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Agustín de Foxá en la invasión finlandesa de la Unión Soviética

A las orillas del Ladoga compila artículos, poemas y cartas escritas por el conde durante su estancia en Finlandia, donde estuvo entre 1941 y 1942.

A las orillas del Ladoga compila artículos, poemas y cartas escritas por el conde durante su estancia en Finlandia, donde estuvo entre 1941 y 1942.

Durante una cena de corte diplomático, el ministro de Exteriores de la Italia fascista, el conde Ciano, se acercó al escritor y diplomático español Agustín de Foxá (Madrid, 1906-1959) y le censuró su manera de empinar el codo: "Señor de Foxá, la bebida acabará matándolo". "Al menos –respondió el autor de la magnífica y olvidada Madrid, de corte a checa– no me matará Marcial Lalanda".

Lalanda era un torero; Ciano, un cornudo. Cuando al yerno de Mussolini le tradujeron y explicaron el sutilísimo y cruel hachazo del español, entró en cólera y, según cuenta Serrano Súñer en sus memorias, hizo todo lo que pudo para expulsar a De Foxá del país transalpino.

Bon vivant, católico, falangista, monárquico y cínico –"Hagamos de España un país fascista y vayámonos a vivir al extranjero", dijo–, Agustín de Foxá, ante todo, fue un escritor excelente, un prosista pirotécnico. Buen ejemplo de ello es A las orillas del Ladoga (Renacimiento, 2019), volumen editado y prologado con brillantez por Cristóbal Villalobos. El libro compila los artículos, los poemas y las cartas escritas por "el conde de lo mismo" (Umbral) durante su estancia en Finlandia, donde llegó como encargado de negocios de la Embajada, entre 1941 y 1942 –aunque hay textos fechados en 1943 y 1945–.

A las orillas del Ladoga pierde fuelle en sus secciones poética y epistolar. La poesía que se recoge es prima de la de Manuel Machado, tiene retazos modernistas y, en ocasiones, su extrema sencillez se torna en simpleza. Por ejemplo: "Finlandia tiene sesenta mil lagos. / El reno, al Norte; el alce, al Centro; / el lapón como* salmón ahumado. / En otoño, en el Sur, hay cangrejos". Por su parte, las cartas, a veces, resultan repetitivas por su temática: las mismas descripciones paisajísticas, de costumbres, hechos ya narrados en los artículos, etcétera. Por otro lado, resultan simpáticos algunos comentarios dirigidos a la familia –"Mandadme las señas de Jaime y la medicina para los nervios"–, así como las confesiones más íntimas: "Siento enorme abismo en el idioma. Sólo se habla finlandés y sueco; bastante el alemán, poquísimo el inglés y prácticamente nada francés. De como que estoy como Robinson en su isla".

Por otro lado, la primera parte del libro, la que engloba los artículos, es una mascletá literaria. El enfoque periodístico es residual: en estos textos prima un yo absoluto, declaradamente tendencioso; aparecen fogonazos líricos y hasta greguerías –"La estación nocturna de Helsinki es una constelación de lamparillas de bolsillo"–; se busca contentar, como después afirma el autor en una carta, al gobierno finlandés. Cabe recordar, por cierto, que tras dos años de invasiones soviéticas, el país nórdico participaba, junto con Italia y Rumanía, en la Operación Barbarroja, con la que se pretendía invadir la URSS. Sus tropas se centrarían en las regiones de Carelia, el lago Ladoga y el sitio de Leningrado.

Leyendo estos artículos, el anticomunismo beligerante de Agustín de Foxá se entiende como una respuesta lógica a su catolicismo fervoroso. El diplomático señala que "el marxismo ha brutalizado asombrosamente al pueblo ruso, quitándole toda moral y todo escrúpulo", lamenta la presencia de cuadros de Lenin en iglesias en las que antes había un pantocrátor y la cristianofobia roja que va, incluso, más allá de la muerte:

A un lado, clavados en la nieve, unos palos, y sobre ellos unos gorros soviéticos, indicando que allí hay enterrados ocho soldados rojos del último ataque. Aún, en este gorro puntiagudo con sus orejeras de piel y su estrella soviética, está fresca la sangre en el borde del agujero por donde entró la bala. Los rusos han renunciado a la cruz. Por eso resulta terrible ver así el cuerpo de un hombre transformado en un palo, tapando con su gorra de muerto ese disparo de esperanza, esa chispa de resurrección que brotaría cruzando ese palo con una madera horizontal para fabricar el símbolo de la Cruz, que hace ligeras a las tumbas.

Además, algunos artículos brillan por su enfoque ecológico –no ecologista– y antropológico, sobre todo, los de su estancia en Laponia, donde a De Foxá le sorprende que la gente pobre desecha el salmón, que en muchos otros lugares es un manjar, por su abundancia y viste abrigos de piel de zorro ártico, mientras considera a las naranjas como un tesoro. En definitiva, si no perfecto, A las orillas del Ladoga es un libro más que notable para acercarse y (re)descubrir a uno de los mejores literatos españoles del siglo XX.

*Nota del periodista: En la obra aparece "como"; se entiende mejor "come". Puede, digo con prudencia, que se trate de un error de edición.

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