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Miguel Platón

Paul Preston desbarra en su libro "El gran manipulador. La mentira cotidiana de Franco"

Es tan sectario y en sus obras hay tantos errores que tiene poco sentido considerarle historiador.

Es tan sectario y en sus obras hay tantos errores que tiene poco sentido considerarle historiador.
El coronel José Moscardó, el general Varela y Franco en la liberación del Alcázar de Toledo

Uno de los misterios de la España actual es el prestigio de autores como el británico Paul Preston, que ha escrito varios libros sobre la historia reciente de España, en particular sobre la Guerra Civil y la dictadura del general Franco.

Es tan sectario y en sus obras hay tantos errores que tiene poco sentido considerarle historiador. Se trata más bien de un propagandista que lleva años repitiendo tópicos que en algún caso ya habían sido desmontados hace más de medio siglo, pero que son del gusto de una izquierda poco informada, para quien los hechos importan menos que una perspectiva supuestamente ideológica, pero en realidad mediocre.

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Preston acaba de publicar una reedición de Arquitectos del terror. El gran manipulador, con algunos añadidos para modificar el título, que ahora es El gran manipulador. La mentira cotidiana de Franco. Se trata de más de lo mismo y resulta extravagante publicar algo así a estas alturas del 2022. Es cierto que incluye algunas novedades, pero no ha llevado a cabo el esfuerzo necesario para descubrir el Mediterráneo.

Algunas de las novedades, según las declaraciones que ha efectuado a un medio digital español, son un puro invento. Afirma, por ejemplo, que Franco estaba involucrado en un golpe para impedir las elecciones generales de febrero de 1936. Es falso. No hay ningún documento ni testimonio que avale esa tesis. Consta, al menos por dos fuentes, que se opuso a intervenir cuando en diciembre de 1935 fue cesado José María Gil Robles como ministro de la Guerra.

Tampoco existen dudas sobre la carta que a finales de junio de 1936 Franco, comandante militar de Canarias, envió al ministro de la guerra Casares Quiroga. Se conoce la reacción de éste, según el testimonio de Antonio Cordón en su libro de memorias Trayectoria. Recuerdos de un artillero. Casares comunicó el contenido de la carta al presidente Manuel Azaña y ambos la interpretaron como tranquilizadora, respecto a las intenciones de Franco. La fuente que cita Cordón es el teniente coronel retirado Juan Hernández Saravia, secretario particular de Azaña.

Franco y las elecciones generales de febrero de 1936

Tiene poco sentido suponer que la carta formaba parte de una estrategia de Franco para hacerse con el poder. El comandante militar de Canarias tenía dudas sobre los planes del general Emilio Mola y quería evitar el riesgo de un golpe de estado con defectos y sin apoyos suficientes. Todavía el 12 de julio, víspera del asesinato de José Calvo Sotelo, comunicó a Madrid que los planes no le parecían adecuados. El propio Mola lo interpretó como un anuncio de que no participaría, según manifestó a la enlace que había llevado el mensaje a Pamplona. "Franco no va", le dijo a Elena Medina.

Carece de solvencia el tópico de que socorrer el Alcázar de Toledo impidió ocupar Madrid en el otoño de 1936, así como la suposición de que Franco no quería conquistar la capital de España, cuando a principios de noviembre ya estaban organizados hasta los consejos de guerra que deberían actuar. Las circunstancias fueron otras y Preston ni siquiera ha investigado las causas del fracaso del ataque. Le bastan afirmaciones gratuitas que carecen de base.

Lo mismo ocurre con estrategias de café que plantea, según las cuales Franco podría haber ocupado Madrid en respuesta a las ofensivas republicanas en Brunete, Belchite o el Ebro. Pura ficción.

La represión roja

El sectarismo de Preston se pone de manifiesto en limitar la represión -régimen de terror, torturas, cárceles- al bando nacional, con olvido de las decenas de miles de asesinatos, torturas, violaciones y robos cometidos por la izquierda durante la guerra en la zona que estuvo bajo su control.

Otra de sus aportaciones es afirmar que los españoles fuimos objeto durante décadas de un "lavado de cerebro" para que apreciáramos la figura de Franco y su dictadura. Esto supone no tener ni idea de la evolución de la sociedad española y del propio régimen. Muy endeble debió ser ese "lavado de cerebro" cuando en noviembre de 1976 más del 80 por 100 de los procuradores en Cortes votaron a favor de la Ley para la Reforma Política, que abrió las puertas a la democracia con la convocatoria de elecciones libres. Una Ley por cierto votada en referendum por las tres cuartes partes del censo electoral.

En definitiva, el sectarismo le ciega a Preston para impedirle descubrir las auténticas claves de la historia de este país durante el último siglo. ¿Qué ha aportado de valor desde que se dedica a España con tanto interés? Prácticamente nada.

El estrambote de sus últimas declaraciones es descalificar al norteamericano Stanley Payne, que es con diferencia el hispanista más destacado de los últimos decenios y que le da sopas con onda a Preston. Este último recurre a la típica acusación de la izquierda sin argumentos: se ha pasado a la extrema derecha. Qué poca vergüenza.

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