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Oriol Trillas

Una plaza pionera

La de Barcelona fue la primera y luego vendría la efímera Monumental de Sevilla en 1918 y la de Las Ventas en 1929.

Plaza de toros Monumental de Barcelona. | Cordon Press

La Monumental de Barcelona fue siempre una plaza pionera. Pionera como plaza de gran cabida. Los críticos de la época, encabezados por César Jalón, Clarito, se llevaban las manos a la cabeza con la construcción de esas plazas de mayor tamaño, porque presagiaban que no iban a permitir que el público calibrase la lidia desde una ubicación tan lejana. La de Barcelona fue la primera y luego vendría la efímera Monumental de Sevilla en 1918 y la de Las Ventas en 1929. Tanto la de Barcelona como la de Madrid sustituían a la plaza del Sport y a la de la Carretera de Aragón, respectivamente. Dos coliseos de más de 20.000 espectadores reemplazaban a cosos con un aforo de 11.000. Una nueva era se iniciaba en la segunda década del siglo XX, al albur de la rivalidad entre Joselito y Belmonte.

Pionera también fue como una determinada forma de entender (y explotar) el negocio taurino. Especialmente, a partir de 1927, en que don Pedro Balañá Espinós (Balañá el Bueno) se hace cargo de las dos plazas de Barcelona. La de El Torín de la Barceloneta había cerrado en 1923. Don Pedro no era propiamente un aficionado, su conocimiento del mundillo procedía de su condición de tratante de carne en el Matadero, lo cual le había aportado la exclusiva en la adquisición del vacuno de lidia muerto en la vecina plaza de las Arenas. A partir del negocio taurino Balañá se hace inmensamente rico. Fue un pelotazo de la época. Compra cines, teatros, terrenos, fincas, hoteles, plazas de toros por toda España. Un verdadero emporio. Pero a la vez consigue colocar a la Monumental de Barcelona como la primera plaza del país. Una plaza donde se hace Domingo Ortega, donde se inicia la rivalidad Manolete-Arruza, ¡donde Joaquín Bernadó y Chamaco torean siete días seguidos como novilleros! Una plaza que abría en febrero y cerraba a primeros de noviembre, con el público comiendo castañas y panellets en sus escaños. Una plaza en la que se daban funciones los jueves y domingos de cada semana.

La Monumental tuvo su apogeo en los años 50. ¡Benditos años 50! Los denostados años 50 con el Congreso Eucarístico, la huelga de tranvías y el despertar de la cruda posguerra. Luego vinieron los 60, ¡malditos 60!, de los cuales proceden la mayor parte de los vicios que seguimos arrastrando. En 1965 fallece don Pedro Balañá y se inicia el declive de la Monumental. En eso, también fue pionera. Con todo, nos hallamos en pleno boom de El Cordobés (al que don Pedro llamaba Kennedy) y junto a él aquella pléyade de extraordinarios toreros: Bienvenida, Ordóñez, Mondeño, Camino, Puerta, El Viti. La plaza barcelonesa todavía aprovechará el rebufo de la época dorada. En el coso tomarán la alternativa Paquirri, Julio Robles, Ruiz Miguel, Frascuelo, Víctor Mendes. Todavía en los 70 contempla la eclosión de Paco Alcalde y puede aguantar unos años. Pero la Monumental ya no se llena y el hijo de Balañá el Bueno (Pedrito Balaña Forts) descubre la gallina de los huevos de oro del turismo. También fue pionera en esto.

Con todo, se siguen viendo buenas programaciones en Barcelona. Especialmente cuando Balañá le cede la gestión a Manolo Cisneros. Los aficionados todavía recordamos las "Ferias del Toro", con aquellas corridas de la ganadería portuguesa de Louro y Fernández de Castro. O aquellas dos corridas del año 1981 en que Emilio Muñoz borda el toreo al natural y corta cuatro orejas y un rabo. Pero la decadencia se había apoderado de Barcelona. Incluso la prensa iba perdiendo la categoría de los críticos taurinos barceloneses. Una nómina en la que se había incluido desde el escritor Néstor Luján al político Antonio de Senillosa o el psiquiatra Mariano de la Cruz (impagables sus primeras crónicas, especialmente en la revista Destino).

También fue pionera la Monumental con su tendido duro, en este caso el 5. Con Juan Viralta y sus letanías o el célebre "Ni pum". Y aunque fue una plaza orejera, también tuvo sus presidentes rigurosos, como fueron Don Antonio Carraffa y Don Félix Conde, que dignificaron el palco de la Monumental.

Durante los 80 y 90 se fue despeñando con un mortecino ambiente de canódromo. Tan sólo el recuerdo de un Finito de Córdoba novillero y el advenimiento de César Rincón (el último gran torero) son jalones en su crepúsculo. Y, al final, la Monumental es pionera también de la revelación de José Tomás. ¡La plaza se vuelve a llenar, 30 años después! Y tras la primera despedida del torero de Galapagar, programa su reaparición en Barcelona. Pese a todo, la empresa Balañá no supo canalizar a aquel público de aluvión. Fueron a ver a José Tomás y punto. A la tarde siguiente, se programaba un cartel con Morante de La Puebla y sólo había media entrada.

Por último, fue pionera en la abolición. Su más triste baldón. Con la traición de los políticos, encabezada por el entonces presidente Montilla (que había acudido a la plaza como alcalde de Cornellá y luego como ministro de Industria), el despiste de los taurinos y el abandono de la empresa. 100 años llevando la iniciativa en lo bueno y en lo malo.

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