
Se nos fue para siempre, a principio de semana, Manuel Molina, aquel que en la segunda mitad de los años 70 formara un espectacular dúo con Lole, la mujer de su vida. Dieron un vuelco al flamenco tradicional, él sobre todo lo renovó como compositor y guitarrista; a ratos, cantaor, con una voz rota, que a veces desafinaba. Pareja que fusionaba en sus canciones flamencas los ecos del rock. Gitanos que se habían apartado a propósito de la ortodoxia del cante jondo, que escuchaban a Los Beatles y a Jimi Hendrix. Que iban siempre por libre, él con sus constantes búsquedas, entre lo hippy y lo nuevo; ella con su hermosa voz, con la que podía cantarlo todo.
Había nacido Manuel en Ceuta en el verano de 1948. El 21 de julio hubiera cumplido 67 años. Se crió en Triana, en la misma calle que Lole Montoya, seis años más joven, de una dinastía señera en el cante y el baile. Gitanos los dos, que ya de chiquillos se gustaban hasta que con apenas quince años se ennoviaron. Su padre, fue componente de un trío llamado Los Gaditanos, del que formó parte Juan Pantoja, padre de Isabel. Y Manuel hizo otro tanto, uniéndose a Antonio Cortés Chiquetete y Manuel Domínguez El Rubio, anunciados como Los Gitanillos del Tardón. P
Pero el Manuel Molina que nos interesa es el que se integra en Smash, el grupo que da origen al flamenco-rock en la Sevilla de principios de los años 70, cuando se subieron a los primeros lugares de las listas de éxitos con su peculiar versión de "El garrotín", que sonaba por las noches en todas las discotecas del país. Cuando Manuel dejó Smash su compañera Lole se avino a formar un dúo con él: Lole y Manuel. Su discografía, en la segunda mitad de los años 70, animó el cotarro del nuevo flamenco, algo estancado. Cuidaban sus grabaciones con músicos rockeros procedentes de Smash, Alameda, Imán, o el grupo de Gualberto, quienes se habían significado como pioneros del rock andaluz. Y con esa música de acompañamiento hasta entonces nueva para unos solistas flamencos, al menos para ella, Lole, que nunca mejor dicho llevaba la voz cantante, el dúo triunfa mezclando bulerías, tangos o alegrías con ecos que provienen claramente del blues. Un letrista, ya desaparecido, Juan Miguel Flores, les proporciona letras donde como si reivindicara su apellido, exalta la Naturaleza; cánticos de amor y paz, como los que en la California de esos años sonaban en las comunidades hippy".
Manuel Molina es el revulsivo, quien prepara el repertorio, quien se adapta con su guitarra para acompañar la voz de Lole, que envuelve de magia y pasión a los oyentes. Había comenzado su carrera artística bailando en la familia, y luego con sólo catorce años en los mejores tablaos de Madrid, como "Las Brujas". Y resultó una revelación como cantaora, que no en vano había aprendido de su madre, Antonia Rodríguez La Negra. Y en esa segunda mitad de los 70 Lole y Manuel se pasean por toda España, van al Festival de Canet de Mar, en Cataluña, una suerte "a la española" de lo que fue, salvando la distancia, la isla de Wight. O Woodstock. Es decir, que aportaban para los jóvenes progres de la época su visión del flamenco a ritmo de rock.
Sus discos alcanzaron una sorprendente repercusión, a partir de 1976. Fueron: Nuevo día, Pasaje del agua, Al Alba con alegría (dedicado a su hija, así llamada)…La primera de sus canciones en hacerse popular era aquella que rezaba: "Al amanecer / con un beso blanco yo te desperté…" O aquello otro de "Todo es de color…". Con el mucho dinero ganado se compraron una casa en el exclusivo barrio sevillano de Santa Cruz. Pero su dicha personal se les acabó en 1980, separándose primero como pareja y luego como dúo artístico. Ella se marchó a vivir a un apartamento de Triana y él a una casa de un pueblo sevillano.
Manuel Molina siempre fue un impenitente bohemio que probó las drogas que corrían en el mundo de las interminables noches de juerga. Lo confesaba él mismo, aunque era público y notorio para quienes lo conocían, en un reciente programa de Televisión Española que sigue a la serie Cuéntame, recreando los años 80. Lole y Manuel tuvieron problemas en sus compromisos profesionales. Recuerdo cuando se presentaron en la sala madrileña "Cleofás", de moda en su tiempo, y antes de que llevaran media hora de actuación se metieron para adentro. Sin volver. Era evidente que el guitarrista no se hallaba en buenas condiciones. Tampoco se disculpó y el respetable los silbó con toda la razón del mundo, después de pagar una buena cantidad por acceder al local. Y a mí la pareja me dio un plantón en una entrevista que teníamos concertada. Imagino que no fui el único perjudicado. Su casa de discos, una gran multinacional, acabó harta, deshaciéndose de ellos.
Manuel Molina era un tipo independiente, cultivado, con estudios de Bachillerato, lector asiduo de poesía, que escribía letras de canciones en las servilletas de los bares. Amante de la fotografía, se entretenía también como artesano carpintero. La vida desenfrenada que llevó fue causa de que perdieran el piso del barrio de Santa Cruz, un chalé en Umbrete, un lujoso Mercedes… Se quedaron casi en la calle. A él parecía importarle todo un pito. Su separación fue amistosa, incluso siguieron en contacto, sobre todo por su hija Alba. Lole Montoya se refugió en su familia y actuó con músicos árabes, combinando canciones flamenco andaluzas y magrebíes. También cantaba música religiosa, como oficiante de la Iglesia Evangélica. Y más adelante, incluso, acabó grabando con Manuel Molina en 1992 un valioso disco con fragmentos de El amor brujo, de Manuel de Falla y algunas canciones de Ernesto Halffter. Manuel, en su desigual, discontinua y zigzagueante carrera artística grabó otros discos en solitario, como Calle del beso, bello título ambientado en uno de los rincones del barrio granadino del Albaicín. Su música tenía embrujo, timbres de genialidad, retazos originales. Porque decía que lo suyo era distinto al flamenco de siempre. Con razón los críticos ortodoxos le pasaban factura. "Los flamencólicos", como los llamaba el ocurrente Raimundo Amador. Desde 2003 actuaba como artista invitado en la compañía del bailaor "Farruquito" (el que pasó por la trena tras su episodio mortal de circulación). En los últimos tiempos se ocupaba del futuro musical de su hija Alba, con quien daba algunos conciertos. Su cáncer parecía importarle bien poco. Hasta que le ha ganado la partida.

