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El adiós a los escenarios de Moncho Borrajo: "Se acabó"

Moncho Borrajo dice adiós tras un trabajo de décadas. Residirá en Tenerife, donde buscará la tranquilidad.

Moncho Borrajo dice adiós tras un trabajo de décadas. Residirá en Tenerife, donde buscará la tranquilidad.
Moncho Borrajo | Cordon Press

Después de llevar más de cincuenta años en los escenarios, Moncho Borrajo, uno de los cómicos más singulares, se despide con su espectáculo "Se acabó". En la mayoría de sus estrenos mezcló siempre, a un ritmo endiablado, historias llenas de ternura y poesía, cuando no contrastaba con sus ocurrencias libidinosas. Y entre medias, recursos personales como la improvisación de versos, un poco a la manera de los trovos murcianos, dedicados a algún espectador, sólo contando con su nombre añadiéndole algunas palabras significativas, adjetivos, objetos, cosas. Y así, con canciones surgidas de su caletre inventadas a veces en unos dos o tres minutos, completaba cada función, a veces de dos horas, sin desmayo. Sin duda, Moncho Borrajo deja un legado dentro de la historia de los cómicos españoles, entre la genialidad y el esperpento, la crítica social, la desvergüenza al utilizar expresiones o relatos relativos al sexo y también rozando lo escatológico si se le ponía entre ceja y ceja. Lo de caca, culo y pis de los niños pero en versión adultos.

Tenía por costumbre – y lo digo por haberlo visto actuar muchas veces, compartir alguna comida y cena a su lado, y guardar una caricatura que me dedicó - si advertía a un espectador, en mitad de su espectáculo, abandonar la butaca, hacerle blanco de sus invectivas. Si se trataba de una señora, la cosa tenía más animadversión. Ello consistía, cuando el o ella regresaban a su asiento provocarlos hasta que se ponían colorados. Con algo así como: "¿Qué, ha quedado a gustito?" Y seguía un buen rato incidiendo oralmente en ese viaje desde la butaca al retrete. Pero más de un asistente, después de hora larga sentado tenía necesidades imperiosas para sus deposiciones. Y cumplida su urgencia tenía que aguantarle a Moncho su verborrea. Eso sí: el teatro se venía abajo entre carcajadas que duraban minutos.

Ramón Borrajo Domarco nació el 25 de diciembre de 1949 en la localidad gallega de Baños de Molgas, Ourense, hijo de un sastre y una ama de casa. Pueblo en el que en 2011 inauguraron un museo, sede también de su fundación, en homenaje a su hijo predilecto, conocido en toda España cuando comenzó a actuar en Televisión Española, en el programa "Un, dos, tres…" Antes, no: actuaba en salas de fiestas y teatros, pero aún le faltaba ese respaldo de la llamada caja tonta. Allí sustituyó como presentador a Mayra Gómez Kemp.

Desde Vigo, donde pasó sus años adolescentes, saltó a Valencia, cursó Bellas Artes, pero al final, ni sus habilidades arquitectónicas o las de dibujante, pintor y caricaturista, impidieron que acabara siendo un cómico diferente, amén luego de escritor de varios libros de relatos novelísticos o autobiográficos. Con una faceta distinta: actor de doblaje en la película Mira quien habla y su secuela Mira quien habla también, al final de los 80, de la voz de su protagonista, Bruce Willis, y su personaje, "Mickey".

Con sus gafas redondas y su bigote, cara al público venía a ser un Groucho Marx de andar por casa, camuflado asimismo de Woody Allen, a quien podía compararse en virtud de muchas de sus ingeniosas frases. Y eso que se llama ser políticamente incorrecto le venía que ni calcado. Ya desde su época universitaria dejó sentado en Valencia que él era un ácrata, contestatario, cuando componía canciones protesta, lo que le supuso más de un encontronazo con las fuerzas del orden. Esa vena musical la mantuvo siempre, con piezas que despertaban la hilaridad del público como la titulada "Cantata del supositorio".

Reconoce Moncho: "Desde que empecé en este oficio he tenido grandes defensores y tremendos detractores. Es decir, era bueno, muy bueno en lo mío. Y, para otros, cáustico, molesto, protestón, ridículo, pedante… Para algunos, una mierda, y para una gran mayoría un genio". Le gustaba mucho remedar a Charlie Rivel, el mejor payaso del mundo, vistiéndose como él con una camiseta roja y llevando la nariz postiza, portando una silla que era el eje de su número, dando vueltas en derredor suyo hasta encontrar el modo de sentarse en ella. Representando ese personaje, un día acudió a la sala el general Gutiérrez Mellado, Ministro con Adolfo Suárez cuando el fallido golpe de Estado de Tejero. Tan emocionado se quedó este inolvidable militar, que Moncho lo invitó a besarle esa nariz de payaso. A punto estuvieron de llorar a moco tendido.

Sostenía, como tantos, que Gila era el mejor de todos, el cómico inimitable, el maestro. Y José Luis Coll se cabreó, aduciendo que él no era menos, que ayudó a Moncho en sus comienzos, y que así le pagaba su generosidad al no proclamarlo como un grande del humorismo. Se disculpó éste, pero Coll dejó de hablarle. En cambio, con Eugenio se llevó de maravilla. Creyendo que iba a cenar solo el día de Nochebuena, Moncho fue invitado a cenar por aquel, quien además de compartir la pitanza le regaló dos sortijas de plata hechas por él mismo: por si alguien no lo sabía, Eugenio era joyero antes de dedicarse a sus chistes en un local llamado "Sausalito", en Barcelona. Aquella noche fue inolvidable para el cómico gallego: era la de su cumpleaños y no la pasó en soledad.

Estando ya muerto Franco, Moncho Borrajo le dedicó una parodia, sosteniendo un teléfono en su mano, parodiando una conferencia de larga distancia con el Cielo, en conversación al otro lado del hilo telefónico con el Generalísimo. Y ocurrió la noche en la que estrenó ese "scketch" que en la madrileña sala "Sambrasil" se hallaba una espectadora sin perder detalle: era Carmen Franco Polo, marquesa de Villaverde, y después Duquesa de Franco. Que dio una lección de saber estar, sin dar señales de sentirse ofendida. Moncho Borrajo tampoco se inmutó.

La vida de Moncho reúne muchas anécdotas acerca de grandes figuras. Por ejemplo, el día que fueron a verlo actuar don Juan de Borbón, su hija Margarita acompañada de su marido, el doctor Carlos Zurita. Respetando al padre de don Juan Carlos, Moncho se contuvo los primeros minutos de sus monólogos, reprimiéndose sin decir ninguna palabrota. Y así se lo hizo constar al Conde de Barcelona. Y éste, levantándose delante del público, le dijo al humorista: "Hijo, habla como te dé la gana, que nosotros hemos venido a una sala de fiestas a ver a un cómico y no a la misa de una en la Almudena".

Emocionante fue otra ocasión cuando Concha Piquer, que no salía de casa de noche, acudió del brazo de su hija Conchín a divertirse con Moncho Borrajo, quien en su honor le dedicó una estrofa, en valenciano, de "La Maredeueta", como la gran estrella cantó en su día a la Virgen de los Desamparados. Y la leyenda de la copla, cuando entró a saludar al cómico, le dijo: "Ten cuidado con la envidia, que este país no perdona la genialidad".

Inolvidable otra velada en la que Lola Flores iba a presentar una nueva actuación, pero estaba ronca. Llena la sala. Suspender, nunca. Y allí estaba Moncho Borrajo, Felipe Campuzano, Beni de Cádiz quienes improvisaron un "show" que duró hora y media. De ese modo, La Faraona no se vio obligada a cancelar su actuación.

Contaba Moncho: "Nunca me callé ni ante Fraga ni ante Aznar. He pasado de habitaciones de hotel de cien metros cuadrados a pensiones donde el armario crujía y el camionero de la habitación de al lado roncaba como si le fuera la vida en ello. Todo eso es de otros años y otros momentos".

Moncho Borrajo decidió hace años marcharse a vivir al Puerto de la Cruz, en la isla de Tenerife. En pos de la tranquilidad. La que va a disfrutar este año al dejar el mundo del espectáculo, en compañía de su pareja masculina. Se acabó.

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