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Agapito Maestre

Incultura política. Política y toros

Mil enemigos tienen los toros, pero el principal está dentro del planeta taurino. Al tiempo.

La crítica en España es algo escaso. No abundan los razonamientos a la hora de cuestionar opiniones y acciones ajenas a las nuestras. Las reservas ante decisiones y conductas públicas están lejos de fundamentarse en principios de orden más o menos universales. La descalificación caprichosa de la mayoría de iniciativas, tareas y empresas públicas es dominante en España. No hallo demasiada racionalidad o sentido común en la discusiones en el ágora, ese ámbito entre lo privado y lo público, donde se lleva a cabo una buena parte de la vida ciudadana, aunque salgan ganando comparadas con las tomadas en las instituciones estrictamente públicas, parlamentos, asambleas locales y de las comunidades autónomas. En todo caso, creo que la gente tiende a aceptar o rechazar sin mayores observaciones las opiniones y planes que siendo de nuestra incumbencia nos parecen ajenos. El fanatismo nos pierde.

El asentimiento acrítico de los programas de los dirigentes empresariales, empezando por las medidas de los gestores de los partidos políticos, es actitud sobresaliente en toda España. Tengo, en fin, la sensación de que tanto en el ágora, un espacio público a la par que privado, como en los espacios estrictamente políticos, o sea, donde se deliberan decisiones que afectan a toda la colectividad, la crítica brilla por su ausencia. Tomemos un sencillo ejemplo de mis reservas ante la racionalidad crítica de mis conciudadanos: los toros, o mejor, la programación taurina de la plaza de toros más importante del mundo, según reconocen la mayoría de aficionados y críticos taurinos, Las Ventas de Madrid.

He aquí un sitio genuinamente paradigmático, un prototipo diría un tecnócrata de la política, para estudiar el comportamiento ciudadano en el ágora. Se trata de un espacio público pero es al mismo tiempo privado, porque ahí no puede adoptarse una decisión política. La empresa de Las Ventas, Plaza 1, concesionaria de la Comunidad de Madrid, que es la propietaria de la plaza, ha programado con más de tres meses de antelación los carteles taurinos de la próxima feria de San Isidro, que se celebrará a partir del diez de mayo. ¿Cuáles han sido las reacciones críticas ante el acontecimiento? Pocas por no decir ninguna. La llamada "crítica" especializada en la cosa ha guardado, en el mejor de los casos, silencio. ¡Un silencio, sin duda alguna, cómplice con algunas de las medidas adoptadas que están lejos de hacer justicia al arte de la tauromaquia!

Todo, sí, es maravilloso para la mayoría de la "crítica" taurina, o peor, la empresa "privada" tiene todo el derecho del mundo a programar cómo le dé la real gana la feria taurina más importante del mundo. Sin embargo, hay aficionados, entre los que me cuento, dispuestos a dar la batalla de la verdad, o sea, a expresar nuestra opinión discrepante con la programación de Plaza 1 y su valedor principal, es decir, la Comunidad de Madrid. Expongo sucintamente algunas de mis críticas empezando por la más evidente: la presentación el uno de febrero de los carteles de San Isidro es rara. Sospechosa; exponer cerrados los cárteles con tantos meses de anticipación en la plaza más emblemática del planeta taurino revela una falta de respeto, en primer lugar, por los festejos que están dándose todavía en América; no se tiene en cuenta la actuación de las ganaderías y los diestros en plazas importantes del Nuevo Mundo. Tampoco se toma en consideración la actuación de muchos toreros y ganaderías en los cosos taurinos que abren la temporada en España, por ejemplo, Valdemorillo, Olivenza, Castellón, Valencia y Sevilla. Una programación con tanta antelación en la primera plaza del mundo está condenada al fracaso. No hace justicia a quienes más se esfuerzan por estar en los puestos altos del escalafón taurino, aunque no lo consigan. Premia solo lo fácil, lo sabido; pero no arriesga por lo excelente, desconsidera a quien se exige a sí mismo más que al otro.

Tampoco los aficionados comparten la reducción de festejos de 29 a 21, porque impide, por un lado, la participación de muchos lidiadores y ganaderos en la primera feria del mundo. Si a eso se añade que varios diestros repiten tres y hasta cuatro veces sus actuaciones, entonces se está entorpeciendo, de verdad, a los aficionados la posibilidad de conocer a otros toreros. Por otro lado, las "injusticias" a la hora de elegir los toreros son de libro; por ejemplo, falta un lidiador para este año 2023 que ocupa el tercer lugar en el escalafón por número de corridas toreadas y trofeos conseguidos, Antonio Ferrera, y sin embargo tendremos que soportar durante tres tardes a un torero, Talavante, que el año pasado se le dieron cuatro oportunidades y le echaron al corral un toro vivo (hubo que apuntillarlo desde un burladero).

Respecto al capítulo de ganaderías que concurrirán a San Isidro la cosa no es para tirar cohetes. No se trata de cuestionar a las que estarán presentes, sino de anhelar a las que faltarán; se nos privará, una vez más, a los aficionados de Madrid de contemplar los grandes ejemplares de Escolar, Miura, Flores, Cuadri y otros tantas ganaderías por el estilo. La desaparición de esas ganaderías en San Isidro implica la ausencia de los grandes diestros dispuestos a lidiar sus toros; también añoraremos, pues, la ausencia de Rafaelillo, Escribano y otros tantos jabatos como ellos.

En resolución, el cierre tempranero por parte de la empresa Plaza 1 de los cárteles de San Isidro tiene un sólo y único objetivo, en sí mismo loable, pero separado de su contexto, o mejor, de la circunstancia del arte de la tauromaquia, muy criticable: ganar dinero llenando todos los días el aforo con las figuras de relumbrón. Pues bien, eso no hace afición sino que la castra. Pero de eso ya hablaremos otro día. Mil enemigos tienen los toros, pero el principal está dentro del planeta taurino. Al tiempo.

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