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El Ártico, visto desde un zepelín por Koestler, el gran renegado del comunismo

En El Ártico desde la ventana de un zepelín, Koestler narra el viaje científico a las tierras del Norte que llevó a cabo el dirigible Graf Zeppelin.

En El Ártico desde la ventana de un zepelín, Koestler narra el viaje científico a las tierras del Norte que llevó a cabo el dirigible Graf Zeppelin.

A lo largo de su vida, Arthur Koestler (Budapest, 1905 / Londres, 1983) abrazó, con esquizofrenia ideológica e instinto de supervivencia, no pocas causas con la intensa pero perecedera pasión que gastan los amantes: fue sionista primero, comunista después –espía soviético en España durante la Guerra Civil, con la misión de franquear la "guarida" de Franco–, y, finalmente, anticomunista –por ejemplo, participó en el Congreso para la Libertad Cultural de Berlín en 1950, financiado por la CIA–. El lector que quiera saber más sobre el personaje puede recurrir a la notable biografía que el ensayista Jorge Freire publicó en 2017 sobre el autor de El cero y el infinito.

Al poco de cumplir los veinte, Koestler viajó a Palestina y pasó un tiempo en un kibutz. Allí escribía artículos que enviaba a periódicos alemanes y que llamaron la atención del grupo editorial berlinés Ullstein Verlag, que le contrató y para el que fue corresponsal en Jerusalén y en París. En 1931, la empresa lo trasladó a sus oficinas centrales, donde trabajó como redactor político y asesor científico. Por ello, formó parte de la expedición que partió el 24 de julio de ese mismo año rumbo al círculo polar ártico a bordo del dirigible Graf Zeppelin.

A propósito de ese viaje, Koestler publicó una serie de artículos en el diario berlinés Vossiche Zeitung que, posteriormente, metamorfoseó en El Ártico desde la ventana de un zepelín, un reportaje largo y personalísimo que fue incluido en el libro De noches blancas y días rojos, editado en 1934 por la Editorial Estatal Ucraniana para las Minorías Nacionales de la Unión Soviética, y que ahora, en España, rescata del olvido Libros del KO.

El Ártico desde la ventana de un zepelín ha sido traducido por el director de los departamentos de Español y Estudios Culturales del Centro de Idiomas y Filología de la Universidad de Ulm, Francisco Uzcanga –quien también firma un epílogo titulado "Zepelinada", en el que alterna la narración de un viaje en zepelín con la historia del dirigible, desde su invención por el conde Ferdinand von Zeppelin, pasando por su uso como arma de guerra o como instrumento de propaganda–. El Koestler que firma este librito –ronda las 200 páginas– es todavía un fervoroso comunista que canta a los paisajes soviéticos con lirismo rojo –"El aire azul y dorado, harto de sol, vibra con el jubiloso estrépito de los motores. Las fábricas Putilov hacen rugir las sirenas, los barcos de vapor que surcan el Neva gimen como saxofones, el griterío de los cientos de miles que se agolpan en las calles suena como el tañido lejano de un violonchelo"– y que antepone el colectivo al individuo y el obrero al intelectual: "Si se obligara a pasar allí (en el Ártico) aunque sólo fuera un año a todos los profetas del ego y a todos los poetas que han idealizado la soledad, desde Nietzsche hasta Rilke, muy pronto se erradicaría el individualismo".

En realidad, más que fogonazos ideológicos, en este reportaje largo hay sobre todo aventura, instinto de supervivencia y ciencia –en este viaje, por ejemplo, se descubrieron nuevas tierras… y se borraron otras, como la isla de Harmsworth–. Cualquier paso en falso que dieran las 46 personas que integraban la expedición podía ser letal. La muerte, bien por escorbuto, bien por congelación, estaba a tiro de piedra. La tripulación, formada por meteorólogos, médicos, fotógrafos o cineastas, flotaba sobre un mar de dudas. El líder de la tropa, Hugo Eckener, dijo en algún momento: "Quiero saber de una vez si lo que hay delante de nosotros es hielo o niebla". "No debe ser agradable –añade Koestler– guiar una nave y a su tripulación a través de un mundo imaginario, desconocido, y que turba los sentidos con espectros malignos".

En definitiva, El Ártico desde la ventana de un zepelín es un libro que permite al lector pasar un buen rato. Por sus perfiles. Por sus descripciones. Por su sentido del humor. Por los zarpazos ideológicos de un rojazo efervescente y febril. Y por su asombro ante los descubrimientos: "Basta con libar unas gotas del cáliz ártico para darse cuenta de las muchas cosas que aún desconocemos de nuestro planeta, y que moriremos sin haber conocido…".

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