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Dr. Kovack: "El poder político ha impuesto el culto a la mediocridad, la persecución del esfuerzo y el castigo al éxito"

Aprendiendo a ser padres reúne técnicas para estimular y sacar lo mejor de cada pequeño y ayudarles a desarrollar todo su potencial.

Aprendiendo a ser padres reúne técnicas para estimular y sacar lo mejor de cada pequeño y ayudarles a desarrollar todo su potencial.
El doctor Francisco Kovacs, autor de 'Aprendiendo a ser padres' | Espasa
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El doctor Francisco Kovacs, formado por su padre con técnicas especiales de educación temprana, terminó los estudios de Medicina a los 19 años. Su propia experiencia y sus investigaciones médicas le han llevado a elaborar un manual para estimular y sacar lo mejor de cada pequeño y ayudarles a desarrollar todo su potencial. Su clásico Aprendiendo a ser padres (Espasa) se publica ahora en una edición actualizada. "Los niños geniales tienen más posibilidades de ser adultos felices", defiende.

Kovacs insiste en hacer entender a los padres que "en un mundo cambiante, el código genético y la educación son los únicos legados" que sus hijos conservarán. La educación "es una tarea que no se puede relegar", pues sostiene que "las formas de analizar el mundo y comportarse, los valores morales y los principios básicos como persona solo pueden aportarlos los padres". En su forma de entender la educación, no se limita a "aplicar un programa de estimulación cerebral", sino que comprende la necesidad de que el "niño esté rodeado de afecto y tenga un modelo al que imitar".

PREGUNUTA: Se publica en 2024 una edición revisada de su manual de educación. ¿Qué ha cambiado?

RESPUESTA: Los métodos apropiados para desarrollar las capacidades biológicas de un niño son similares a los descritos en 2011, pero en los últimos años han surgido asuntos nuevos que tienen una gran trascendencia educativa. Por ejemplo, en 2011 no existía la inteligencia artificial, se desconocían los resultados de la enseñanza digital frente a la tradicional, era menor la penetración de las redes sociales, y muchos procesos perjudiciales para el desarrollo educativo estaban menos extendidos, como el relativismo moral e intelectual, el castigo a la excelencia o la imposición de la mediocridad, la corrección política y el enfoque woke. La versión actualizada de Aprendiendo a ser padres cubre estos aspectos. Además, los cambios tecnológicos, sociales y geopolíticos en los que estamos inmersos llevan a que quienes hoy son niños se enfrenten a un futuro más incierto que el que esperaba a sus padres

P. Hoy en día, los padres tienen a su alcance gran variedad de libros y manuales sobre paternidad. ¿Cómo saber elegir?

R. Creo que conviene basarse en dos criterios fundamentales. En primer lugar, en el objetivo del método educativo. Algunos libros dan prioridad a que sus recomendaciones sean acordes con la línea de los pensamientos de moda, apoyen determinados planteamientos sociales o ideológicos, o resulten políticamente correctas. En segundo lugar, en la solidez del fundamento que respalda cada recomendación educativa. En el libro, identifico claramente las que se basan en las conclusiones de estudios científicos sólidos, cuyas referencias bibliográficas cito, de las emanadas de mis opiniones personales, aunque explique sus fundamentos y razonamientos, y las coteje con los datos disponibles.

P. ¿Su infancia le ha servido para redactar este manual?

R. No es un método basado en anécdotas personales, pero algunas vivencias me han sido muy útiles. Por ejemplo, me han enseñado a no prestar atención a los agoreros que insisten en que educar a un niño en la búsqueda de la excelencia le condena a un futuro aciago como un ser infeliz e inadaptado, y me han hecho llegar a la conclusión de que, aunque mucha gente opina sobre educación, muy poca lo hace con fundamento.

También me han ratificado que conviene educar pensando en las necesidades y la libertad del futuro adulto, y no en caerle simpático durante su infancia costa de no reconvenirle nunca, ceder a todos sus caprichos, reírle las gracias o educarle con acuerdo a las modas. En la educación, los padres tienen un papel esencial, y los amigos, otro. Si los padres se comportan como amigos de sus hijos, les dejan huérfanos.

P. ¿Cuál es la principal amenaza a la que se enfrentan hoy los niños para convertirse en adultos felices?

R. Creo que son tres. La primera, la confusión con respecto a quiénes son responsables de velar por el futuro de los niños. No son entes difusos e impersonales, como "la Sociedad", o el "Estado", y ni siquiera la escuela, aunque esta les instruya académicamente. Realmente los hijos son de sus padres y ellos son los responsables de sus comportamientos y de prepararles para el futuro. En general, no hay nadie tan honrada y profundamente interesado en el bien de un hijo como sus padres, por lo que resulta individual y socialmente suicida cuestionar su responsabilidad, disputarles su autoridad, o quitarles herramientas útiles para ejercerla.

En segundo lugar, el sistema educativo vigente. Si algunas capacidades y habilidades no se fomentan durante la infancia, resulta prácticamente imposible adquirirlas más adelante. No sirve de nada haber plantado la mejor semilla, si el árbol muere porque no se le riega en el momento oportuno. Es muy difícil que quien a los 17 o 18 años años no ha desarrollado la capacidad necesaria para captar las diferencias de entonación que definen las 20 vocales chinas, pueda hablar chino fluidamente en algún momento de su vida, o que un niño no ha ejercitado su equilibrio o cierta habilidad psicomotora, despunte de adulto en actividades que las requieran. Si el sistema no capacita al niño para vivir en el mundo de los adultos, le condena al fracaso.

Por último, los modelos sociales enfermizos que se están imponiendo en muchos países occidentales. Creo que convierten la infancia y la adolescencia en un campo de minas, en el que cada vez se limita más la capacidad de los padres para proteger a sus hijos y, a la vez, se expone a estos a la influencia de agentes para los que el bien del niño a largo plazo no resulta el objetivo prioritario, y que usan técnicas de ingeniería social para adoctrinarles cada vez desde más temprano y mediante más vías (contenidos escolares, redes sociales, publicidad, películas, videojuegos, medios de comunicación…). Esas influencias fomentan la indigencia intelectual, la falta de asunción de responsabilidades, el autoengaño, el relativismo moral, el materialismo cortoplacista, la renuncia a la dignidad y a la libertad personales… y, como demuestran ejemplos como el caso Tavistock, pueden abocar a castraciones innecesarias e impunes. Así, los niños pueden terminar pagando toda su vida por decisiones que tomaron cuando no estaban preparados para hacerlo ni eran conscientes de sus consecuencias. Simplemente por haberse dejado llevar por la presión del entorno. Por eso, ya no se trata tanto de "protegerles" como de "capacitarles", asegurando que disponen desde tan pronto como sea posible de un criterio propio y sólidamente fundamentado, y de la capacidad de defenderse por sí mismos.

Creo que ya no se puede confiar en que basta delegar la educación en el "sistema estándar", para que el resultado sea "normal" y "razonablemente bueno". Los datos sugieren que lo más probable es que sea nefasto. La buena noticia es que una buena educación puede conjurar esos riesgos y que, sabiendo cómo hacerlo, los padres pueden compensar las demás influencias, aunque estén muy ocupados y no puedan compartir con sus hijos tanto tiempo como desearían. Ese es el objetivo esencial de Aprendiendo a ser padres.

P. Exigir demasiado al niño o tener puestas unas expectativas demasiado altas, ¿pueden frustrarle?

R. Exigirle sistemáticamente más de lo que puede lograr, le frustra y le desmotiva sin aportarle ninguna ventaja. Resulta tan perjudicial como no exigirle nunca nada que le requiera esfuerzo. Lo óptimo es exigirle entre el 95% y el 100% de lo que pueda dar, de manera que se acostumbre a esforzarse y a cumplir con su deber, y a veces él mismo se sorprenda de lo que puede lograr con tesón, disciplina y motivación. Y ocasionalmente exigirle el 105%, para que aprenda que ante el fracaso no procede lamentarse, evadir responsabilidades ni desmoronarse, sino simplemente analizar qué hubiera podido hacer mejor y convertir esa vivencia en un acicate y una lección, que cuando le permita triunfar le resultará doblemente gratificante. Hay que ser inteligente para aprender de un fracaso, pero hay que ser un genio para aprender de un éxito.

P. ¿Se puede enseñar a un niño a ser disciplinado y trabajador o es parte de su personalidad?

R. Se le puede y debe enseñar. Nadie tiende a esforzarse inútilmente; la educación tiene que asegurar que existen incentivos para hacerlo, hasta que el esfuerzo y la disciplina sean tan habituales que se conviertan en un rasgo de su personalidad. Eso es necesario para que el niño pueda devenir un adulto libre, puesto que a un vago le están vedadas todas las opciones que requieren esfuerzo.

P. ¿Los padres deberían optar por actividades extraescolares que los niños elijan o, en su lugar, decidir por ellos?

R. Cuando los niños son pequeños, los padres saben mejor que ellos qué les conviene, ya sea para su desarrollo y capacitación futura, o por las necesidades que impone el entorno (por ejemplo, aprender a nadar en un ámbito en el que eso le pueda salvar la vida, aunque al niño le incomode que el agua no tenga la temperatura de su elección). Y también son los padres quienes tienen que decidir qué actividades resultan factibles para la familia, y cuáles no. Una vez que el niño haya demostrado disciplina y capacidad de esfuerzo en esas actividades, los padres podrán tener en cuenta sus preferencias. Pero no tienen la obligación de cumplir todos los caprichos y fantasías pasajeras que se les ocurran a sus hijos en función de las modas, lo que hagan sus compañeros, las películas que vean o la presión comercial que sufran.

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El doctor Francisco Kovacs, autor de 'Aprendiendo a ser padres'

Cuando sean adultos maduros y capaces de mantenerse por sí mismos, podrán hacer lo que quieran. Pero, mientras tanto, una familia no es una democracia igualitarista en la que el voto de todos los miembros vale lo mismo; los padres son padres, los hijos son hijos, y no están en un plano de igualdad. Y es mejor para todos que todos lo asuman desde un principio.

P. Las nuevas corrientes sobre educación tienden a erradicar los castigos mientras que usted defiende que, si un niño infringe una norma que conoce y comprende, debe ser castigado. ¿Qué diferencias hay entre unos niños que sí reciben castigo y los que no?

R. Dejar crecer espontáneamente a un niño como si fuera un fruto silvestre, sin intervenir, no es educarle. Educar implica encauzar sus actitudes, fomentando unos comportamientos y reprimiendo otros. El premio y el castigo sirven exactamente para eso. Y cuando el castigo es necesario, resulta imprescindible. Como en el caso del premio, más importante que el tipo o la dosis, es que sea predecible, merecido y eficaz.

Los datos disponibles reflejan que no ser castigado cuando resulta merecido traumatiza tanto como serlo de manera sistemáticamente inmerecida, aunque de manera distinta. El niño puede interpretar la falta de castigo merecido como falta de atención (asumiendo que a sus padres les importa tan poco que ni siquiera se han dado cuenta de que merece ser castigado), lo que puede desvincularle afectivamente de sus padres o incitarle a ir incrementando la gravedad de las trastadas hasta que sea imposible no prestarle atención. También puede interpretar (probablemente, con razón) que sus padres no son fiables, pues no cumplen ni siquiera con las normas que ellos mismos establecen, o generarle inseguridad, al asumir que si incumplen las normas que restringen su comportamiento, probablemente tampoco cumplan las que le protegen. Por otra parte, si se acostumbra a que sus transgresiones queden impunes, el niño puede dejar de respetar las normas (primero familiares, y luego también sociales y legales) y convertirse en un indeseable que pretenda imponer sus caprichos y deseos a todos, con el grado de violencia que la situación requiera. La psicología define más posibilidades, y ninguna es buena.

De hecho, si el castigo resultara tan traumático como nos han querido hacer creer algunos psicopedagogos e ingenieros sociales, ninguna generación previa a los años 70 habría sobrevivido. La verdad es que, como resulta obvio si comparamos sus logros y actitudes con las de la actual "generación de cristal", el castigo, aplicado de manera justa e inteligente, no sólo no traumatiza, sino que resulta una herramienta educativa eficaz para modular el comportamiento, madurar, y permitir la vida civilizada en sociedad.

P. ¿Las nuevas tecnologías son un aliado a la hora de estimular y sacar todo el potencial del niño?

R. Todas las tecnologías, desde la rueda hasta la energía nuclear, aportan ventajas y también suponen riesgos. Pueden salvar vidas o destrozarlas, en función del objetivo y habilidad de quienes las manejen. Las nuevas tecnologías ya son prácticamente indispensables en la vida cotidiana, y es previsible que cada vez lo sean más, por lo que no enseñar a un niño a usarlas le supondría una desventaja competitiva. Lo importante es enseñarle a usarlas inteligentemente, aprovechando sus enormes ventajas y a la vez reduciendo sus riesgos (que son igualmente grandes). En el libro se especifican claves y criterios al respecto.

P. Hay un capítulo dedicado a explicar cómo se desarrolla biológicamente un ser y su cerebro, y en otro indica que los niños y las niñas no son iguales. Queriendo los mismos objetivos ¿la estimulación debe ser distinta según el sexo?

R. Si en un cuarto mezclamos niños y niñas desnudos, es fácil distinguir a los unos de las otras. Si fueran iguales, serían indistinguibles, por lo que no merece la pena perder tiempo debatiendo este asunto. Niños y niñas son equivalentes, pero no iguales, y no sólo en los aspectos anatómicos obvios, sino en otros muchos que no se ven, incluyendo algunas conexiones neurológicas que existen en unas y no en otros, y viceversa, y que condicionan las diferencias que han sido demostradas científicamente en multitud de funciones.

Niños y niñas pueden ser igualmente brillantes. Los objetivos educativos son los mismos y la esencia del método, también, pero hay diferencias de detalle que pueden ser relevantes y conviene tener en cuenta al aplicarlo en la práctica. Por ejemplo, las maneras de enfrentarse a las normas o gestionar los conflictos, los aspectos que les llaman prioritariamente la atención, o la manera de captar su atención, suelen ser distintas entre varones y hembras.

P. En pos de la igualdad, ¿perjudicamos el desarrollo de niños y niñas?

R. Justicia no significa tratar igual a todos, sino precisamente lo contrario; tratar de manera distinta a quienes tienen comportamientos diferentes y obtienen resultados dispares. Por ejemplo, tratar igual a quienes suspenden y a quienes aprueban permitiendo que todos pasen al siguiente curso, no sólo es injusto para quienes se han esforzado más (a los que, además, la ausencia de premio o reconocimiento incita a dejar de hacerlo), sino que es todavía más cruel para los que suspenden. En primer lugar, porque les sugiere que ser vagos sale impune, de manera que esforzarse es de tontos y carecen de incentivo para mejorar. Y, además, porque les da acceso a un curso superior en el que su fracaso es inevitable, al carecer de los conocimientos previos necesarios para entender los nuevos contenidos; eso garantiza su fracaso académico perpetuo.

Con respecto a intentar imponer una igualdad entre sexos que la biología y los hechos desmienten, resulta tan ridículo como esperar que, porque mañana una normativa políticamente correcta negara la ley de la gravedad, las manzanas dejaran de caer de los árboles. Es un debate intelectualmente ridículo que supone una pérdida de tiempo. En este campo, da la sensación de que los traumas de algunos adultos, o los objetivos de una ingeniería social despiadada, han pesado más que el interés de los niños y las niñas, y el de la sociedad.

P. Un niño bien educado, en el que se ha fomentado toda su potencialidad, ¿revierte en una sociedad mejor?

R. Sin duda. Y creo que la evolución de nuestra propia sociedad también lo demuestra sensu contrario; demoler el nivel educativo de una sociedad y escoger para dirigirla a los menos capacitados intelectual y éticamente, no aboca a nada bueno.

P. ¿Nos hemos acostumbrado a ser mediocres?

R. En España sigue habiendo muchos ejemplos de brillantez y excelencia; en el ámbito económico y empresarial, en el deportivo, en el profesional… Sin embargo, creo que en las últimas décadas el poder político ha impuesto en nuestro país el culto a la mediocridad, la persecución del esfuerzo y el castigo al éxito. Tras haber mantenido esa política durante décadas, sus consecuencias ya se perciben, y es previsible que sigan ampliándose.

En el ámbito educativo, un ejemplo claro es la promulgación de la LOGSE, hace ya 40 años, y las sucesivas reformas educativas desde entonces. El hecho de que en su día se impusiera una normativa insensata que era obvio que conduciría al desastre, y que cuando las comparaciones internacionales han demostrado que, efectivamente, ha llevado al desastre, se haya mantenido y se haya profundizado en su enfoque, dificulta asegurar que el fomento de la mediocridad se casual o se deba sólo a estupidez o incompetencia.

P. ¿Estamos perdiendo la cultura del esfuerzo?

R. Sí, y no por casualidad. Puede resultar apetecible si se desea mantener a la población sumisa y controlada, pero a medio plazo resulta suicida para una Sociedad, especialmente en un entorno globalmente competitivo. Y es especialmente cruel para la parte menos pudiente de la población, que no tiene más remedio que confiar en el sistema público porque carece de los medios necesarios para costear a sus hijos una educación privada que pueda ser más exigente.

Por eso me parece especialmente despreciable el ejemplo de una antigua ministra de Educación que, mientras cuestionaba que los hijos fueran de sus padres (insinuando que eran del Estado), enviaba a sus propias hijas a un colegio privado exigente, a fin de evitarles precisamente la pésima educación controlada por el Estado que desde su propio Departamento imponía a las hijas de las demás. Eso puede reflejar el loable desvelo de una madre por sus hijas, pero también la fría crueldad de quien está dispuesta a dejar ciegas a las hijas de los demás, para que a las suyas les baste ser tuertas.

P. ¿Las políticas educativas de los diferentes gobiernos se preocupan por sacar el mayor potencial posible?

R. Desde la implantación de la LOGSE, los resultados de las comparaciones internacionales demuestran que el sistema educativo español ha ido hundiéndose sin que ninguno de los partidos políticos que ha gobernado en los últimos 40 años haya mejorado significativamente esa tendencia.

La conclusión intuitiva sería que hundir el nivel educativo de la población es uno más de los objetivos que de facto comparten, ese hecho pero puede deberse a otras causas; falta de interés, cobardía para enfrentarse a los colectivos que se benefician de esta situación, politización y atomización de los contenidos educativos, pura incompetencia, o a una combinación de esos u otros motivos. Pero lo importante es el hecho objetivo; pese a los ingentes recursos procedentes de los contribuyentes que se destinan a educación en España, el nivel educativo es malo y sigue empeorando.

P. La educación de los niños y el fomento de su potencialidad, ¿es un ejercicio colectivo o individual?

R. Lo ideal es que las medidas individuales y colectivas sean congruentes y se potencien recíprocamente; que padres y profesores remen en la misma dirección priorizando el interés del niño, y que la normativa lo compruebe, facilite y refuerce. Pero los hechos demuestran que eso no es lo que sucede en nuestro país. Tal vez algunas personas quieran confiar en que en algún momento llegará un gobierno al que le interesará la educación, y tendrá el valor, la honradez y la capacidad necesarias para enderezar la situación. Sin embargo, los hechos observados hasta ahora no alientan la fe en que eso sucederá a corto plazo, y hasta entonces se seguirán perdiendo generaciones enteras. Por eso, puede ser más práctico centrarse en las medidas que cada familia puede tomar en su propio ámbito de responsabilidad para educar bien a sus hijos, y fomentar que sean tan brillantes como sea posible. Ese es el enfoque con el que escribí "Aprendiendo a ser padres", y mi principal motivación para hacerlo.

P. Los sistemas educativos en Europa o Estados Unidos, ¿están alineado con estas ideas que usted propone? ¿Debería España imitar el sistema educativo de algún otro país?

R. Los informes PISA reflejan qué sistemas funcionan, y cuáles no, y los datos disponibles demuestran qué reformas educativas han mejorado los resultados académicos en distintos países, y cuáles los han empeorado. Si el objetivo prioritario del sistema educativo español fuera mejorar la preparación de los españoles del futuro para aumentar sus posibilidades de triunfar en un mundo competitivo, las medidas a tomar estarían claras. Pero eso obligaría a las autoridades políticas y educativas a renunciar a ciertos dogmas ideológicos, escuchar a la comunidad educativa y evaluar honestamente sus propios resultados. Es loable confiar en que eso sucederá tarde o temprano, pero mientras tanto creo que es más realista asumir que conviene que cada familia tome por su cuenta las medidas necesarias para asegurar el futuro de sus hijos.

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