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Pedro Corral

Las guerras de Platón

Que ese abrazo de los muertos nos siga inspirando la piedad, la compasión y el respeto por todas las víctimas de aquella tormenta de odio entre españoles, como ha inspirado a Miguel Platón en su nuevo libro.

Que ese abrazo de los muertos nos siga inspirando la piedad, la compasión y el respeto por todas las víctimas de aquella tormenta de odio entre españoles, como ha inspirado a Miguel Platón en su nuevo libro.
Imagen de la Guerra Civil en Teruel | Cordon Press

Hablar hoy del último libro de Miguel Platón, La represión de la posguerra (Actas), es un acto subversivo, porque es una obra que trata de buscar la verdad en tiempos de memorias e historias oficiales impuestas por mandamiento gubernamental a través de celosos sanedrines que silencian y expulsan del templo de su religión "monomemorialista" a quienes reivindicamos la legitimidad de todas las memorias individuales de aquel pasado.

Leyes que falsean o silencian la verdad como la Ley de Memoria Democrática, que, por ejemplo, habla en su exposición de motivos de la intervención de Alemania e Italia al lado de Franco en la Guerra Civil, mientras cita la intervención de la Unión Soviética pero no dice al lado de quién. Como si el genocida Stalin hubiera ejercido de árbitro de la contienda en plan fuerza angelical de interposición.

El libro de Platón pone en evidencia a aquellos "caínes sempiternos", que decía el poeta Luís Cernuda, que han encontrado en el falseamiento asimétrico y hemipléjico del horror y la barbarie de la Guerra Civil la principal motivación de sus políticas frentistas, disolventes y separadoras. Porque a nadie le puede interesar más resucitar las dos Españas que a quienes quieren que no haya ninguna.

Me atrevo a hacer un posible diagnóstico de ese mal que nos ha hecho renegar del legado de nuestros abuelos y nuestros padres para superar la Guerra Civil: y es el de que nos hemos olvidado de las personas que sufrieron la contienda y hemos recuperado las consignas que provocaron su sufrimiento.

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Para escribir un libro como éste hace falta mucha compasión y mucha humanidad, de la que Miguel Platón tiene a raudales. Y hace falta también un gran respeto a las víctimas, a todas las víctimas, y una voluntad manifiesta de que aquel capitulo de la Historia de España sea una permanente lección de concordia, convivencia y respeto al otro.

Ya se ha saludado en algún medio este libro como una prueba más del llamado "revisionismo". Lo dicen quienes no lo han leído, por supuesto. Porque la verdad es que es uno de los libros más duros y reveladores que se han escrito nunca sobre la represión franquista de posguerra.

No me refiero ya a la cuestión cuantitativa, al revelar que las penas de muerte contra los vencidos ejecutadas por los franquistas en la posguerra fueron 15.000, muy inferior a los míticos 120.000 o 50.000 hasta hoy propalados sin prueba documental alguna.

También en el aspecto cualitativo, Platón profundiza como nadie en la falta de garantías de los procedimientos sumarísimos instruidos, es un decir, por los vencedores. Hay infinidad de ejemplos. Como el conocer las acusaciones solo un día antes o en el mismo consejo de guerra, rechazar las declaraciones de testigos de descargo o formular acusaciones como "asesinó al cura de Torreciudad, también a otras personas que todavía viven", como le sucedió a un cenetista de Grau (Huesca), Ventura Rius, finalmente fusilado.

Otras veces las sentencias se olvidaban de todo criterio jurídico: "Aunque no ha sido probado, se supone intervino más o menos directamente en un asesinato", rezaba la que condenó a muerte al cenetista Felipe San Juan, después indultado al ser revisada la sentencia.

Miguel Hernández, la sentencia a muerte de un folio

No he consultado tantos consejos de guerra como Miguel Platón, pero ya he visto unos cuantos centenares y puedo acreditar el escalofrío que se siente, por ejemplo, al descubrir sentencias a muerte de apenas un folio, como la de Miguel Hernández.

No se olvida Platón del caso del poeta de Orihuela ni del de Besteiro, muerto también en la cárcel, que vendrían a sumarse a esa otra forma de represión que fue la falta de cuidados médicos, la malnutrición o directamente las torturas en las cárceles franquistas.

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Miguel Hernández

Como saben bien, a Miguel Hernández le fue conmutada la pena capital gracias a las gestiones ante el general Varela, ministro del Ejército, de personas como José María de Cossío, mi tío abuelo, con quien Miguel había trabajado en la Enciclopedia de los Toros.

Al general Varela le impresionó que el poeta se hubiera casado en plena contienda con la hija de un guardia civil asesinado por los rojos al principio de la guerra. Así fue: Manuel Manresa Pamiés, padre de Josefina, había sido acribillado en una calle de Elda con otros cinco compañeros por milicianos anarquistas. Uno de tantos miles de casos de familias destrozadas por ambos bandos, primero por los "hunos" y luego por los "hotros", que diría Unamuno.

Conmueve el hecho de que, hasta su muerte en la cárcel de Alicante en 1942, una de las principales preocupaciones del poeta de Las nanas de la cebolla fue que su mujer Josefina Manresa y sus cuatro cuñados, menores de edad, recibieran la pensión por el asesinato de su padre guardia civil. El régimen franquista finalmente denegó la pensión a Josefina y a sus hermanos, muy posiblemente por ser la viuda de un poeta "rojo".

"Matanza de pobres" y personalidades relevantes

Pero volviendo a los procesos del franquismo en la posguerra, señala Platón que

"el reproche fundamental que se puede hacer históricamente a estos procesos es que delitos similares cometidos en zona nacional no habían sido castigados".

"El problema ético y político -señala más adelante- era que también los nacionales habían cometido crímenes, sin que las familias de sus víctimas pudieran tener una reparación, puesto que los asesinos habían quedado generalmente impunes. Pero, sobre todo, las penas de muerte creaban nuevas víctimas entre las que destacaban las esposas de los condenados y, especialmente, sus hijos menores, para quienes se abría una vida de dolor y muchas veces de miseria".

Quien espere de este libro una visión edulcorada o condescendiente de la represión franquista, que pierda toda esperanza. "Las ejecuciones de la posguerra fueron, en buena medida, una matanza de pobres", escribe crudamente Platón al referirse a la extracción social de los condenados a muerte. La mitad de ellos eran campesinos.

Esto sí, la mayor parte de las condenas a muerte en la posguerra fue por delitos de sangre, como pone de manifiesto el autor. Pero debo decir que el libro no se limita a la casuística de los delitos de sangre, con ser la más abundante, con casos realmente horrendos y estremecedores, que te cortan literalmente la respiración.

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Por supuesto, Platón se detiene en las condenas a muerte de personalidades relevantes sin delitos de sangre, como es el caso del director de "Mundo Obrero" entre 1936 y 1938, Manuel Navarro Ballesteros. Su hermana Mariana, madre de tres niños, pidió clemencia porque Manuel no había cometido ningún delito de sangre. No le hicieron caso pese a ser viuda de Enrique Matorras Pérez, un falangista sacado de la Modelo y asesinado en la Ciudad Universitaria en agosto de 1936 por una checa comunista. Sus asesinos fueron sus antiguos camaradas: Matorras, antes de afiliarse a Falange, había sido secretario del comité central de las Juventudes Comunistas de España.

Otro caso es el de Julián Zugazagoitia, director de "El Socialista" y ministro de Gobernación en el ejecutivo de Juan Negrín. Detenido en Francia por la Gestapo y entregado a las autoridades franquistas, en su consejo de guerra pidió la comparecencia de cuatro testigos de descargo, personas relevantes de derechas, a quienes había salvado la vida. Sólo acudió al juicio Wenceslao Fernández Flórez para testificar en su favor.

Como le habrá sucedido a Miguel Platón, al consultar el consejo de guerra me llevé una honda decepción porque no quedó recogida en el acta la declaración del autor de El bosque animado, que imagino como una de las piezas más conmovedoras de nuestra guerra incivil, en la que el escritor porfiaría por salvar la vida de quien se la había salvado antes a él.

Para cualquiera que le interese la Guerra Civil, el libro de Platón es un insondable filón de historias singulares, que ofrecen un abanico infinito de vicisitudes personales en medio de los estragos de la guerra. En cada página hay una novela o un guion de película que mueve al escalofrío, a la emoción o a la piedad.

En definitiva, Platón ha creado uno de los mosaicos más vivos de nuestra contienda, una guerra tan literalmente entre hermanos que hay casos en que se condenó al encausado por haber asesinado a los suyos, como Felipe Martínez del Río, que se jactaba de haber matado a sus hermanos Ignacio y Facundo.

Madrid

Voy a referirme al caso de Madrid, que me parece muy representativo, para calibrar el alcance de la represión franquista de posguerra que Miguel Platón ha desentrañado con su libro. Las personas fusiladas por los franquistas en la posguerra en Madrid fueron 2.934, muchas de ellas responsables directas o instigadoras de los más de 12.000 crímenes que las fuerzas leales al gobierno republicano cometieron en el mismo escenario. Esto significa que en solo cuatro meses el bando gubernamental asesinó en Madrid al 76% de las personas fusiladas por los franquistas en toda España durante seis años de posguerra.

Ambas son cifras atroces, qué duda cabe, e invitan a considerar con más responsabilidad, con más ansias de veracidad, un pasado tan terrible, y no manipularlo y retorcerlo, para dividirnos y enfrentarnos como entonces, lo que es demostrar un escaso o nulo respeto por las víctimas, utilizadas sin escrúpulos para generar el mismo odio que les costó la vida entonces.

El libro de Platón está escrito con el espíritu del "paz, piedad y perdón" de Azaña, y con el espíritu de aquel cura de Sotodosos, don Valentín Cuadrón, que unos meses antes del famoso discurso del presidente de la República, en enero de 1938, en una misa con las fuerzas franquistas que guarnecían su pueblo, en la Alta Alcarria, elevó sus plegarias por todos los españoles caídos en la Guerra Civil ante la mirada atónita, y también conmovida, de muchos de aquellos ya bregados combatientes.

"El máximo héroe de la tragedia", llamó a ese cura el doctor Gregorio Marañón después de saber de él por uno de los que estuvieron presentes en aquella misa: el vasco José de Arteche, antiguo dirigente del PNV guipuzcoano enfilado forzosamente en las fuerzas de Franco, que relató el episodio en sus memorias de guerra: "El abrazo de los muertos".

Que ese abrazo de los muertos nos siga inspirando la piedad, la compasión y el respeto por todas las víctimas de aquella tormenta de odio entre españoles, como ha inspirado a Miguel Platón en su nuevo libro.

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