

David Mamet (Chicago, 1947) es una rara avis en el panorama cultural estadounidense, en el que se han plegado al Me too, Black Lives Matter y la corrección del lenguaje para almas sensibles. Es quizás el dramaturgo estadounidense más notable de la escena contemporánea por títulos como Oleanna o Glengarry Glen Ross, por la que recibió el premio Pulitzer, además de ser ensayista, novelista, guionista y director de cine. Mamet admite, sin complejos, que se vio seducido por las ideas progres durante años pero que la madurez le ha conducido a una ideología de derechas. Ha volcado su hastío por la cultura woke en Himno de retirada (Deusto), una recopilación de ensayos publicados en la National Review que se ha convertido en bestseller de The New York Times. El subtítulo ya revela su pesimismo: La muerte de la libertad de expresión y por qué nos saldrá cara. En esta compilación, apela al ciudadano librepensador a que despierte.
"La cultura estadounidense está ahora dominada por mojigatos envenenados. Los medios de comunicación de masas venden suscripciones, es decir, ‘contenido’, es decir, ‘salchichas’. El suscriptor, tras haber comprado un paquete, se queda sin más opciones. Pero no es así como los seres humanos elegimos —cuando se nos dan opciones— nuestras formas de entretenimiento. Porque, aunque es indiscutible que el brócoli frío es mejor para uno que la mousse de chocolate caliente, ¿qué hostelero está lo bastante loco como para publicitar lo primero con la esperanza de atraer clientes". (Página 162)
Mamet disfruta rociando gasolina al fuego. Es polémico en sus entrevistas –niega la pandemia de Covid, por ejemplo - y usa las mismas fórmulas en sus ensayos que en sus obras, cogiendo al lector por la solapa y vapuleándole para que detecte esa amenaza existencial para Occidente que pasa por la ideología de género o la literatura moralizándote y adoctrinadora. Da el pésame a Broadway porque se están tirando los amados clásicos del pensamiento occidental "debido a la raza, el sexo o la supuesta preferencia sexual de sus creadores".
"Las universidades, y los medios, siempre enfermos, han ido de la malicia a la depravación. Varios estados están intentando imponer a sus escuelas la enseñanza de la teoría crítica de la raza —es decir, del racismo—, y los gobernantes electos de ambas costas han rendido sus ciudades al vandalismo y la ruina" (Página 12)
Se recrea en lo que entiende como deriva política de Estados Unidos y crítica la ingenuidad con la que el ciudadano compra ideas y se suma al rebaño. "Nuestra docilidad, nuestro deseo de sentirnos incluidos y nuestra inerradicable capacidad para engañarnos a nosotros mismos nos conducen al error y la locura, que a su vez nos llevan al pecado y a la autodestrucción".
Asimismo, durante todo el libro desmigaja la perversión en el uso del lenguaje: "Estos semánticos, muy pragmáticos, saben que se puede influir en la conducta influyendo en la forma de hablar y, por tanto, de pensar (…) La izquierda insiste en los códigos del lenguaje, en el carácter mágico y tabú de ciertas palabras y en renombrar todas las cosas que nos han dado Dios (el sexo) y el hombre (el Gobierno), según una neolengua en constante evolución. Esto, como nos enseñó Orwell y podemos ver ahora, es la tarjeta de visita de la anarquía". (Página 110). Esa misma izquierda, envalentonada "por los pardillos progres" son los que están, a su parecer, destruyendo la cultura, "el objetivo declarado del marxismo".

