
La vida es una de cal y otra de arena. Y si no, miren el ejemplo de Warner Bros, DC Studios y la distinta recepción a sus dos últimos productos relacionados con la marca. Mientras la serie El Pingüino cosecha la mejor recepción posible a su paso por Max, la película Joker. Folie à Deux se estrella en cines cosechando la peor recepción crítica y de público imaginable.
Y sea justa o no la recepción que están viviendo los dos villanos de Gotham City, sí cabe aplaudir el carácter marcadamente adulto y oscuro de ambos productos, concebidos como interpretaciones maduras de un cómic que -digámoslo ya- ha manejado siempre distintos tonos desde su origen en la página impresa.
En lo relativo a El Pingüino, ambientada en el universo creado por Matt Reeves para el Batman interpretado por Robert Pattinson (su acción comienza justo cuando acaba la del film) la serie sigue los pasos del criminal por los bajos fondos de Gotham mientras trata de abrirse camino en el nuevo status quo sin el mafioso Carmine Falcone.
Nuevo vehículo de lucimiento para Colin Farrell (quien está de doble enhorabuena: su serie en Apple TV Sugar ha sido renovada para una segunda temporada) bajo capas y capas de eficaz maquillaje, los capítulos de El Pingüino se desviven por mostrar el extraño encanto de un personaje malvado pero inteligente, de un extraño encanto compatible con una maldad nacida de una necesidad de reconocimiento negado que, se diría, nace tanto de su aspecto físico como su procedencia común y corriente, sus modales ordinarios.
Visualmente, la serie presume de un diseño de producción notable y una factura sobresaliente. Sin abundar en los recursos de un relato de superhéroes, El Pingüino despliega una intriga criminal en la que Cobblepot trata de navegarse (y enfrentar, como en Yojimbo) a dos familias mafiosas, los Maroni y los Falcone, para beneficio propio. La relación de Oz con su chófer y una excelente Cristin Milioti, verdadera robaescenas de la serie, son lo más interesante en una trama que lucha por salirse del carril de lo convencional sin nunca conseguirlo. La buena escritura y la divertida interpretación de Farrell, todavía él pese a las capas y capas de maquillaje, compensan con creces esa sensación.
Todo en El Pingüino resulta eficaz, una muestra de esa buena televisión de HBO que cada vez destaca menos en el sobrecargado panorama del streaming. Ese equilibrio entre la severidad de un drama criminal y la extravagancia de un cómic de Batman (que la serie conserva, y mejor que lo haga, por mucho que lo nieguen sus responsables) se convierte en un elemento capaz de cautivar, como parece que está haciendo, no solo al fan acérrimo sino al espectador que busca simplemente una buena ficción a la que agarrarse.

