia, pero quizá por ello se podría deducir que mientras que la historia engloba el arte, éste no engloba aquella. La historia va más allá del arte, que al fin y al cabo no es más que una de las facetas de la vida de los hombres y los pueblos. Pero la historia es su vida entera.

–¿Qué quiso decir con que es historia de España hecha carne?

–Pues que no se trata de un libro de historia o de un mero depósito de papeles, sino que el edificio del otro lado de la calle, y que, por cierto, no tardará en ser desalojado por voluntad del presidente Aznar para llevar su contenido –me temo que muy menguado– al Alcázar de Toledo, es el lugar donde todos los españoles podemos encontrar la espada del Cid, la armadura del Gran Capitán, la tienda de campaña de Carlos I, ropas de Hernán Cortés, estandartes de los Tercios de Flandes, banderas de Lepanto, mapas de los navegantes, armas de los conquistadores, mapas, uniformes, dibujos, fotografías, objetos, documentos de todas las épocas y mil tesoros más.

–¿Y me compara usted eso con estos cuadros? –preguntó el copista con desdén.

–Ya se lo dije antes: no lo comparo porque son cosas que no se pueden comparar. Pero no le quepa duda de que, contrariamente a usted, que pegaría fuego a aquel museo sin dudar un momento, a algunos nos angustiaría mortalmente destruir la memoria de España. Y ya verá usted cómo el mantenimiento de la memoria de España acabará demostrando su importancia en un asunto político tan trascendental como la conservación de nuestra nación para las generaciones venideras, lo que va bastante más allá de la conservación de un museo. Porque del mismo modo que el alzheimer destruye la personalidad de los individuos, el olvido y el ocultamiento de la historia destruye las naciones. Y eso es lo que están haciendo los gobiernos españoles desde hace muchos años.

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