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De esto, ¿qué piensa Raymond Aron? Cómo pensar este tiempo que nos ha tocado vivir

¿Cómo pensar este tiempo que nos ha tocado vivir? Hacia dónde va el mundo y hacia donde van nuestras democracias.

¿Cómo pensar este tiempo que nos ha tocado vivir? Hacia dónde va el mundo y hacia donde van nuestras democracias.
Raymond Aron ( 1905-1983) | Cordon Press

Los tiempos de incertidumbre invitan a refugiarse en los clásicos, aunque la historia se haya acelerado tanto que los clásicos nos son ya enormemente cercanos. Por eso Raymond Aron, muerto hace menos de cuatro décadas, es cada vez más considerado un clásico del pensamiento político, y un autor fundamental para entender el mundo. Pero no siempre fue así. En los cincuenta, la intelligentzia parisina lo consideraba simplemente el perro guardián del sistema, y hasta la OAS pareció tenerlo en el punto de mira; en los sesenta los estudiantes de mayo lo fueron a buscar a su despacho, y Sartre lo consideraba inhábil para dar clase; en los setenta y ochenta los nuevos filósofos brillaban más que el viejo, racional y frío profesor; en los noventa, tras su muerte, sólo en Francia o en círculos muy especializados se leían con interés sus obras. Era época de optimismo económico y estratégico, así que, ¿para qué ocuparse de un autor pesimista y contenido como Aron?

Vivimos un momento Aron

Tras el primer cuarto del siglo XXI, esto ha cambiado, y vivimos un momento Aron. Decir que vivimos en tiempo de crisis e incertidumbre es casi una banalidad: pero no la consecuencia intelectual de esto, que es la pregunta: ¿cómo pensar este tiempo que nos ha tocado vivir? Una pregunta es la que siempre reconocía hacerse Raymond Boudon cada vez que tenía que abordar algún tema de actualidad especialmente complejo -de esto, ¿qué piensa Aron?- parece hacérsela hoy todo el mundo, entre otras cosas por las dos grandes cuestiones de nuestro tiempo: hacia dónde va el mundo y hacia donde van nuestras democracias.

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Jean Paul Sartre, Andre Glucksman y Raymond Aron

En los últimos años, dentro y fuera de España, se han multiplicado las obras sobre Aron y las reediciones de algunas de sus obras. Va sólo una selección de los dos últimos años: en Francia Calmann Levy ha recuperado, desde un punto de vista filosófico, su relación conflictiva con Sartre en Aron, critique de Sartre (2025), con textos y magnífico estudio de Perrine Simon‑Nahum; y desde un punto de vista internacional, lo ha hecho también con su visión europea con L'Europe selon Aron de Joël Mouric (2024). Se ha publicado una breve Introduction à Raymond Aron (2023) de Gwendal Châton, que se une al sintético L'Abécédaire de Raymond Aron (2019) de Dominique Schnaper, hija de nuestro autor. En italiano, Alesandro Campi ha publicado una selección de textos bajo el título Teoria dell'azione politica (2023).

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Dentro de esta recuperación están las ediciones en español de sus obras, algunas inéditas en nuestro idioma, de Página Indómita: la última publicación, La definición liberal de la libertad (2024). A la bibliografía española sobre nuestro autor se suma ahora la Fundación FAES con este conocido estudio de Daniel Mahoney sobre el pensamiento político del autor. Mahoney pertenece al grupo de autores conservadores norteamericanos cercanos al liberalismo clásico francés, y que entre otras cosas ha dedicado ya conocidas obras a Solhenitzin, De Gaulle o De Jouvenel. La atracción de Mahoney hacia Aron se enmarca en el interés del primero en recuperar la razón política en tiempos de ideologías, que le había llevado ya a prologar una edición en inglés de El opio de los intelectuales (2017), y a coordinar a autores como Pierre Manent, Stanley Hoffman o Barry Cooper en Political Reason in the Age of Ideology: Essays in Honor of Raymond Aron (2017). El libro que ahora reedita en español FAES fue escrito cinco años después de la muerte de nuestro autor, y traducido ya en Chile por el Instituto de Estudios de la Sociedad.

La historia es un drama sin unidad

De Aron destaca en este libro su concepto no ideológico de la libertad, que surge de los años de preguerra y se extiende hasta su muerte en 1983, casi al final de la Guerra Fría. A diferencia del liberalismo dogmático e incluso teórico, para Aron la cuestión de la libertad se desenvuelve en una doble oposición: en el ámbito epistemológico-intelectual, por un lado, y en el ámbito moral-político por otro. Respecto a lo primero, no me cabe ninguna duda de que Aron pertenece a la tradición moderna kantiana: toda su obra, examinada filosóficamente, es la del establecimiento de los límites de la objetividad intelectual. O lo que es lo mismo, del reconocimiento explícito de la subjetividad de los juicios políticos e históricos. No hay optimismo aquí, y es bien conocida su sentencia: la historia es un drama sin unidad. Pero al mismo tiempo, Aron es un realista casi intransigente: los hechos, los datos, los acontecimientos adquieren un carácter casi sagrado para él, lo mismo que la necesidad de un método racional y riguroso que no está sujeto a discusión: las dos cosas frenan cualquier pretensión del político o del analista de sustituir la realidad por las preferencias propias.

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​De aquí surge la segunda antinomia, más profunda y creativa: la que se establece entre lo político y lo moral. La cuestión que le acompañó toda su vida, ¿cómo puedo conocer, cómo puedo elegir, en el mundo que me ha tocado vivir?, es de orden existencial, en sentido estricto: es vital. En sus Memorias (1983), tan contenidas y poco personales, la única gran cuestión propia tiene que ver con este aspecto, que surge en épocas turbulentas: en los años treinta. Hace ya un siglo, pero que nos arroja la misma constatación que él hacía: el hombre hace la historia, pero no sabe qué historia hace. En política las más de las veces tomamos decisiones aventuradas, sin certeza alguna, en unas circunstancias que no sólo no hemos elegido, sino que más bien nos han elegido a nosotros. La política, en sentido amplio, no es resultado de nuestras preferencias ni de nuestras teorías o filosofías; pero las fuerzas políticas y económicas tampoco sofocan nuestra libertad hasta el punto de ser simple producto de ellas. En medio nos movemos, y este movimiento puede ser muy productivo.

En sus Memorias cuenta una anécdota que le cambió de por vida: cenando con un subsecretario del Ministerio de Exteriores, Aron peroró filosóficamente sobre las relaciones francoalemanas, hasta que su interlocutor le respondió amablemente: "todo eso está muy bien, pero, ¿qué haría usted?". Cuenta Aron que se quedó mudo.

El gran error es el moralismo

O el intelectual toma nota de esto o fracasa del todo. La política, en clave weberiana, es el ámbito de la responsabilidad, de la menos mala de las decisiones. El gran error es el moralismo, error peligroso que abre la puerta al crimen. Pero ojo, que no hay relativismo moral o cinismo ético aquí: en el elegir, afirma Aron, el hombre se elige. Y aquí se acaba cualquier frivolidad. La política adquiere un carácter dramático tan pronto como se descubre su carácter existencial: para quien la estudia o protagoniza, y para las colectividades y naciones que la protagonizan.

La frialdad aroniana esconde así un problema existencial. Y el mérito de Mahoney es captar bien este carácter vivido y vital del liberalismo aroniano, tal y como lo hace también en su obra sobre Solhenitzin. La crítica aroniana a las ideologías, sus análisis de la sociedad moderna y de los regímenes contemporáneos o de las guerras y relaciones entre naciones desembocan en esta cuestión: el carácter absoluto que la política adquiere para el hombre. Y la necesidad de reconocer esta característica, que acerca la política a lo demoniaco: de ahí su gusto por la lectura de Weber, a quien, no obstante corregía a la menor ocasión.

La relación entre violencia y razón recorre toda la obra de Aron, en ambos sentidos. Y es que hay un principio que guía la moral aroniana: el rechazo a la violencia. Dicho de nuevo en clave kantiana: la violencia rompe con el uso de la razón y del diálogo: hay cierta cercanía entre Aron y Popper, pero también entre Aron y Habermas que sorprende a muchos. El régimen político más detestable, antes y ahora, es aquel que da por zanjado el debate, que cierra la discusión pública, que cierra la deliberación. Pero, insisto, sus razones no son teoréticas, sino existenciales: negar al hombre su carácter curioso, inquisitivo, abierto es negar su dignidad. Y justo esto es el crimen del totalitarismo soviético, de ayer y de hoy.

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Raymond Aron en 1972

O la razón es abierta o no lo es. Por eso la razón política descarrila de dos maneras distintas: cuando se convierte en simple instrumento o técnica para la adquisición o mantenimiento del poder, desemboca en ciertas formas de maquiavelismo político, que hoy, en la época de los spin doctors, los expertos en comunicación y los relatos nos es bien conocida. Y descarrila también cuando se convierte en ideología: la reducción de la realidad a una sola de sus realidades y, a partir de ahí, la pretensión de convertir la historia en ley. Lo interesante de Aron no es su denuncia concreta del socialismo revolucionario, sino la constatación de que la tentación ideológica pertenece a la propia conciencia humana, como un peligro siempre latente, trátese del siglo XX o del XXI. Todo esto lo capta muy bien Mahoney.

El libro editado por FAES es algo más que una simple aproximación a la teoría política de un autor clásico: es la reivindicación de la razón política en sentido estricto que se define precisamente como el intento, aquí y ahora, de evitar las tentaciones que al político y al intelectual le salen al paso. Estas tentaciones, maquiavélicas o ideológicas, están tan presentes hoy como hace un siglo, razón por la cual no son pocos políticos y periodistas los que, efectivamente, se preguntan hoy: "y de esto, ¿qué pensaría Aron?.

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