A Fernando Savater le suelen destacar sus facetas de ensayista, catedrático de Filosofía e incluso miembro de la plataforma Basta Ya, como El País, en aquel infausto 6 marzo de 2006, anotó al pie de su enésimo alegato contra el terrorismo, previniendo así al lector acerca del inexorable sesgo opinativo, ay, del articulista cívico. Por descontado, Savater es todo eso y algunas cosas más, tales como un sagaz connaisseur de la novela de aventuras o un extravagante frecuentador de hipódromos. No obstante, poco se habla de su valía como escritor. Le ocurre, aunque en sentido inverso, lo mismo que a Mario Vargas Llosa, de quien se ensalza su condición de literato y se infravalora la de pensador. (Las semejanzas entre Savater y Vargas no acaban aquí. No en vano ambos han dedicado su obra a la defensa entusiasta y, por qué no decirlo, exaltante, de la libertad, y a ese empeño han consagrado también su vida cuando han venido mal dadas o las circunstancias lo han exigido. El primero, jugándosela frente a ETA; el segundo, saltando a la arena electoral frente al [pre]sátrapa Fujimori. Estamos, en suma, ante dos intelectuales que se han ganado a pulso el pleonasmo de comprometidos).
En su más reciente compendio, ¡No te prives!, Savater pasa por el cedazo de su republicanismo los últimos acontecimientos de la vida política española: el cese de la violencia de ETA, la efusión independentista en Cataluña, el auge de Podemos, la abdicación de Juan Carlos I, la sucesión al trono de Felipe VI... Lo hace, como es habitual en él, mediante una prosa en que la pedagogía no se torna arrogancia, la amenidad no se confunde con lo banal, la audacia no deriva en ocurrencia y la radicalidad no se convierte en adustez. Tal como recalcó Arcadi Espada a propósito de esta misma obra, hay pocos ensayistas que empleen la analogía con la maestría con que lo hace Savater, que es a la ética lo que Sabina al desamor.
Así, y ante quienes abogan por que las víctimas del terrorismo sean ignoradas a la hora de orientar la política del Gobierno, sostiene: "Cuando en los medios de comunicación se hace una campaña institucional contra los accidentes de tráfico, por ejemplo, suelen incluirse (...) testimonios de quienes los padecieron, fuese por una imprudencia propia o ajena. (...) Y aunque no sean los accidentados quienes vayan a encargarse de la DGT, nadie descalifica sus advertencias llamándoles resentidos". Frente a quienes reprochan al Gobierno que no mueva ficha para solucionar el problema catalán, resuelve: "Por lo visto, cuando a alguien le da un ataque de epilepsia, todos tenemos la obligación de agitarnos al unísono". Y ya célebre es su receta para los complejos que atenazan a la izquierda respecto a la españolidad: "Saber que se forma parte de una nación no supone obligatoriamente ser nacionalista, lo mismo que tener apéndice no implica padecer apendicitis". Como el lector habrá intuido, la cursiva del posesivo se debe a que el padre del aforismo es Julián Marías, en lo que constituye un préstamo que, en cualquier caso, resulta emblemático de otra de las grandes vertientes de Savater: la de divulgador.
And not least, esta savateriana restaría incompleta sin recalcar el valor del personaje como brújula moral. Disculpen la inmodestia, pero yo sé perfectamente lo que Vázquez Montalbán, el bueno de Manolo, habría opinado sobre el referéndum fallido del 9-N, Pablito Iglesias o la concesión del balón de oro a Cristiano Ronaldo. Con Savater, en cambio, nunca sabré qué misterio nos trae esta noche. Y ahí, en esa expectación, radica la exacta diferencia entre el chisporroteo y la luz.