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Los demasiados libros

Limítense un poquito, por favor, los autores, los libreros y los editores; pongamos un poco de razón a la pasión de la "grafomanía" universal.

Limítense un poquito, por favor, los autores, los libreros y los editores; pongamos un poco de razón a la pasión de la "grafomanía" universal.
Biblioteca. | Flickr/CC/Gerald Pereira

Esta columna no es una reseña de un libro sino una llamada de atención sobre los libros innecesarios, es decir, sobre los malos libros. Los muchos libros son respetables, pero los demasiados pueden hacernos la vida muy dura. He ahí la principal crítica que en 1972 hizo el mexicano Gabriel Zaid a los excesos grafómanos de la humanidad. Los demasiados libros es el título de su magnífico ensayo. Zaid es un extraordinario humanista de nuestra época. Desde hace mucho tiempo, tiene méritos sobrados para habérsele otorgado el Premio Cervantes; pero, aunque me gustaría equivocarme, no se lo darán, entre otros motivos, porque los "jurados" carecen de entendederas suficientes para valorar una obra tan poética como especulativa, o sea, filosófica. Su obra es precisa, porque pone en claro la mayoría de las intuiciones oscuras de quienes aún persistimos en meditar, quizá pensar, con el ánimo de hallar una verdad, una relativa certeza, capaz de dar sentido a la vida.

La última edición de Los demasiados libros es de hace unas semanas. Aún no sé si habrá llegado a España. Está revisada y ampliada con nuevos textos. Son páginas escritas entre 1972 y 2022. ¡Cincuenta años perorando sobre libros! Se dice pronto. En realidad es imposible comprender la filosofía de Zaid sin su filosofía del libro. De la lectura. De su entera vida. Para Zaid la lectura es un placer, la máxima fruición a la que puede aspirar el ser humano, hasta el punto de hacer coincidir la lectura ininterrumpida con el paraíso. O sea, la vida del lector es la genuina frente "a lo que otros llaman vida": "Desde que empece a leer, la vida (lo que la gente dice que es la vida) empezó a parecerme una serie de interrupciones. Me costó mucho aceptarlas, y a veces pienso que sigo en las mismas. Que en vez de dejar el vicio, lo llevo a todas partes. Que si, por fin, salí a la realidad (lo que la gente dice que es la realidad) fue porque también me puse a leerla". Determinante de su existencia es, pues, la experiencia de la lectura. También es una clave de su filosofía: leer, leer y leer, pero poniendo, como decía Ortega y Gasset, "en el leer todos los verbos en que entra esa palabra legere: inteligir (leer por dentro del libro y de nosotros), colegir (deducir de lo leído otra cosa), elegir (escoger y quedarse con lo escogido)".

Este libro de Zaid ya se ha convertido en una obra clásica. Un lugar donde aprender el poderío del libro para mejorar nuestras vidas. Una fuente de agua fresca donde pueden abrevar autores, editores y libreros. Un cruce de caminos para disfruten los lectores ávidos de realidad a través de la lectura. Este libro tiene actualidad, es decir, genuina filosofía. El transcurrir de los años ha venido a convertir su principal conjetura en una tesis irrefutable: hay demasiados libros. El diagnóstico y el pronóstico de Zaid son tan certeros como su principal recomendación, casi un precepto moral para elevar el nivel de conversación de nuestra cultura, limítense un poquito, por favor, los autores, los libreros, los distribuidores y los editores; pongamos un poco de razón a la pasión de la "grafomanía" universal.

Mil son las propuestas hechas por Zaid, además de la autolimitación recomendada, para traer un poco de cordura a un problema real, pero no creo que le hayan hecho mucho caso, porque "los libros se siguen multiplicando en proporción geométrica, mientras que los lectores lo hacen en proporción aritmética. De no frenarse la pasión por publicar, vamos hacia un mundo con más autores que lectores". Sí, tiene razón Zaid, hay millones de libros malos, y, lo que es peor, impiden la publicación de libros buenos y, seguramente, necesarios para hacernos más buenos y felices. Pero de eso hablamos otro día, aunque me niego a rebelarme contra lo ineludible y no me resigno a lo que puedo remediar, o sea, intentaré comprender los males que traen aparejados los excesos de libros, pero yo procuraré no leerlos.

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