A lo largo de dos temporadas de apenas un puñado de capítulos -14 en total-, emitidos entre 2001 y 2002 en la BBC británica, la serie desgrana la vida en la oficina de una compañía papelera, en la que sus empleados se relacionan, detestan y establecen lazos entre sí. La panorámica humana que realiza la pareja británica es brutal a este respecto.
Adalides del humor genuinamente incómodo, Merchant y Gervais centran sus miras en David Brent, el líder de la oficina de Slough, situada en un aburrido y gris suburbio del sur de Inglaterra. Brent desea ante todo ser humorista, ganarse a sus congéneres a través de un humor que se pretende provocador, pero que se queda en ofensivo. Alrededor suyo, su representante de ventas, Tim (Martin Freeman, protagonista de El Hobbit), la recepcionista Dawn (Lucy Davis) o el belicoso Gareth (Mckenzie Crook), el chaquetero del primero. En el horizonte, la tensión sexual nunca resuelta entre Tim y Dawn, la debacle anunciada de la oficina debido a las nefastas dotes de mando de David, entre otros comentarios divertidamente dolorosos a costa de los roles sociales (sexuales, raciales, de clase) que se puedan presentar en el trabajo.
Todos esos conflictos, en manos de Merchant y Gervais, se resuelven con incómoda brillantez. La serie desgrana las mentiras entre todos ellos y, sobre todo, de cada uno a sí mismo valiéndose, de forma casi pionera, de la técnica del mockumentary, es decir, falso documental, en el que se presentan los hechos de la ficción como si éstos fueran verdaderos. A través de este cristal transparente, los personajes se dirigen a cámara para expresar su versión de los hechos, y actúan siempre con conocimiento de que existe un espectador observándolos. De este sistema, o de alguna de sus variantes, les hemos hablado ya en alguna que otra ocasión. Pero sin duda, en ninguna ha sido utilizada con tal fuerza como en la que nos ocupa. Gervais y Merchant utilizan este proceder para violar, literalmente, la frontalidad teatral de una sitcom al uso, para cargarse sus convenciones. Se trata del perfecto reflejo del vodevil cruel del que forman parte los personajes de The Office, y que es un reflejo vivo de una realidad que carece de happy end.