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¿Tiene Europa una identidad cristiana?

Para el futuro de Europa, hay que reconocer su componente cristiano, pero sin ignorar su diversidad: desde la Ilustración hasta influencias judías y musulmanas.

Para el futuro de Europa, hay que reconocer su componente cristiano, pero sin ignorar su diversidad: desde la Ilustración hasta influencias judías y musulmanas.
Carlos Martel en la Batalla de Poitiers, pintado por Charles de Steuben. | Wikipedia

En medio de la creciente tensión política en España, la campaña de Vox contra el islam y en defensa del cristianismo como pilar de la identidad europea ha avivado un debate profundo sobre las raíces religiosas, culturales y étnicas del continente. Esta polémica se ha intensificado recientemente con la decisión del Ayuntamiento de Jumilla (Murcia), gobernado por PP y Vox, de prohibir el uso de espacios públicos deportivos para eventos no estrictamente deportivos, una medida que, aunque inicialmente dirigida contra actos islámicos, afecta a todas las religiones. Reveladoramente, una de las voces más críticas ha provenido de la Conferencia Episcopal Española, que ha calificado la restricción como "una discriminación que no puede darse en sociedades democráticas", argumentando que vulnera la libertad religiosa amparada por la Constitución. Esta postura tiene lógica: España es un Estado aconfesional que no privilegia ni discrimina ninguna fe, aunque la Constitución reconoce una "especial sensibilidad" hacia la Iglesia Católica por su arraigo social, cultural y patrimonial.

La controversia no es solo actual; invita a una mirada histórica para entender cómo se ha forjado la idea de Europa. Como explica la historiadora de Cambridge Josephine Quinn en su libro Cómo el mundo creó Occidente, el "padre de Europa" no es otro que Carlos Martel, el líder franco que en el siglo VIII detuvo la expansión islámica en el continente. En el capítulo titulado precisamente El padre de Europa, Quinn detalla cómo, en el año 732, Martel venció a las fuerzas musulmanas en la batalla de Poitiers, un enfrentamiento que marcó el curso de la historia europea, similar a Salamina o Lepanto por su impacto decisivo.

Lo fascinante, según Quinn, es que un informe contemporáneo sobre la batalla, escrito por un cristiano ibérico en la Crónica Mozárabe de 754 d. C., describe a las tropas de Martel como "europeenses". Este término era inusual en la época, cuando no existía una conciencia continental moderna. Un romano del imperio de Augusto habría visto el Mediterráneo como un espacio unificado, con ciudades como Cartago, Atenas o Jerusalén como parte de un mismo mundo. Sin embargo, el cronista no solo usa "europeenses" en un sentido geográfico, sino también religioso: contrapone a los "europeos" cristianos con los "sarracenos" (musulmanes), vistos como nómadas primitivos, a pesar de que todos adoraban al mismo Dios abrahámico. Así, Martel se convirtió en símbolo de la lucha entre una Europa cristiana y el islam expansivo.

Quinn añade que el concepto de "Europa" —originado en el mito griego de una princesa fenicia secuestrada por Zeus— ganó popularidad en la corte de Martel y sus sucesores, vinculándolo explícitamente a la fe cristiana. No obstante, esa Europa era diversa: incluía paganos, judíos y musulmanes, y los cristianos mismos se dividían en herejías como el arrianismo o, más tarde, en católicos y protestantes. Esta complejidad nos atañe especialmente hoy, cuando Vox defiende una identidad cristiana europea contra lo que percibe como una "islamización", un discurso que ha formado parte de su ideario desde 2013 y que incluye advertencias sobre los "peligros del islam" en campañas electorales.

Para el futuro de Europa, hay que reconocer el componente cristiano singular del continente —no hay más que pasearse por el Prado ante las obras de El Greco y Ribera o visitar la Capilla Sixtina, pintada por Miguel Ángel y Botticelli, no solo por la proliferación de imágenes cristianas, sino por la misma existencia de figuras contra la tradición iconoclasta de judíos y musulmanes—, pero sin ignorar su diversidad: desde la Ilustración hasta influencias judías y musulmanas. Un ejemplo emblemático es la tumba de Fernando III el Santo en la Catedral de Sevilla, erigida en lo que fue la Mezquita Mayor. Su hijo, Alfonso X el Sabio, mandó inscribir el epitafio en cuatro lenguas —hebreo, árabe, latín y castellano— y con cuatro fechas diferentes, considerando los calendarios hebreo, musulmán, cristiano e hispánico –de la era romana–. Esta multiculturalidad medieval recuerda que las tres religiones abrahámicas —judaísmo (madre del cristianismo y el islam), cristianismo e islam— comparten raíces, pero han chocado hasta el exterminio.

¿Qué une entonces a estas fes en un mundo cosmopolita? El factor decisivo, más allá de libros sagrados, es la tradición grecorromana, anterior incluso al judaísmo. El logos heleno —la razón, la palabra, el verbo— permite no solo tolerancia, sino una convivencia auténtica a través de su positivización en constituciones modernas. Kant lo llamó "la religión dentro de la razón natural": fundamentos éticos más allá de dogmas morales. En Europa caben cristianos, musulmanes, judíos, hindúes, budistas, santeros, pachamamis, pastafarianos ateos y agnósticos, siempre que sometan sus ritos a límites razonables. Como ilustra Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, pintando al Dios bíblico con rasgos de Zeus olímpico, la identidad europea es cristiana –Santo Tomás de Aquino y Notre Dame–, pero también judía –Maimónides y la Gran Sinagoga de Florencia–, musulmana –Alhambra y Averroes– y pagana –Cicerón y el Panteón–, todo bajo un marco grecorromano –la Academia de Platón pintada por Rafael en pleno Vaticano–.

En tiempos de auge del antisemitismo disfrazado de antisionismo y tensiones como la de Jumilla, urge una lección histórica: defender la diversidad sin negar raíces, para evitar que la identidad se convierta en exclusión. Sin duda, como dijo Abascal, "hay que preservar la identidad cristiana", pero en un continente que siempre ha sido un mosaico. La verdadera fuerza de Europa radica en su capacidad de integrar con razonamientos, no de dividir con dogmas. El mejor ejemplo de sincretismo razonable se encuentra, paradójicamente, en el pequeño y precioso templo hindú de Ceuta, donde conviven armoniosamente Shiva, Pavarti y Ganesha con la Virgen del Rocío y la Virgen de África. Si esto no es religiosidad, que baje el dios de cualquier religión y lo vea.

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