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La difícil historia detrás de las desgarradoras canciones de Chavela Vargas

Se cumplen 5 años de su muerte. Tuvo una larga vida, repleta de acontecimientos, unos durísimos. La música la salvó del alcohol.

Hay intérpretes de la canción con quienes cualquiera evade sus preocupaciones: entretienen. Otros, que cuentan historias dolorosas, emotivas, y nos conmueven. A este último estilo pertenecía Chavela Vargas, de quien se cumplen cinco años de su muerte este 5 de agosto. Había actuado el 10 de julio anterior en la madrileña Residencia de Estudiantes, que era el sitio donde se hospedaba cuando venía a la capital de España. Una noche mágica en la que tributó un homenaje a Federico García Lorca, quien había habitado esa institución, compartiendo la compañía de Luis Buñuel y Salvador Dalí, entre otros residentes.

Martirio y Miguel Poveda estuvieron con ella en esa última función. Tras el esfuerzo, la emoción del concierto, Chavela Vargas se desvaneció. La llevaron al hospital de la Princesa, donde le diagnosticaron una taquicardia. Descansó y cuando estuvo recuperada puso rumbo a México, a Cuernavaca, donde vivía. Allí recibió a la Muerte, cuya llegada ya presagiaba hacía semanas.

Nadie cantó como ella "La Llorona", como es conocida la Luna en Oaxaca. A la que evocaba con enorme sentimiento:

Todos me dicen el Negro, Llorona…Yo soy como el chile verde, Llorona, picante pero sabroso…El que no sabe de amores, Llorona, no sabe lo que es martirio…

El pasado 16 de junio se ha estrenado un documental, titulado con su nombre artístico, pues realmente en su pasaporte se leía Isabel Vargas Lizcano, nacida en San José de Costa Rica, el 17 de abril de 1919. Luego contaba noventa y tres años. Larga vida la suya, repleta de acontecimientos, unos durísimos, y el resto envuelta en el alcohol muchos años y la música que, en el último tramo de su existencia, de alguna manera la salvó de irse de este mundo completamente alcoholizada.

No, claro que no le fue fácil la vida a Chavela Vargas tal y como se evoca en ese reciente estrenado documental, que ya se exhibió hace unos meses en el Festival de Berlín. Sus padres no quisieron nada de ella a poco de nacer; se divorciaron, cada uno se fue por su lado y a ella la dejaron con unos tíos, allá en Costa Rica. Vino al mundo medio ciega, luego sufrió la polio hasta que un chamán la salvó, milagrosamente. Se sentía humillada. El párroco de la iglesia adonde iba la llamó marimacho. Y ella, enfurecida, no volvió más. Y huyó a México, que siempre consideró su país.

Allí, hacia 1948 cantaba en emisoras de radio cosas de Jorge Negrete, de Pedro Infante en sus primeros tiempos. Siempre con recelo de que nadie la comparase con una de las mejores intérpretes de rancheras: Lola Beltrán, ni tampoco con Lucha Villa. Y se vestía "a lo macho" con camisas bordadas y calzones indígenas, provocando en las salas de fiestas más concurridas y selectas un cierto escándalo. Las damas protestaban por esa manera de vestir y los caballeros tampoco eran proclives a sus desplantes nada femeninos. Era lesbiana, pero entonces proclamarlo a viva voz le hubiera costado caro en aquellos años 50. Fue cuando grabó sus primeras canciones, que no obtuvieron éxito, una de ellas "Amor con amor se paga".

Retiraron pronto las productoras los discos de las estanterías. Ya la acompañaba Antonio Briviesca, que sería su habitual guitarrista. "Noches de bohemia" y "Hacia la vida" le proporcionaron mayor reconocimiento después. Y claro está, otra de sus canciones fetiche: "Macorina", que le recordaba un amor cubano: "Ponme la mano aquí, Macorina… Ponme la mano aquí…" La tal Macorina era el cruce de una negra con un chino. Su historia llevó al poeta asturiano Alfonso Comín a reflejarla en un poema. De allí surgiría la popular canción, que Chavela grabó en 1956.

Chavela Vargas fue, por encima de su fama como cantante, todo un mito de la mujer libre, a la que le importaba bien poco que la criticaran por su forma de vida, su manera de vestir, sus gestos provocativos, sin esconder su condición sexual, aunque no la aireara, repetimos. Mas en el México de mitad de los años 50 y los 60 nadie ignoraba sus encendidos amores con mujeres, unas conocidas como la pintora Frida Kahlo, con la que convivió dos años en un triángulo completado con el también afamado pintor Diego Rivera. Pero lo mismo se encaprichaba de la esposa de un ejecutivo y se la llevaba consigo a la cama. Se contaba que en una de esas interminables juergas en las que el alcohol y las drogas circulan de mesa en mesa acabó con la luz del día junto a Ava Gardner. Seguro que levantaron ambas el codo cuanto pudieron. Lo que menos me creo es que la ex de Sinatra cayera en los brazos de una lesbiana. Amaba apasionadamente sólo a los hombres. Aquello fue en la boda de Elizabeth Taylor con Michael Tood, en Acapulco el 2 de febrero de 1957. Pero lo mismo que era invitada a cantar en grandes fiestas de sociedad frecuentaba las cantinas, lo que ni qué decirlo le suponía sentirse más cómoda, con una botella de tequila en la mano casi a todas horas. Así pasó días y noches interminables junto al mejor de los compositores de rancheras mexicanas, José Alfredo Jiménez. De quien cantaría muchos de sus mejores títulos: "Un mundo raro", "En el último trago", "Volver, volver", "Amanecí en tus brazos", "Ojalá que te vaya bonito"…

Su notoriedad la llevó a actuar fuera de México, por toda Hispanoamérica. En Nueva York pasó tres meses en el club Blue Ángel. Se paseó por Hollywood, donde alternó con Judy Garland, Bette Davis, Grace Kelly… También ella rodó algunas películas, como La soldadera". Ganó dinero a espuertas… y lo dilapidó. En beber, en tomar toda clase de substancias. Confesaba haber estado borracha durante quince años. Completamente alcoholizada. Un puro infierno.

El editor español Manuel Arroyo la llegó a escuchar en un tugurio de México, a principio de los años 90, cuando ya estaba bastante desacreditada y casi nadie daba un peso por ella. En esas circunstancias pensaba retirarse en su casa de Costa Rica. Arroyo la convenció para que viniera a España, facilitándole unas actuaciones en la madrileña sala Caracol, que pasaba por ser centro de la progresía, aunque habitualmente lo que escuchaba la clientela era rock. La aparición de Chavela Vargas supuso para casi la totalidad de los jóvenes que acudieron a escucharla toda una novedad. Se conocían algunas de sus grabaciones, no todas, que fueron muchas y no siempre llegaron a distribuirse en España. Pero ella, con aquel desgarro, aquella fuerza, aquella voz doliente supuso un feliz descubrimiento para su auditorio, gentes que por su edad podrían ser casi nietos de la artista. Joaquín Sabina, Martirio, la sobrina de García Lorca, Laura, y sobre todo Pedro Almodóvar, quedaron entusiasmados escuchándola. Y el director manchego incluyó la voz de Chavela en alguna película, como Kika donde sonaba "Luz de luna" y "El último trago" en La flor de mi secreto.

Ello potenció en la década de los 90 la figura de la genial intérprete quien volvería a España en distintas ocasiones, prácticamente casi todos los años. Hasta ese fatídico mes de julio de 2012, cuando se despidió con el mentado concierto en la Residencia de Estudiantes. En vísperas de marcharse, había dicho: "La vida y yo no nos debemos nada, estamos muy bien". Ya encontrándose muy enferma, decaída, acertó a despedirse así: "Yo sé que la señora Muerte ya está cerca".

Sincera siempre, no se cortaba un pelo al autodefinirse así: "Soy mujer brava, silvestre, lesbiana y buena".

En el emblemático Palacio de las Bellas Artes, de México, le brindaron su último homenaje. En la plaza de Garibaldi los mariachis que se reúnen todas las noches repitieron las mejores creaciones de Chavela. Y sus cenizas se esparcieron por un cerro que ella veía desde su casa de Tepoztlán, en Cuernavaca. ¡Sí, Chavela…! ¡Ojalá que para siempre todo ya te vaya bonito!

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