

Hay un personaje en Minimosca (Candaya), un escritor que se llama Amnésico, que un día perdió la memoria de un golpe tonto contra una piedra en la playa. Con el paso de los meses, recupera el recuerdo de su familia y de su hogar, pero al llegar a casa, nadie tiene la menor idea de quién vivía allí. Amnésico nació de una experiencia real del escritor Gustavo Faverón, que sólo estuvo 24 horas con la mente en blanco, lo suficiente para comprender que un accidente, un mal segundo, puede borrar de un plumazo tu vida y tu normalidad.
Minimosca, dice la editorial, "es un laberinto con forma de novela, un agujero de gusano en la historia, un portal hacia dimensiones paralelas enloquecidas, donde se confunden la realidad y la memoria, la ficción y la metaficción, la imaginación y el tiempo". Amnésico comparte espacio con versiones alternativas de Marcel Duchamp, César Vallejo, Allen Ginsberg o Stephen King, aunque es un boxeador de la categoría minimosca quien da título a este compendio de relatos sobre relaciones intergeneracionales, o más bien, reflexiones sobre el legado emocional que padres dejan a hijos. Se citan distintos géneros y épocas en un juego de espejos con espacio para la metaficción, en el que se discute sobre arte de vanguardia, literatura, cine, música, belleza y dramas.
Gustavo Faverón (Perú, 1966), es jefe del Departamento de Literaturas y Lenguas Romances en Bowdoin, donde antes dirigió el Programa de Estudios Latinoamericanos. Es autor de otras novelas como El anticuario y Vivir abajo (finalista de la Bienal Vargas Llosa) y de los ensayos Rebeldes, Contra la alegoría, Puente aéreo y El orden del Aleph.
PREGUNTA. Resulta difícil definir su novela. ¿Usted cómo lo haría?
RESPUESTA. Yo no he podido. Casi era uno de los objetivos, que la novela no pudiera reducirse a una frase. En términos de marketing eso funciona muy bien, pero yo no lo quería. Nació del impulso de contar historias sobre relaciones paterno y materno filiales dolorosas, a veces abusivas, a veces perversas y otras desafortunadas. Quería hablar sobre la responsabilidad de padres y madres sobre lo que heredan sus hijos emocionalmente.
P. Vivimos en un mundo en el que prima la inmediatez y usted nos viene con 700 páginas y capítulos que requieren una lectura pausada. ¿Es buena idea?
R. Necesitamos cosas que no se lean en tres minutos entre una estación del metro y la siguiente. Me resulta importante tener ciertas cosas estables en la vida, como la familia, y que las que no son estables, como puede ser una novela, se quede conmigo un tiempo, el suficiente para que yo sienta que estoy habitando ese mundo.
P. Recorremos un siglo de acontecimientos en ambos lados del Atlántico. ¿Por qué un boxeador da título a una novela tan coral y con tantas historias?
R. El título me parecía llamativo y simbólico. Ese boxeador es un personaje que se siente muy débil y muy pequeño frente a todas las cosas que ha tenido en contra en la vida. Esa sensación atraviesa toda la novela.
P. ¿Es cierto que iba a ser una novela corta?
R. Sí, pero me salió diez veces más larga. Originalmente iba a ser la historia del boxeador, que además es un poeta que estudia Literatura y que se interroga a sí mismo sobre cómo salir de la serie de traumas en los que ha crecido. Pero luego sentí que tenía un compromiso con los personajes secundarios y así fue creciendo la novela.
P. ¿Convive con sus personajes?
R. Mucho. Tanto con los personajes como con las ideas que tienen. Hay un personaje, en particular, que literalmente me cambió la vida porque cambió mi rutina diaria. Es un personaje que está obsesionado con el cine de Europa del Este y que en un tiempo muy corto ve cientos de películas. Yo estaba tan metido en construir ese personaje que terminé viendo 300 películas de Europa del Este. Después, el personaje se obsesiona con las de Asia y vi 200 películas asiáticas. A veces, los personajes conducen mi vida diaria.
P. Sus personajes del pasado, ¿se proyectan en la actualidad?
R. Creo que el pasado son momentos de la historia que se proyectan en el futuro constantemente. Creo mucho en la idea de que hay ciertos lugares del mundo donde ocurren cosas que son el futuro de otros lugares. Llevo 24 años viviendo en Estados Unidos porque salí de Perú en la época de la dictadura de Fujimori. Llegó al gobierno con los votos de la izquierda y con un discurso populista. El pasado de Perú se parece mucho al futuro próximo de muchos países. Tenemos que aprender de las cosas que pasan en otros países para que no pasen en el tuyo.
P. Precisamente tiene un personaje llamado Amnésico. ¿Tendemos, como sociedad, a optar por una amnesia voluntaria?
R. Tendemos a darle una explicación muy simple a las cosas y pensar que no van a volver a pasar. Es una forma de no pensar.
P. ¿Incluye vivencias personales en su novela?
R. Es inevitable, aunque no sean los grandes hechos de mi vida. Tengo una hija de 13 años con una enfermedad congénita. Cuando ella nació, comencé a hacerme preguntas acerca de la figura del padre, de la influencia en los hijos. La enfermedad de ella me marcó mucho y no es una cosa que se traduzca literalmente en el argumento de la novela, pero está detrás de todo.
P. En su libro hay un juego constante entre realidad y ficción. ¿Le propone al lector que tome las riendas?
R. Me encanta ese juego. Hay mucha literatura que me ha provocado placer, pero nadie compite con Borges. Él hace mucho eso de coger hechos históricos, modificarlos o darte distintas versiones de una misma historia, no dejarte muy claro qué cosa es real y qué es ficticia. Hay textos que lees de Borges y no sabes si son ensayos, cuentos, si está siendo irónico o si son las cosas que piensa. En Buenos Aires, Borges escribía reseñas de libros importantes de la época y, de vez en cuando, reseñaba tres o cuatro libros que no existían. Eso me fascina. Estamos yendo, históricamente desde hace 80 años, en una dirección en la que los límites entre lo verdadero y lo falso, la ficción y la historia, las construcciones ideológicas frente a los hechos, se está volviendo cada vez más relevante.
P. ¿Es el conflicto entre generaciones el punto común de todos los relatos?
R. Sí. En algunos casos, es una historia familiar de tres o cuatro individuos, pero ese tipo de relaciones son fáciles de leer ya no solo como conflictos entre individuos, sino entre generaciones completas, como conflictos sociales o relaciones de poder. Puedes leer la historia de una familia como la historia de una nación. Es como el late motiv que atraviesa toda la novela y que fue el motivo original. Escribir esas historias intergeneracionales fue mi primer impulso.
P. Encontramos reflexiones acerca de la mentira. ¿Por qué se ha vuelto tan atractiva?
R. La gran cantidad de información que recibimos ha hecho que la verdad y la realidad sea cada vez menos atractiva. Nos produce más miedo y nuestra reacción es sentirnos más atraídos por otras versiones que no sean tan terribles, que se acomoden un poco más a nuestras expectativas. Es casi el mismo tipo de reacción que puede llevar a la gente a leer novelas. Pero cuando ya no es en el plano de la ficción, cuando no la encontramos en una librería sino en el kiosco de periódicos tratando de reemplazar a la verdad, es un peligro, es una seducción muy oscura.
P. ¿Le gustaría que el lector extrajese una lección de esta novela?
R. Sí, pero no la mía. El libro no dice lo que está bien o está mal. Hay muchas señales acerca del horror, el mal, el error, pero el lector tiene que estar libre de encontrar su propia interpretación y su propia verdad. Creo en la lectura como un acto moral, no creo simplemente en leer novelas por diversión. Hay algo más trascendente. Parte de ese juego es la libertad que tenga el lector de poner sus propias reglas.
P. A pesar de todos los dramas que se cuentan en ese libro, no se pierde el humor. ¿Es así como entiende la vida?
R. Es mi forma extraña de ser realista. Durante los primeros años de mi vida en Perú había una dictadura socialista, en los siguientes, una dictadura de derechas. Después, una democracia muy criminal y una guerra interna con Sendero Luminoso. En mis primeras fiestas había toque de queda y militares por la calle. Sin embargo, mis recuerdos son más o menos igual de felices o agridulces que los de cualquier otra persona que no haya vivido esos años de su vida en un contexto así. Uno recuerda mucho el error, el terror, la violencia, pero lo recuerda junto a los demás. También escribiendo pongo cierta distancia entre las cosas terribles de la narración y mi propia emoción. A veces puede ser una especie de risa nerviosa. En los libros anteriores trataba de reprimir eso, pero ya, en esta novela, trato de buscar el lado cómico casi en cualquier situación, aunque sea muy oscura.
P. ¿Con cuál de sus personajes se iría de cañas?
R. Yo con mis personajes no voy ni a la vuelta de la esquina. La mayor parte son terribles. Pero hay un pintor que tiene cosas de mi abuelo, que murió hace muchos años. Más que irme a tomar una caña con un personaje mío, escribir mis personajes a veces es como irme a tomar una caña con alguien que ya no está.
P. Es común asociar su nombre al concepto de "novela total". ¿Qué le parece?
R. Me encanta la referencia porque me encantan las novelas del boom latinoamericano, de García Márquez o de Vargas Llosa. Me fascina todo lo que se asocia a la novela total. Generacionalmente, el último que hizo un esfuerzo cercano al de la novela total fue Bolaño, pero ya era otra cosa. La novela total es la historia del mundo desde su aparición hasta su destrucción y narrarlo en todos los niveles posibles. Lo que decía Vargas Llosa, que una novela fuese erótica, policial, de misterio, psicológica, política... y todo al mismo tiempo. Es mucho trabajo e implica mucha planificación. A mí me gusta mucho la idea de escribir esa novela que lo englobe todo, pero me mata el placer de escribir la idea de saber siempre lo que va a pasar. Si yo sé lo que va a suceder, ya no tengo ganas de escribir. Yo necesito sorprender al lector y, para ello, necesito que me sorprenda primero a mí mismo.
P. ¿Un escritor puede explicarlo todo?
R. No, por eso necesitas escribir el siguiente libro.
P. ¿Cree que un escritor debe implicarse políticamente?
R. A mí me ha pasado muchas veces y, sin embargo, no creo que sea un deber. Es un impulso personal. En países como el mío, hasta hace poco era casi una regla. Un escritor tenía que tener una posición política pública y participar en todos los debates públicos. Yo, personalmente, he sido así durante mucho tiempo, pero no creo que sea un deber.
P. ¿Le asombra la actualidad?
R. La política americana me tiene sobresaltado minuto a minuto. Vivo en una sorpresa perpetua. Como escritor, me gustaría que las historias que se me ocurren fueran lo raro y que lo que ocurre en la realidad fuese lo normal. Pero no ocurre. También hay una belleza inesperada
P. ¿Cómo ve la realidad latinoamericana?
R. América Latina ha estado muy mal por mucho tiempo, con muchos altibajos. Sin embargo, me da la impresión de que en los últimos años hay una especie de descalabro del antiguo equilibrio político. Lo normal es que haya una lucha entre progresistas y conservadores, entre izquierda y derecha y que, a veces, se polarice un poco más y luego baje la tensión. Pero lo que está pasando ahora es que se están borrando las líneas. En América Latina, lo relevante ya no es si el político es de izquierdas o de derechas, lo verdaderamente relevante es que la mayoría son increíblemente corruptos y eso se está convirtiendo en el sistema. Ya parece absurdo hablar de corrupción en el sistema político, es como decir que la mafia se está corrompiendo. Es su naturaleza.
P. ¿Cuál es su próximo proyecto?
R. Tengo en mente una novela corta basada en una canción de The Beatles llamada "Eleanor Rigby" del año 66, el año que nací yo.