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Santiago Navajas

Batman, el mejor superhéroe

Batman es a la vez Don Quijote, idealista desfacedor de entuertos, y Hamlet, sociópata que tiene, como Dexter, entre sus objetivos a otros asesinos en serie.

Batman es a la vez Don Quijote, idealista desfacedor de entuertos, y Hamlet, sociópata que tiene, como Dexter, entre sus objetivos a otros asesinos en serie.
Cordon Press

O el peor mejor supervillano. Bruce Wayne es un tipo tan exitoso como vengativo, tan admirado como amargado y tan benefactor como pérfido. Su fascinante atractivo, como el de Darth Vader y Hannibal Lecter, descansa en que tiene un pie en el Bien y otro en el Mal. A diferencia de los otros dos Malvados, Batman carga un poco más del lado del bien. Por el momento. También sucede con otro estupendo mejor peor superhéore, el Rorschach imaginado por Alan Moore en Watchmen.

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Hablando de Moore, no es de extrañar que escribiera el mejor guión para Batman: La broma asesina. Moore ha sido el que mejor ha comprendido, tras Rorschach, que Bruce Wayne no es sino un pobre humano sin más poderes especiales que su enorme capacidad de superación, un supererogatorio kantiano sentido de la justicia y, en el nombre lleva la sentencia, un punto de locura psicoanalítica que vuelve locos a los psiquiatras que lo tratan.

Alan Moore critica los tradicionales cómics de superhéroes por ser una "catástrofe cultural" debido a que su éxito en el siglo XXI, vía su alianza con superproducciones cinematográficas, significa la derrota de la razón en una extensión muy amplia del público que se ceñiría a los universos limitados, absurdos y descontrolados de Marvel o DC, en lugar de tratar de analizar directamente las complejidades de la vida moderna. Además, esta cultura infantil e ingenua estaría haciendo de tapón para las formas culturales de nuestra época que están pugnando por salir pero que se encuentran con el dique fosilizado de los cómics.

Alguien tan ultraconservador como Ted Cruz, el candidato republicano a la nominación para presidente de los Estados Unidos, cita entre sus cinco superhéroes favoritos a Spiderman, Lobezno, Iron Man, Rorschach y… Batman. Sin embargo, a Robert Downey Jr. no le gustó El caballero oscuro, la versión rodada por Christopher Nolan

"Lo que digo es que vi El Caballero Oscuro. Me siento como un idiota porque no entiendo muchas cosas que son inteligentes. Es como el motor de un Ferrari en lo que se refiere a narrativa y guión y yo me digo ‘Eso no es lo que quiero ver en una película’. Me encantó El Truco Final, pero no comprendí El Caballero Oscuro, lo que ocurre con el personaje y lo que le sucede al final. Así que me dije ,’Ah, ya lo comprendo, es todo tan intelectual y jodidamente inteligente, que me hace falta una educación universitaria para entender esta película. ¿Sabes qué? Que se joda DC Cómics. Eso es lo que tengo que decir, y esa es mi opinión"

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Y el poeta, novelista, ensayista y cuentista Andrés Neuman fue un poco más allá y consideró que era fascista

Parábola fascista, quizá lo más decepcionante sea ver al torvo hombre murciélago (antes campeón de los 'outsiders' y los héroes clandestinos) convertido en una especie de asesor de los poderes fácticos de Gotham.

Batman es a la vez Don Quijote, idealista desfacedor de entuertos, y Hamlet, sociópata que tiene, como Dexter, entre sus objetivos a otros asesinos en serie. No es de extrañar que confunda simplones, como Robert Downey Jr., o a quienes esperan que el arte sea un sermón bienintencionado, como Neuman.

Goethe decía preferir la injusticia al desorden. O, lo que viene a ser lo mismo, primero el orden y, a continuación, la justicia. O, también, que sólo la justicia que surge del orden puede ser una justicia estable, una verdadera justicia, una justicia sobre lo que se asiente una libertad y una paz sólidas.

Me venía esto a la cabeza mientras contemplaba los juicios sumarísimos realizados por un Tribunal Popular en la última entrega de Batman dirigida por Nolan, una película a la par desordenada e "injusta" estéticamente. Para pasar el rato.

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El protagonista malvado es un tal Bane que ataca desde Wall Street hasta un partido de fútbol americano y organiza juicios dignos de Robespierre contra los representantes del orden y la justicia "capitalistas" en nombre de los desposeídos de la tierra, de aquellos que según Marx sólo pueden perder sus cadenas. Es sabido que la diferencia entre la Revolución Francesa y la Americana reside, fundamentalmente, en que mientras que la primera descarriló rápidamente en la demagogia y la violencia de los grupos de extrema izquierda, de Marat a Saint-Just, que despreciaban el imperio de la ley porque la ley la interpretaban personalmente -ellos eran la ley- la de los Estados Unidos supo mantenerse a salvo de extremistas racionalistas gracias a su talante empirista y pragmático. La distancia que va del iluminismo de Robespierre y Napoleón a la ilustración de Washington y John Adams.

Otro autor de una entrega de Batman, Mark Millar, imaginó cómo habría sido si Orson Welles se hubiese decidido por adaptar a Murciélago:

Una experiencia cinemática, un caleidoscopio de heroísmo y pesadillas con una imaginería nunca vista, salvo en el subconsciente de Goya o del propio Hawksmoor.

Si Superman hubiese encajado a la perfección en el estilo del realismo socialista, Batman es la representación del capitalismo esquizofrénico, tal y como lo definían Deleuze y Guattari. Rico y enajenado, doctor Jeckyll y mr. Hyde, Bruce Wayne y Batman realizan la justicia más allá del bien y del mal, de modo que nos hace plantearnos cuál es el límite de nuestro propio compromiso con la ética. Volviendo a Goya, podemos concluir que el sueño de la razón produce monstruos. Por ejemplo, Batman.

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