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Bergamín y Sánchez Mazas, el rojo y el negro

Tan facha y tan rojo, tan lejanos en ideas políticas, eran cercanísimos en su sentimiento profundo de ser españoles, la última generación en tener este sentimiento.

Tan facha y tan rojo, tan lejanos en ideas políticas, eran cercanísimos en su sentimiento profundo de ser españoles, la última generación en tener este sentimiento.
Begamín y Sánchez Mazas | LD / Wikipedia

Me voy a leer la biografía de Sánchez Mazas que ha escrito Maximiliano Fuentes Codera en la Casa Porras, en el Albaicín, donde hay una exposición dedicada a José Bergamín. Una vez amigos, el falangista y el comunista —que terminó siendo fan de ETA— se hubieran descerrajado un tiro entre ceja y ceja de haberse encontrado durante la Guerra Civil. De hecho, Bergamín, capaz de la poesía más sublime y de la abyección más vil, le dedicó a Sánchez Mazas uno de los artículos de su revista titulada Cruz y Raya, en la que señalaba a quienes había que matar en el Madrid dominado por la chusma republicana que asesinó a Melquíades Álvarez y a Pedro Muñoz Seca.

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La Casa Porras en Granada

La Casa Porras es un edificio del siglo XVI remodelado por la Universidad y desde cuya última planta se divisa la Torre de la Vela, a estas horas asaltada por hormigas turistas que se asan al sol de verano. La exposición sobre Bergamín es humilde y superficial, pero da que pensar sobre lo que fue la España del siglo XX, excéntrica y genial, violenta y criminal. Como la Italia del Renacimiento de Maquiavelos y Leonardos que defendía Harry Lime, el inolvidable protagonista de El tercer hombre de Carol Reed, interpretado por Orson Welles, era muy superior, a pesar de sus baños de sangre, a la tranquila y sosa Suiza que apenas había dado para producir el reloj de cuco.

En uno de los dibujos se ve a Bergamín dentro de una caja fuerte de un banco, donde en los cajones están escritos los nombres de sus amigos: La Chunga (varias veces), Indalecio Prieto, toreros en general, Zubiri, sastres, Luis Rosales, Malraux, Luis Miguel, Álvaro de la Iglesia… y Sánchez Mazas. Andrés Trapiello suele decir que los vencedores de la Guerra Civil perdieron la batalla cultural y viceversa. Lo que podría valer para Sánchez Mazas no aplica a Bergamín, que las perdió ambas. En realidad, lo que penaliza en España es la heterodoxia.

Sánchez Mazas fue nuestro D’Annunzio. Relativamente: relativamente dandi, relativamente vago, relativamente fascista, relativamente católico, relativamente español. Era un hombre tan relativo que lo mismo Serrano Suñer le daba un puñetazo por bocazas y Franco lo cesaba como ministro por vago e incompetente —además, siempre de tocapelotas— que lo nombraba director del Museo del Prado.

A finales de los años 20 convivían las tertulias de Bergamín y Sánchez Mazas, que se llamaban de todo: "cabrones, fascistas, rojos" y tan amigos; corrían las risas. A finales de los años 30 se seguían llamando de todo, pero esta vez eran enemigos y corrían las balas.

Sánchez Mazas y Bergamín

Sánchez Mazas y Bergamín, tan facha y tan rojo respectivamente, tan españolazos ambos, tan antiliberales siempre y al alimón, coincidían en un principio fundamental que los hacía tan fanáticos como puros: para ambos, la letra mata al espíritu. Como dijo Bergamín: "La letra, que, como ladrón, viene a robar la palabra viva del hombre, y como el ladrón, calladamente: andándose con pies de plomo". También tenían una concepción al tiempo populista y elitista de la nación española, entendida en un sentido espiritual, no cultural o político. Tanto para Bergamín como para Sánchez Mazas, un pueblo que se moderniza, se desnaturaliza, se corrompe, deja de ser un pueblo para convertirse en turista de sí mismo. Bergamín y Sánchez Mazas, tan lejanos en ideas políticas, eran cercanísimos en su sentimiento profundo de ser españoles, la última generación en tener este sentimiento. Solo Bergamín podía competir con Sánchez Mazas en su pasión española.

Aunque eran muy lejanos en ideas políticas, en realidad también eran muy cercanos. Sánchez Mazas defendía conciliar la dictadura con una vasta participación del pueblo organizado y sindicado, y proporcionarles beneficios (sociales, económicos e intelectuales) de la comunidad nacional. Que es lo mismo que decía Bergamín, solo que cambiando el yugo y las flechas (una reivindicación simbólica de Sánchez Mazas) por la hoz y el martillo. A lo que Sánchez Mazas llamaba "corporativismo", lo denominaba Bergamín "colectivismo". En realidad, Sánchez Mazas estaba más cerca de la autenticidad porque la visión de izquierdas de Bergamín no era compatible con su sentido de la religiosidad y de la nacionalidad, mucho más complementario con la derecha que con la izquierda.

Antiliberales y antiparlamentarios, tanto Sánchez Mazas como Bergamín nadaban como peces en las aguas del autoritarismo. Podrían haber fundado al alimón el PcCL, el Partido contra el Capitalismo Liberal. Ambos eran españolistas y tradicionalistas; que uno fuese fascista y el otro, comunista, era más cosa de talante que de contenido. De hecho, Sánchez Mazas le propuso fundar un partido a Bergamín, pero este creía que el catolicismo y el fascismo eran incompatibles.

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La biografía que ha escrito Maximiliano Fuentes Codera sobre Sánchez Mazas es de suma importancia para comprender a una de las personalidades más complejas y representativas de la historia nacional reciente. Fluida y profunda, da detalles del intelectual falangista que se sometió a Franco aunque sin perder su originalidad. Le encantaban los gatos, la astrología, los relojes y los viajes a sitios como El Escorial o Aranjuez. Lo de la astrología y los relojes puede explicar su pasión antiliberal, dado que a la superstición sumaba el amor por el mecanicismo social. De su heterodoxia fueron prueba sus hijos, Miguel, Rafael, Chicho (se llamaba José Antonio por el fundador de la Falange, al que idolatraban los pequeños Miguel y Rafael). También que su nombre fuese arrancado de una placa en una calle que lo recordaba en su ciudad natal, Bilbao, por ese negocio y ese oxímoron que es la desmemoriada Ley de Memoria Histórica. Aunque hayan arrancado las letras de su nombre, sin embargo, el espíritu de Sánchez Mazas seguirá sobrevolando la ciudad a la que volvió siempre, porque, aunque amaba su extremeña Coria adoptiva y era de corazón un catalán mediterráneo, vasco, extremeño, catalán y, sin duda, madrileño, está enterrado en Madrid. Bergamín, casi de su edad, que un día lo quiso y otro lo quiso matar, murió mucho después, cuando la primigenia Segunda República —la auténtica, la liberal— se encarnó en la monarquía constitucional de la que, como buen sectario, Bergamín abjuró. Tampoco a Sánchez Mazas le hubiese gustado, pero, al menos, habría tenido el sentido estético de no hacerse vulgar y brutote filoetarra, aunque, en un último birlibirloque, se hizo enterrar el autor de El arte de Birlibirloque en la españolísima tierra de Hondarribia y tiene calle y placa de reconocimiento en Madrid, sobre la que, sin duda, habría escupido. Sánchez Mazas no tiene ni un pequeño callejón en la capital y a corto plazo no parece que vayan a bautizar con su nombre la Torre del Pirulí.

Ahora estarán los dos en el más allá compartiendo poemas, conversando sobre el Quijote y gritándose felices: "¡rojo!", "¡facha!".

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