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Llenar el depósito de belleza

Al acabar el concierto seguíamos dónde y cómo estábamos. Pero yo me sentía mucho más fuerte y abierta a la esperanza.

Al acabar el concierto seguíamos dónde y cómo estábamos. Pero yo me sentía mucho más fuerte y abierta a la esperanza.
Nick Cave | Primavera Sound/Dani Canto

Exactamente en los mismos días en que un tal Iñigo Errejón bajaba a plomo a los infiernos, sin por ello elevar un ápice la calidad de la vida política ni la moral de la tropa, varias decenas de miles de personas, repartidas entre el Palau Sant Jordi de Barcelona y el WiZink Center de Madrid, subimos al cielo a lomos de los dos conciertos de Nick Cave y su banda, los Bad Seeds, que este otoño recorren Europa para presentar su nuevo disco Wild God, Dios Salvaje. Yo tuve la suerte de estar en el WiZink.

Se puede ir a un concierto para pasar un buen rato, para disfrutar con la música, o para algo más. Nick Cave no es un artista ni una persona corriente. Como artista, es una especie de Elvis Presley con conocimiento de causa. Cada vez que canta Tupelo, su oscuro himno al nacimiento del rey del rock en medio de una tormenta bíblica, el entero rock vuelve a nacer. Más sabio. Cuando baja los últimos peldaños de las baladas más tristes (and if you want to leave, don’t breathe…), hasta Leonard Cohen puede recordar por comparación a los Payasos de la Tele.

La carga trágica de Nick Cave no es malditismo ni postureo. Como a estas alturas media Humanidad ya debe saber, en 2015 se le murió un hijo y en 2022, otro. No es que antes de eso su vida hubiera sido un paseo militar, aunque el éxito le haya acompañado casi siempre. Hubo otras grandes pérdidas. Hubo un negro período de adicciones. Una ardua travesía de extensos purgatorios. Por ejemplo el concierto que yo le presencié una vez en Nueva York, en una sala mucho más pequeña que el WiZink, una especie de cuarto de las escobas del Madison Square Garden. Yo, que entonces vivía allí, cancelé un billete de avión a Madrid ya pagado para poder estar. Y sufrí una gran decepción. Lo que para mí era acontecimiento histórico, para Nick Cave, el gran Nick Cave, fue un mal día en la oficina. No sé en qué punto exacto estaban entonces sus graves asuntos. Sé que lo hicieron inalcanzable, como un pastel al otro lado de un cristal blindado.

Seguí alimentándome secretamente de su música en la intimidad de mi casa, a salvo de directos y de disgustos. Quise ir al WiZink como quien vuelve a la escena del crimen. ¿O de todo lo contrario? Es curioso cómo se alinean a veces los astros y las circunstancias. Este concierto, que tanta ilusión me hacía cuando lo vi anunciado, a la hora de la verdad casi se me hacía cuesta arriba de ir. Yo estaba cansada, muy cansada. Por mis propios problemas personales, que también los tengo, y por todo este lío de Errejón, que venía a ser como la guinda de dinamita de un explosivo pastel de asco. Digamos que el día de autos yo estaba tan agobiada, un poco por todo, que empecé a cuestionarme seriamente si era buena idea chutarme encima en vena una sobredosis de rock gótico, penetrante blues asesino y cicuta post-punk.

Hete aquí que fui al concierto sola (bueno, con mi mejor amiga) pero al instante me encontré mucho más inmensamente acompañada. Fue entrar en el WiZink y notar un escalofrío de hermandad. La vibrante energía de una masa distinta. Si últimamente todo lo que es multitud parece tender a la inanidad, pastoreada por los peores, de repente me sentí rodeada por todas partes por la mejor gente de Madrid, quién sabe si del mundo. Me sentía mejorar yo misma a cada minuto y cada tema. Como despertando de una siesta del alma. No creo que sea descabellado decir que aquello o aquellos a los que admiras y por los que estás dispuesto a mover el culo te definen por lo menos un poco. Mover el culo por Nick Cave no es lo mismo que por ciertos ídolos con los pies de barro sofocantemente omnipresentes ahora mismo.

Encima Nick Cave estaba desconocidamente alegre. Entregado y como para entrar a vivir. El caído ángel gótico se ha levantado de sus infernales cenizas. Ha asimilado una cantidad de dolor que bastaría para arrasar conciencias enteras. Pero él lo ha metabolizado en una especie de radiante gratitud. Porque quede vida que celebrar y que compartir. Al virtuosismo musical se unía un altísimo entusiasmo humano, una contagiosísimanpasión por su mejor versión. Y por la nuestra.

Mezclando estribillos y arengas, aparte de ponernos a todos a batir palmas con él, en plan semiflamenquito, para darle caña y color local a The weeping song, Nick se desgañitó muchas veces gritando con toda su alma a todo el respetable: "You are beautiful! You are beautiful! You are beautiful!". No hace falta saber demasiado inglés para traducir beautiful por guapo, bello, hermoso. Pero yendo más al fondo de la etimología, que siempre es el fondo de la cuestión, lo que la palabra quiere decir literalmente es full of beauty, lleno de belleza. Lo cual en aquel momento y lugar era lacerantemente exacto. ¿Qué otra cosa hacíamos, si no llenarnos de belleza, hasta los topes de nuestra capacidad? Al acabar el concierto seguíamos dónde y cómo estábamos. Pero yo me sentía mucho más fuerte y abierta a la esperanza. Y creo que decenas de miles de personas, también. Por algo se empieza.

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