
El lugar en el que Donald Trump recibirá a Vladímir Putin para negociar sobre la guerra de Ucrania hoy está bajo soberanía de Estados Unidos, pero hace 160 años era una provincia de la Rusia imperial, que el zar Alejandro II vendió por 7,2 millones de dólares.
Los Estados Unidos y Rusia son países limítrofes. Les separa el Atlántico, pero les une el Pacífico. En el estrecho de Bering, dos islotes, las islas Diómedes.
Esta noticia recuerda que Estados Unidos ha crecido territorialmente gracias a sus dólares más que a sus soldados. Los imperios se construyeron mediante guerras, aunque en algunos casos aceptasen dividirse un territorio de manera pacífica. Austria, Prusia y Rusia engulleron Polonia en el siglo XVIII y las potencias europeas se repartieron África en el Congreso de Berlín (1885). Pero el acto más ambicioso lo realizaron españoles y portugueses, que se dividieron el mundo entero en el Tratado de Tordesillas (1494).
Estados Unidos ha sido una excepción. Salvo la guerra de independencia de 1776-1783, la guerra contra la República de México de 1846-1848 (en la que ganó Texas, Arizona, Nuevo México, Nevada, California y otros territorios) y la guerra contra España de 1898 (desde la cual tiene soberanía sobre Puerto Rico y Guam), el resto de su expansión ha sido fruto de negociaciones y compras.
La Luisiana
La primera de esta serie de compras fue la del inmenso y despoblado territorio de La Luisiana, que se extendía desde la ciudad de Nueva Orleans al Canadá. Era una colonia que Francia cedió a España en 1762 en compensación por otras pérdidas territoriales sufridas en la guerra de los Siete Años. Durante los cuarenta años siguientes, el Imperio español trató de colonizarla y de detener la penetración de ciudadanos de EEUU.
Después de la derrota de España ante la Francia revolucionaria, Napoleón Bonaparte, primer cónsul de la República, obligó a Carlos IV a cederle La Luisiana, adscrita al virreinato de la Nueva España, porque deseaba reconstruir el imperio colonial francés. El ministro Manuel Godoy trató de condicionar la entrega a que España recibiese la plaza de Gibraltar del Reino Unido en una hipotética paz europea; pero lo único que obtuvo Madrid de París fue la promesa de que, si decidía la venta La Luisiana, ésta se realizaría solo a España.
Al poco de recibirla, en 1803, Napoleón se olvidó de sus planes expansionistas en América e, incumpliendo su palabra, vendió La Luisiana al presidente Thomas Jefferson por quince millones de dólares, una cantidad que a éste incluso costó reunirla. El dictador francés calculaba que, aparte de recibir un dinero necesario para mantener sus guerras, conseguiría enfrentar a EEUU y Gran Bretaña, y es cierto que entre ambas naciones estalló una guerra (1812-1815), pero ésta no impidió la derrota final del general coronado emperador en Waterloo. España, por su parte, de pronto se encontró con otro rival en el golfo de México y en las fronteras (indefinidas) de Texas y Nuevo México.
Los Estados Unidos ganaron más de 2,1 millones de kilómetros cuadrados a un precio de unos siete dólares por kilómetro cuadrado. De aquí surgieron Arkansas, Kansas, Iowa, Misuri, Nebraska Oklahoma, Luisiana, Minnesota, Montana…
La compra fue muy discutida y se consideró un abuso constitucional por parte del presidente. Entre otras consecuencias, agravó las tensiones entre el norte y el sur de EEUU, que ya se volvieron insoportables después del tratado de Guadalupe-Hidalgo (1848). Uno de los motivos por los que los texanos se habían separado fue su deseo de mantener la esclavitud, prohibida en México.
La Florida
Firmado en 1819 y ratificado en 1821, el Tratado Adams-Onís fijó la frontera entre Estados Unidos y el virreinato de la Nueva España, donde poco antes había habido sublevaciones independentistas. Fernando VII cedió la Florida, muy poco poblada y que siempre había absorbido grandes recursos económicos, a cambio del reconocimiento de la soberanía española en la provincia de Texas y del pago de las deudas a los colonos estadounidenses.
El México independiente ratificó el tratado en 1832 con la esperanza de que fijase los límites con su vecino, poco más tarde Texas se separó (1836) y en 1846 estalló la guerra con Estados Unidos.
La Mesilla
Después de la guerra contra México, la nueva frontera, sobre todo en su parte occidental, quedó indeterminada. En 1854, el presidente Antonio López de Santa Anna, el peor gobernante que ha sufrido México, aceptó vender un territorio de más de 70.000 kilómetros cuadrados, llamado La Mesilla, al sur de lo que luego fueron los estados de Arizona y Nuevo México, a cambio de diez millones de dólares. Estados Unidos se situaba a tiro de piedra de la desembocadura del río Colorado, en el mar de Cortés.
Durante las negociaciones, Santa Anna recibió ofertas para vender todavía más territorios entre el golfo de México y el Pacífico: la península de la Baja California, Sonora, Guerrero, Nuevo León… Al menos éstas las rechazó.
Alaska
Los rusos estaban presentes en Alaska desde finales del siglo XVIII y en sus exploraciones al sur habían chocado con los españoles. La colonia, aislada e improductiva, sólo tenía frontera con el Canadá británico. San Petersburgo temía que en una nueva guerra con los británicos (en 1853-1856 se había librado la guerra de Crimea, en la que tropas de Inglaterra y Francia desembarcaron en Rusia) se apoderasen de ella sin apenas esfuerzo.
Por tanto, el zar Alejandro II, que encima tenía dificultades financieras, aprobó vender Alaska a EEUU. La operación se realizó en 1867 a cambio de 7.200.000 dólares, una cantidad que se calcula equivaldría hoy a 130 millones. Al igual que en la compra de La Luisiana, hubo protestas, porque se consideraba que el nuevo territorio estaba muy lejano y no producía, nada salvo pieles.
En enero de 1959, el Congreso aprobó su incorporación a la Unión como estado. Unos meses después lo hizo Hawái, que había pedido su anexión a EEUU en 1898 como república independiente, pero controlada por plantadores de azúcar y empresarios.
En poco más de sesenta años, España, Francia y Rusia se retiraron del norte de América y lo dejaron a un nuevo gigante, que convertiría Texas, California y Alaska en fuentes de riqueza y poder. Otro ejemplo de que el tiempo de Europa concluía.
Islas Vírgenes Danesas
La Compañía Danesa de las Indias Occidentales se apoderó de una serie de pequeñas islas al este de Puerto Rico en la segunda mitad del siglo XVII para cultivar azúcar, cacao, algodón, canela y otros productos. En 1754, estas islas se convirtieron en colonia del reino de Dinamarca con el nombre de Indias Occidentales Danesas.
Cumpliendo su principio de que "América debe ser para los americanos", el presidente Woodrow Wilson temió que Alemania se apoderase del archipiélago y lo usase como base para sus sumergibles, por lo que ofreció a Copenhague comprárselo. El Gobierno danés, por su parte, suponía que si los alemanes les atacaban, Estados Unidos conquistaría sus Indias y las perdería. Por tanto, se pusieron de acuerdo en la compraventa y el precio, que ascendió a veinticinco millones de dólares.
El Tratado de las Indias Occidentales danesas se firmó en agosto de 1916. En Dinamarca lo aprobaron el Parlamento y un referéndum, celebrado en diciembre de ese año, cuando EEUU aún era un país neutral. En enero de 1917, los dos gobiernos intercambiaron sus respectivas ratificaciones del tratado. Washington tomó posesión el 31 de marzo del archipiélago, que pasó a denominarse Islas Vírgenes de Estados Unidos.
En esta serie de negociaciones, Estados Unidos obtuvo más de cuatro millones de kilómetros cuadrados y sin una gota de sangre. El proceso de expansión mediante "ofertas que no pueden rechazarse" prosigue en el siglo XXI. En sus dos mandatos, Trump ha propuesto a Dinamarca comprarle su otro territorio en América, Groenlandia, aunque los daneses y groenlandeses rechazan vendérselo.

