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Jesús Blanco López

'La del Soto del Parral': luminosa y con fisuras

Amelia Ochandiano dirige una imperfecta pero apasionante producción de la nonagenaria zarzuela.

Momento de la representación | Teatro de la Zarzuela

Hay ocasiones en que los aciertos brillan más si están acompañados de los fallos. Eso le ocurre a 'La del Soto del Parral', título de Reveriano y Soutullo estrenado en 1927, clásico entre los clásicos, y que mantiene el alto nivel de la temporada del Teatro de la Zarzuela, iniciada con Galanteos en Venecia. La obra actual es técnicamente menos perfecta que aquella, pero proporciona más satisfacciones.

Esta historia de pasiones y rumores ambientados en una hacienda segoviana posee una partitura maravillosa que en ocasiones suena mal. El director musical, Martín Baeza-Rubio, no se hace con el viento metal, que suena desafinado en la obertura, y en determinados momentos el volumen sube y baja drásticamente. Otra de las flaquezas de la producción es un decorado imaginativo y práctico, que parece inspirado en la Comarca inventada por Tolkien, pero al que más de una vez se le ven "las costuras". Por otro lado, la recurrente idea de trasladar la acción puntualmente al patio de butacas no da aquí sus frutos, llevando incluso a la irritación y distracción del respetable.

Son aspectos criticables que no empañan los aspectos positivos: Amelia Ochandiano, como directora escénica, ha regado generosamente toda la obra con estimulantes ideas. Cada número musical brilla en su ejecución: hay estupendas coreografías (creadas por ella misma y Luis Romero), como la del dúo cómico "Que soy la más linda de todas", con esa faja enrollándose y desenrollándose, atando a la pareja en su trifulca; hay momentos divertidos que aprovechan las posibilidades de la música, como ese en el que un pícaro curandero pasa consulta impúdicamente a todas las mozas -Luis Álvarez, perfecto una vez más-; por último, hay estampas sencillamente impagables. La conocida romanza de Germán, interpretada bajo la lluvia real que cae en el escenario, es un impagable momento difícil de olvidar.

Ochandiano, como era esperable, también se luce en la dirección de atcores. Ese Germán, a cargo de César San Martín, sobrio y emocionante en su papel, es uno de los pilares de la función. Muy bien acompañado de María Rodríguez (Aurora), figura imprescindible de nuestro género, gran actriz que sabe cuándo desmelenarse, literalmente. Aurora Frías y Didier Otaola encarnan eficientemente a una pareja cómica que, por una vez, lo es de verdad. Juanma Cifuentes aporta novedad al rol de Tío Prudencio, un personaje francamente antipático al que él aporta humanidad. La nota discordante la pone Javier Palacios, un Miguel ciertamente sobreactuado, aunque solvente en lo vocal.

Tras contemplar La del Soto del Parral, mi primera reacción es la de recomendarla con entusiasmo, aunque las localidades se están agotando a tal velocidad que quizá resulte una iniciativa baldía. La obra nos enseña a desconfiar del boca a boca, de los correveidiles. Pero si usted escucha por casualidad alguna bondad sobre esta zarzuela… créala.

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