Menú
Federico Jiménez Losantos

El periodismo político

Artículo dedicado a Mariano José de Larra e incluido en el libro 'Los Nuestros', dedicado a los protagonistas que a través de la política, la literatura, la ciencia o las ideas han configurado la historia de España.

Breve y duradera, intensa y ligera, elocuente y contradictoria, ilustrada e improvisada, moralista y amoral, brillante y sombría, lógica y desordenada, atropellada y melancólica, la vida de Mariano José de Larra parece la definición de un periódico. Sin embargo, su mitografía corresponde más al siglo XX que al XIX y su imagen, cuidadosamente retocada por Azorín, es también la del intelectual español como símbolo de moral y de progreso, ilustración y revolución, enfrentado a una sociedad inmoral, atrasada, analfabeta y que no lo comprende. Desde que los Baroja, Azorín y otros noventayochistas le llevan, disfrazados de luto, unas violetas al cementerio civil, nace el intelectual contemporáneo, hijo del 98, con Fígaro como símbolo de valor incomprendido, pero, en realidad, como anticipo de irresponsabilidad. ¿Quién tiene la culpa del suicidio de Larra? Cualquiera menos Larra ¿Quién tiene la culpa de que Unamuno, Ortega, Azaña y demás contribuyeran decisivamente a hundir el régimen liberal? El liberalismo, naturalmente. Larra nos deja un género: el periodismo político. También un culto: la egolatría intelectual.

Los veintiocho años que Larra no llega a cumplir transcurren hasta los nueve en Francia. Aunque nace Madrid, su padre, médico célebre, cuida a José Bonaparte, el Rey Intruso, y debe marchar a Francia cuando Napoleón es derrotado en nuestro suelo. El médico atiende luego los alifafes del infante Francisco de Paula y, mientras prepara la vuelta a casa, Marianito recibe la primera instrucción en francés. Al llegar a Madrid, debe reaprender el español y se consagra a ello con voluntad. Redacta una gramática española y hasta una Geografía de España en verso. Lee a los clásicos y se abona a Cervantes, su verdadero maestro, su fuente y su desembocadura. Larra, por mor de su biografía, se ve obligado a pensar acerca de la lengua en que escribe y eso explica quizá su madurez. Al cumplir los diecinueve años comienza a publicar un periódico llamado El duende satírico del día. Para ello, ha buscado antes padrinos y se ha metido en los Voluntarios Realistas, la milicia antiliberal de Fernando VII en la que desempeña alguna labor administrativa.

Posible_retrato_de_Dolores_Armijo_Museo_
Dolores Armijo

El duende dura un año y nos muestra a un típico ilustrado dieciochesco, satírico de costumbres en nombre de la razón y del progreso. Su precedente inmediato es Sebastián Miñano, más antiabsolutista que Larra, y sus ancestros, Feijoo y Jovellanos. Su modelo francés, aunque superado, es Jouy. Sus paralelos en el costumbrismo español Mesonero y Estébanez, que no alcanzan la intensidad de Larra. Parecen sólo costumbristas. Precoz en todo, se casa a los veinte años con Pepita Wetoret, con la que tuvo tres hijos. Glosó el desastre en su artículo "El casarse pronto y mal". Pero allí no habla de su obsesión, menos admirable que siniestra, por Dolores Armijo, la bella esposa de un militar a la que conoció casi al tiempo que a su primer hijo y a la que persiguió el resto de sus días. Llego a conquistarla a fuerza de perseguirla pero ella se escabulló en cuanto pudo. Si Larra sufrió, o al menos se quejó con elocuencia, hizo sufrir mucho más. Por fortuna para Larra y para sus lectores, el mérito literario no depende de la buena conducta.

Quiso vivir del teatro, traduciendo del francés para Grimaldi y estrenando una versión creativa de Scribe titulada No más mostrador. Era 1831, la Ominosa Década absolutista abre la mano, Larra vuelve al periodismo y saca, ahora sí, la joya: El pobrecito hablador. No se alude, claro, al fusilamiento de Torrijos o a la ejecución de Marianita Pineda, sucesos que comentaría en su tertulia de El Parnasillo, pero nada más.

No obstante, su afición al liberalismo será ya plena hasta el final:

"Religión pura, fuente de toda moral, y religión como únicamente puede existir: acompañada de la tolerancia y de la libertad de conciencia; libertad civil; igualdad completa de la ley, e igualdad que abra la puerta a los cargos públicos para los hombres, todos, según su idoneidad, y sin necesidad de otra aristocracia que la del talento, la virtud y el mérito; y libertad absoluta del pensamientos escrito". Catecismo gaditano.

El prestigio de El pobrecito hablador y la precariedad de sus medios, pese al frenesí de adaptaciones teatrales, le llevan a protagonizar en 1833 el primer gran fichaje del periodismo español: cierra El pobrecito y firma un contrato con la Revista Española, de Carnerero. Es su consagración: allí adopta el seudónimo de Fígaro, con el que pasará a la posteridad. En los cinco años que, tras el barbecho de tres, dura la actividad periodística de Mariano José de Larra, no hay evolución sino decantamiento. Porque tras el aprendizaje del Duende, desarrolla en otras publicaciones (El correo de las Damas, El Observador, El Español, El Mundo, El Redactor General), un estilo del que nace el mejor periodismo español. Su perdurabilidad radica en su raíz clásica y en que se trata de un género literario genuinamente personal pero transferible, donde yo ignora al ; ataca a él; incorpora el nosotros, y elude el vosotros para alancear al ellos. Es un género egoísta. Tal vez por eso ha sobrevivido.

Tumba_de_Larra_San_Justo_Madrid_01.jpg
Tumba de Larra

Su primera colección de artículos la pública en 1835. Por entonces ha fatigado ya las tablas con Macías y las imprentas con su novela con El doncel de don Enrique el Doliente, otra versión de la historia del enamorado gallego. Larra, que pasea por Madrid siempre atildado, en dandy, hace crítica de teatro, la mejor pagada y más discutida. También la de poesía, con resultado atroz. Sólo es genial en el artículo. "Vuelva usted mañana", "El castellano viejo" y "En este país" son piezas soberbias. "El día de difuntos de 1836" y "La Nochebuena de 1836", sublimes. Del primero:

"Dos redactores de El mundo eran las figuras lacrimatorias de esta grande urna. Se veían en el relieve una cadena, una mordaza y la pluma"

¡Sueño y pesadilla perdurables! El último artículo, premonitorio, es la reseña de Los amantes de Teruel. Pero su célebre suicidio arranca de una frustración política: el duque de Rivas, padre del romanticismo y ministro de Gobernación con el moderado Istúriz, lo hace diputado por Ávila. Para ello, Larra abandona antes al progresista Mendizábal. Pero el motín de La Granja lo deja sin escaño, muere su amigo el conde de Campo Alange y, en fin, Dolores Armijo, un 13 de febrero, le dije adiós. Larra guardaba la pistola en una caja amarilla.

Temas

En Cultura